jueves, 7 de agosto de 2008

Mujer y ansiedad, de mal en peor

En los últimos años, no sólo superamos largamente a los hombres en el número de consultas por trastornos o fobias, sino que por no tratar estos problemas como se deben, derivan en depresión o enfermedades. Es esencial escuchar los síntomas y rehabilitarse y la familia tiene un rol protagónico.

En abril de 1997, Alicia (45) se encontraba caminando por la calle cuando, inesperadamente, comenzó a sentir que se mareaba. Al instante, una sudoración muy fría recorrió su cuerpo y su corazón comenzó a galopar aceleradamente. A los dos meses, le volvió a pasar algo similar, tuvo mucho miedo y como el susto fue mayor, decidió que era tiempo de consultar al médico. Sus síntomas eran taquicardia, mareos, transpiración, flojedad en las piernas, nudo en la garganta y la plena seguridad de estar a instantes de morirse. Sin embargo, tardó dos años en encontrar un especialista que acertó en su diagnóstico: tenía ataques de pánico, una de las tantas enfermedades de la familia de los trastornos de ansiedad que padecen más las mujeres que los hombres. “En ese momento llegué a la conclusión de que evitando ir a los lugares donde aquellos síntomas habían aparecido, éstos no se presentarían, ya que por el sólo hecho de saber que tenía que afrontar algo, como una reunión de padres en el colegio de mis hijos, el temor a que esos síntomas aparecieran comenzaban a acechar”, recuerda Alicia. Y agrega: “Así fue que dejé de ir al supermercado, hacer un trámite bancario o viajar en un colectivo y se me presentó otro problema: ¿cómo explicar a mi familia que no podía ir a pagar un impuesto, que no podía ir a un cine, que no llevaba a mis hijos al parque?”.En estos 11 años, el ataque de pánico ha logrado ser descifrado e interpretado más rápidamente, incluso, tal vez gracias a testimonios público como el del cantante León Gieco, la gente aprendió a reconocer el síntoma y llegar al consultorio con más información.
La edad ansiosaEntre 2000 y 2007, el 63% de las consultas sobre este tipo de enfermedades fue hecha por mujeres y sólo el 37% por hombres, según un estudio realizado por el Fobia Club (una organización no gubernamental dedicada a la orientación, investigación y ayuda solidaria de personas que sufren trastornos de ansiedad). Estas estadísticas coinciden con trabajos de campo que se realizaron en países europeos y en los Estados Unidos en el que se pudo determinar que por cada hombre, hay dos o tres mujeres con estas dolencias.Sin embargo, los especialistas coinciden en que las mujeres son las que más consultan y no las que más sufren estos cuadros nerviosos y emocionales, tal vez porque los hombres aun tienen que lidiar con cierto prejuicio machista que les impide confesar ciertos temores.Este síndrome aparece más conmunmente entre los 20 y los 40 años, edad en la cual la persona sale del amparo y de la situación de seguridad que significa vivir con sus padres para salir a buscar un trabajo, establecerse en una pareja y una familia, decidirse a ser madre o padre y criar un hijo, todas situaciones que hacen que muchas se sientan incapaces para afrontar desafíos y resolver situaciones.En las mujeres, el proceso del embarazo también puede remitir a algunos de los síntomas y el crecimiento de los hijos, los problemas en el colegio y las preocupaciones de la adolescencia también alimentar la ansiedad generalizada.Dentro de las enfermedades de trastornos de la ansiedad que más padecieron las mujeres en ese lapso –sobre un total de 3.750 consultas- sobresale el trastorno de pánico con agorafobia (29%), seguido de trastorno de ansiedad social (26%), trastorno por ansiedad generalizada (14%), depresión (11%) y trastorno obsesivo compulsivo (9%). Durante 13 años, Sandra (40) padeció ataques de pánico con agorafobia, pero se enteró de su diagnóstico mucho tiempo después. La primera vez que sintió taquicardia, sudoración, dolor en el cuello y que se le nublaba la vista fue arriba del colectivo, pero comenzó a repetirse en otras circunstancias.Entonces, decidió ir a un cardiólogo, el que la derivó a un psicólogo porque suponía que tenía un estrés lógico ya que hacía poco tiempo que se había casado. “Me daba vergüenza decir qué me pasaba porque yo tampoco sabía que era lo que tenía. Todo eso me afectó en mi vida: no podía ir a hacer compras ya que dependía siempre de mi marido, ni tampoco llevar a mi hija a ningún lado. La calidad de vida que tenía era horrible, espantosa”, recuerda.
Todo giraAun en pleno siglo XXI, el de las comunicaciones masivas, para el común de la gente es más sencillo y habitual atender a un mal físico que a uno emocional. Cuando el cuerpo duele, enseguida se llama al médico. En cambio, cuando duele el alma, se espera que pase y no se hace nada.Con los cuadros depresivos o de ansiedad, el riesgo de desoírlos es que avanzan y pasan de “Guatemala a Guatepeor”. Un ataque de pánico no atendido en su momento, como se vio en los casos citados, deriva en fobias que, a su vez, al desmejorar la calidad de vida y llevar al paciente al encierro, culminan en depresión. Por supuesto, todos estos sindromes pueden abrirles las puertas a enfermedades desde hipertensión a cáncer, en el peor de los casos. En el mejor, dejan secuelas: mucha gente, después de un ataque de pánico, quedó para siempre con claustrofobia, un problema menor pero nada agradable.En el caso particular de las mujeres, la excusa más popular es la falta de tiempo. Tapadas por las agendas laborales, domésticas y de crianza de los hijos, cuando suena el timbre de la ansiedad en el primer espasmo, piden permiso para irse un rato a dormir y se levantan fingiendo sentirse como nuevas. En la inercia de la sobrexigencia, vuelven al ruedo. Por eso, el mandato debe ser que ante cualquier síntoma de ansiedad o depresión paren y se hagan atender como corresponde.
Al consultorioFrente a estos episodios, la familia ocupa un rol esencial. No sólo se debe convertir en contenedora del pacientes, sino en una enorme oreja dispuesta a escuchar el miedo y la desesperación. Como en muchas otras dolencias, en estas, la palabra es un curador.Pero antes, es muy importante acceder a un buen diagnóstico, el primer paso hacia el tratamiento psicológico (donde el especialista debe estar capacitado para quitarle ciertas creencias al paciente) y la evaluación de indicadores médicos y biológicos para el posterior tratamiento farmacológico especifico.La rehabilitación de estos procesos puede durar entre tres y seis meses, aunque es importante no abandonar el seguimiento médico para no tener recaídas.Por la cabeza de Sandra pasaban pensamientos “catastróficos” que iban desde que pronto moriría a que se estaba volviendo loca. Sin embargo, después de varias consultas, conoció a un psiquiatra que le hizo los estudios necesarios que permitieron confirmar que padecía ataques de pánico con agorafobia. Desde ese momento, pudo volver a enfrentarse con ese miedo que significaba subirse a un colectivo. “Al principio lo tomaba por una parada o por dos hasta que el cuerpo se acostumbraba a no tener síntomas. Cuanto más repetía esta secuencia, más empuje me daba para poder ir donde quisiera. Fue un placer muy grande porque me empecé a movilizar sola, pude llevar al cine a mi hija ya que antes lo hacía mi esposo y yo esperaba en un bar”, cuenta.Hace tres años que Sandra está recuperada y no teme a volver a pasar por la misma situación que tan mal la tuvo. “Creo que ahora estoy bien parada, me dieron las herramientas y las supe aprovechar. Sentí el respaldo de mi marido y de mi familia que me acompañaron y compartieron mis logros”, define.Por último, los especialistas recomiendan que los pacientes puedan compartir la enfermedad entre pares y reconocerse, ya que eso los fortalece y alivia mucho, fomentando la capacidad de estimularse mutuamente.

Alejandro Gorenstein