miércoles, 27 de agosto de 2008

CUANDO LOS HIJOS SE VAN

Grito porque ahora, que no están los chicos, puedo hacerlo!”, dice Marta enfurecida. Está enojada con su esposo, Leonardo, porque no quiso acompañar a su hija Julia al aeropuerto. Ella se acaba de ir del país para radicarse con su novio en Israel. “Tendríamos que haber gritado antes. Y preguntarnos por qué nuestros hijos decidieron irse a estudiar al exterior, lejos de nosotros”, sigue gritando Marta. El departamento les queda grande y, en ese silencio, los gritos de la mujer resuenan con más fuerza. Ella y Leonardo se casaron muy jóvenes, y Marta tuvo que dejar su carrera de Sociología cuando nació Julia. Después llegaron los dos varones y ella nunca pudo retomar los estudios. Ahora que los tres hijos se marcharon a estudiar al exterior, el matrimonio vuelve a estar a solas, y a la pregunta de “¿Y ahora qué hacemos?” le sigue la crisis. Ella se vuelve hiperactiva, retoma la carrera y llena la casa de amigos y compañeros de la facultad. En cambio, su esposo, que es escritor, cae en una depresión. Y en el borrador de su próximo libro escribe: “Un hombre y una mujer flotando en el agua, ¿están muertos?”. Nada mejor grafica los sentimientos de Leonardo frente a esa mujer con la cual crió a los hijos que ahora partieron. Esta es la situación que refleja El nido vacío, la nueva película de Daniel Burman, con Cecilia Roth en el papel de Marta y Oscar Martínez en el rol de Leonardo. “La partida de los hijos es uno de los grandes cambios de la vida. Pensé en este tema porque tiene que ver con un gran miedo mío. Los miedos son básicos, primitivos y en mi caso motorizan la creación. Confío en que, a partir de la película, mis hijos no se vayan nunca de casa”, bromea Burman. Sus hijos tienen 3 y 5, y faltan años para que partan de su lado. Sin embargo, Burman ya piensa en ese momento que es inevitable en toda familia. “Trabajando en este tema, encontré algo interesante: hay una falsa creencia machista que dice que el síndrome del nido vacío afecta más a las mujeres que a los hombres. En realidad, muchas mujeres experimentan un efecto liberador cuando sus hijos se van de la casa porque llenan el espacio vacío con cuestiones que habían sido postergadas. Con la llegada de los hijos, muchas mujeres postergan determinadas actividades de manera programada y no lo viven de una manera sufrida, entonces, cuando tienen la oportunidad de retomarlas, lo hacen con alegría. En cambio hay hombres, como Leonardo –el protagonista de la película–, que comienzan a llenar ese vacío con melancolía porque quieren seguir atados a las vivencias del pasado. Están perdidos en el presente”, continúa Burman. Y señala que otro aspecto interesante de este síndrome es que se trata de “una crisis que no es contemporánea con la pareja. Es decir, que se resuelve de a uno: en el caso de la película, Marta tiene que esperar que Leonardo resuelva su conflicto solo y que vuelva. El no quiere aceptar esta etapa e insiste en vivir en el pasado. Hay que darse cuenta de dónde uno está parado para regresar. Es como un duelo”.
Sergio Sinay, escritor, especialista en vínculos humanos y autor de La sociedad de los hijos huérfanos, disiente con Burman: “Este síndrome se da menos en las mujeres porque todavía se cree que la crianza sigue siendo una especialidad femenina, y aunque ellas se realicen profesionalmente, se las juzgará por cómo se desempeñen en el rol de madre”. Desequilibrio en la pareja
“Hay una conmoción cuando aparecen los hijos y otra cuando ellos parten –asegura María Marta Depalma, psicoanalista y docente del grupo de pareja y familia de Centro Dos–. La ida de los hijos generalmente coincide con la madurez de los padres”. La psicóloga Beatriz Goldberg, autora de ¿Cómo puedo hacer esto a la edad que tengo?, hace una distinción: “Hay que ver cómo sale de esto el hombre y cómo lo supera la mujer. Siempre se habló de que la mujer es la que se siente sola, pero la realidad es que hoy está más preparada y en esta etapa se dedica a retomar las asignaturas pendientes”. Y aclara que “no es un nido vacío en cuanto a que uno no tiene actividades para hacer, sino que se trata de la sensación de vacío en la pareja. Aparecen los silencios y lo no dicho a tiempo. Uno se encuentra frente a frente con el otro”. Irene Meler, psicóloga y presidenta del XI Congreso Metropolitano de Psicología que se desarrollará del 3 al 5 de julio en el Paseo la Plaza, relata que la denominación “síndrome de nido vacío” fue creada en Estados Unidos por la especialista Rose Oliver, en la década del ‘70. “Refiere a la depresión que suele afligir a las madres que se dedican todo el tiempo a la crianza de sus hijos y a ser amas de casa. En general, hoy la mujer, que está más activa laboralmente y tiene otras fuentes de gratificación, no sufre este síndrome. Tiene que ver con un ciclo vital, con un proceso de la madurez y que requiere redefinir nuevas etapas en la vida. Algo que puede resultar difícil tanto para mujeres como para hombres”, explica Meler.

Está claro que la partida de los hijos no es sólo un cambio importante para la mujer sino que se produce una crisis en el equilibrio familiar. Las penas, las alegrías, las decisiones y el tiempo ya nunca más se compartirán de la misma manera. La pareja debe reorganizarse y alcanzar una nueva estabilidad a partir del cambio. Hay, al menos, dos cuestiones que se plantean:

el tiempo, antes escaso porque estaba repartido entre las actividades de los chicos y las propias, ahora sobra. Si no se encuentran actividades nuevas para hacer, aparecerán la depresión, la ansiedad y actitudes manipuladoras para que el hijo retorne al hogar;

la pareja pasó veinte años rodeada de hijos que fueron el centro de sus vidas; ahora se reencuentra como al comienzo de la relación pero con más edad. Si el matrimonio no dedicó tiempo para cuidar su espacio, en esta etapa pueden verse como dos extraños.

“A veces los varones necesitan hacer un cambio de pareja. Se separan y buscan una mujer más joven. Es una especie de vampirismo emocional: se nutren de la juventud de la nueva pareja para sentirse más jóvenes”, aclara Meler. Y agrega que “la mujer, cuando tiene intereses, trabaja y es apreciada, es más fácil que no se deprima y que acepte el cambio con dinamismo”. Marta Trica, psicóloga y terapeuta familiar en Orientar, señala que “en el nuevo tiempo libre la pareja tiene que adaptarse y reencontrarse. Si los conflictos estuvieron filtrados por las cuestiones de los hijos, pueden surgir problemas. Y además hay que sumar que a lo emocional se agrega el componente biológico, porque generalmente se trata de parejas que están atravesando la menopausia y la andropausia. Y toda crisis necesita de nuevos recursos para superar la situación”. Depalma sugiere que “toda crisis debe ser tomada como peligro o posibilidad. El peligro sería que la continuidad de la pareja no tenga sentido cuando los hijos se van. La posibilidad, que se renueven las ganas de continuar de a dos y de reencontrarse el uno con el otro”. Según Sinay, “es un duelo que hay que atravesar. Es el cierre de una etapa. Y lo peor que puede pasar es que ese duelo sea negado. Porque permanecer en el mismo lugar más tiempo del necesario es disfuncional. El antídoto es comprender que el nido vacío no es una catástrofe sino una oportunidad para empezar a desarrollar otros aspectos. Y pensar: ‘Si pude criar a un hijo, soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga’”. Y advierte que “consumada la partida de los hijos, sobreviene el reencuentro con la pareja. Si no hubo buena comunicación durante el transcurso en el que fueron padres, existe la posibilidad de que se vea al otro como un extraño”.

Lo cierto es que el vacío que produce la partida de los hijos necesita ser llenado. Y es importante saber aprovechar la experiencia y el tiempo disponible para desarrollar actividades que antes no se podían realizar, reencontrarse con el otro y empezar a disfrutar la vida de otra manera.

[ Texto Daniela Fajardo/Silvina Ocampo Fotos El nido vacío ]