miércoles, 6 de agosto de 2008

Vida en común, economía separada


Cada vez más parejas comparten casa sin hacer lo mismo con sus billeteras. Se trata de hombres y mujeres que deciden convivir conservando su independencia económica, como una estrategia destinada a definir lo que es de cada uno y cómo dividirlo en el caso de una separación. ¿Falta de compromiso? ¿Fin del romance? ¿Materialismo práctico? Hablan protagonistas y especialistas.


Luego de proponer convivencia a su novia, en una cena íntima con velas en un restaurante con vista al río, Maximiliano Reyes (40 años, diseñador) brindó por el “sí, quiero” de ella y ahí mismo optó por ir directo al grano: “Yo no creo que sea bueno compartir todo lo que ganamos. Lo mejor, me parece, es hacer un pozo común con una suma fija, así nos sobra un resto de plata para cada uno y no hay problemas”, le dijo a Bárbara Santos (29), hoy su pareja desde hace un año. Maximiliano asegura que ella estuvo de acuerdo desde el comienzo y que decidieron llevar adelante la metodología de “economías separadas” por una cuestión práctica: “Esta es mi segunda convivencia, la primera vez pasé por el casamiento, y cuando nos separamos salí muy perjudicado en el tema económico. Por eso, ahora me quiero cuidar, y si gano más porque dejo la vida en mi empresa, que eso también me rinda en un futuro”, justifica y dice que aunque en su actual relación está “todo bien”, no cree en el amor para toda la vida. Y aclara: “Ojo, no soy mezquino sino ordenado. Muchas veces le doy plata extra a Barbi pero como un regalo, sin obligaciones”, remata.Sofía y Adrián Lima, ambos de 36 años, aseguran en cambio que se casaron porque abrazan el sueño de una convivencia hasta que la muerte los separe. Empezaron a salir mientras cursaban en la Facultad de Medicina y al terminar la carrera siguieron juntos, pero eligieron especialidades distintas, lo que marcó el rumbo económico de la pareja: él, anestesista, tiene un ingreso mucho mayor que el de ella, que es traumatóloga. “Vivimos juntos desde hace tres años y pasamos épocas buenas y malas. De hecho, estuvimos separados antes de convivir. Por eso, optamos por equipar nuestro departamento comprando las cosas por separado, así cada uno sabe qué y cuánto puso”, explica Sofía y aunque suena satisfecha, reconoce que al principio fue una idea que ella resistía: “Más que nada por mis padres, les parecía horrible que no compráramos todo juntos, como lo habían hecho ellos. Finalmente, entendí que el compromiso pasa por otro lado. Los dos aportamos un poco de plata para la casa, y después cada uno se queda con un resto para sus cosas. La verdad, es que no tengo ni idea cuánto gana él en total”, reconoce.Dos casos para ilustrar que, en algunos casos, el amor y la economía no van de la mano. Pero lejos de sorprenderse, los especialistas aseguran que muchas parejas tienen la misma logística, dejando en claro que compartir el techo no siempre significa que se debe hacer con la billetera. “Los vínculos familiares actuales son muchísimo más afectuosos y demostrativos, pero también más simétricos que antes. Esto ha producido grandes cambios psíquicos en las generaciones de jóvenes y adultos, especialmente en menores de 40 años. El vínculo de igual a igual, internalizado con los padres, provoca fuertes ansiedades fóbicas a la hora de armar una pareja, que son experimentadas como asfixia, aburrimiento y gran temor a la entrega y al compromiso –explica Claudia Messing, licenciada en psicología y sociología de la UBA y terapeuta de vínculos familiares–. El establecimiento de economías separadas daría a la pareja, en su imaginario, un mayor margen de libertad y autonomía, ya que podrían fantasear con que permanecen solos aún conviviendo bajo un mismo techo. Antes era un orgullo para el varón hacerse cargo de la familia. Ahora, quizás sea vivido por muchos como una especie de soga al cuello que lo ata. Por el lado de la mujer, acceder al mundo del trabajo y disponer de sus propios ingresos ha significado una gran conquista. Pero todavía existen mujeres casadas con varones autoritarios a quienes les ocultan sus ingresos para disponer de ellos libremente. En todos los casos, el manejo del dinero es revelador del lugar que ocupa cada miembro dentro de la pareja, y por lo tanto de sus relaciones de poder”.
Todo lo mío es mío, todo lo tuyo es tuyo
Para Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer, a partir de estos casos se deberían proponer nuevas pautas sociales: “Las mujeres ganamos una gran independencia en los últimos años. En países desarrollados es habitual que cuando una pareja sale cada uno pague lo suyo. La cuestión es que los hombres saben manejar mejor el tema, mientras que nosotras tenemos mayor dificultad en la negociación o discusión del dinero, y eso nos pone en desventaja. Es un problema cultural que debemos superar para aprender a cuidar de nuestros intereses. Poder manejar lo económico es básico para la plena vigencia de nuestros derechos. Tenemos que desmistificar la imagen romántica de la sociedad conyugal y para eso, es necesario que hablemos de lo material y que lo disociemos del afecto. Las economías separadas no son malas, siempre y cuando se pauten de forma equitativa”, opina Bianco.Para la licenciada Fabiana Porracin, psicóloga y antropóloga de la UBA, el fenómeno no es nuevo y requiere un marco concreto de análisis: “Comenzó a observarse marcadamente a partir de la década del ‘90, y luego de la crisis del 2001 se produjo una expansión hacia algunos sectores socio–culturales. Tiene mayor preponderancia en las parejas integradas por profesionales cuya actividad es “no tradicional”, o por parejas culturalmente menos conservadoras, en las que tanto las características de la actividad profesional desempeñada, como la igualdad de género y pertenencia socio–cultural, posibilitan otros modos de dinámica familiar. Las causas son múltiples, pero es claro que el neoliberalismo ha fomentado la falta de solidaridad y compañerismo, y una exacerbación del individualismo, de la competencia y del sálvese quién pueda. Además del cambio vincular modelado por la reciente digitalización de las comunicaciones, que estimula la falta de profundidad. Y la existencia de la Ley del Divorcio ha flexibilizado la mentalidad con relación a la perdurabilidad del matrimonio. Otro factor muy importante tiene que ver con los grados de conciencia de la propia vida, que permite aceptar o rechazar modelos, estilos de vida que antes se repetían simplemente por tradición. El hacer conciente cómo se quiere vivir confronta con lo que no se quiere. En muchos casos, el recuerdo de la familia de origen, en la que había economía común, sin la coexistencia de una economía individual y diferenciada, hace que se tema repetir un modelo. Ese temor hace que se ensayen otras formas de afrontarlo, en este caso en el polo opuesto, sin poder arribar a una forma superadora sin exclusión, considera Porracin, al tiempo que propone una lectura psicoanalítica para analizar dicho fenómeno. Aquellos que no pueden dar lugar al otro en lo material, lo hacen por varias razones, en muchos casos por miedo basado en experiencias traumáticas pasadas. El hombre aprendió que con un divorcio puede perder casi todo. Y la mujer profesionalizada, que a través de este cambio ejerce otra función social, no está dispuesta a poner en juego lo conquistado. También se da por comodidad, egoísmo e inmediatez. Por mercantilismo y hasta por relaciones de usufructo, muy a contramano de los valores del amor romántico. Detrás de este tipo de construcciones existe una personalidad con ciertos aspectos inmaduros, donde no hay entrega total”, advierte la especialista. Propone algunas pautas de convivencia para tener en cuenta a la hora de hacer frente a la situación: “Sugiero dos niveles para pensar la cuestión: uno pragmático y otro reflexivo. Es muy útil para la pareja sentarse a conversar sobre qué piensa cada uno que es la economía familiar y la economía individual, hasta llegar a acuerdos referidos a lo que es de ambos: qué es de la relación, qué aporta cada uno a ese conjunto, cómo lo aporta, cuándo lo aporta. Y responsabilizarse, hacerse cargo en los hechos y sostener quién aporta qué. Cortar el clima de la medición, abrir el de la generosidad y la entrega, aprender a dar y a pedir sin peajes ni facturas futuras a cobrar, son algunas de las claves. Y hay que saber que vivir con mezquindades, condicionamientos, límites a futuro y reaseguros recorta la calidad de vida. En un nivel de análisis autorreflexivo es indispensable conocerse a sí mismo para conocer a quién se eligió. Hay que tomarse un tiempo para reflexionar y pensar qué se está haciendo, cómo se está viviendo, y si esto es consecuente y coherente con el deseo que se tiene de pareja y de familia. Algo es claro: en la vida existe siempre otra alternativa, una gama infinita de matices”, concluye la licenciada Porracin. Compromiso provisorio, para siempre, por ahora... Los nuevos paradigmas amorosos refundaron las relaciones en función de los lugares diferentes que hombres y mujeres ocupamos. Lugares en los que no está ausente, de ninguna forma, el dinero.


[ Texto María Eugenia Sidoti Fotos Maxi Didari ]