jueves, 7 de agosto de 2008

LA LLEGADA DE UN HIJO.... Había una vez una pareja…


La llegada de un hijo no siempre es el desenlace perfecto de un cuento de hadas. En esta nota, un intento por buscar alguna respuesta a una gran pregunta: ¿Cómo sobrevivir a la nueva estructura sin resignar ni un ápice de felicidad?


Pablo y Marisa disfrutaban todos los días del cielo que habían alcanzado desde el momento en el que empezaron a salir: encuentros con amigos, cenas en restaurantes, películas dos veces por semana, desayunos enredados entre las sábanas. Marisa, un encanto –lo decía todo el mundo– y Pablo, una suerte para cualquier mujer como Marisa. Ella siempre tan arreglada, tan atenta a todos los detalles de su casa, divertida como pocas hasta en las peores situaciones lograba sacarle una carcajada al amor de su vida. Y él, puro romance: si no había flores eran bombones o perfumes. Pablo, tan amante de los Stones fue capaz de ver un recital de Luis Miguel o peor, de Ricardo Arjona, con tal de ver a Marisa con esas cosquillas que le subían por la panza cuando sonaba su música preferida. Y cuando vieron las dos rayitas en el test de embarazo confirmando lo que todos a su alrededor esperaban... fue la gloria en esa casa de tres ambientes que siempre olía a sándalo. Y así pasaron nueve meses de embarazo. Todo un idilio que no podía sino terminar en uno de esos bebés dulces que muestran los calendarios. Y un día nació Juana. Un 14 de noviembre. Y Pablo estuvo en la sala de partos y Marisa le agarró la mano fuerte, muy fuerte durante todas esas horas de contracciones interminables. Juntos, ahora tres, volvieron a la casa con planes de continuar en esa luna de miel que se perfilaba eterna. Peeero... hete aquí que los días empezaron a mostrar otras caras. Una Marisa casi muda, con ojeras y dolores de cintura. Un Pablo irritable que no entendía ni eso de la cuarentena ni los ojos de su mujer que ya no lo miraban. Una bebé que sólo mostraba carita de calendario cuando dormía (jamás más de una hora y media seguida). Una habitación interrumpida por una cuna que nadie ocupaba: la beba en el medio de los dos, aunque Pablo nunca estuvo muy de acuerdo.
Sí, sí… somos tresPuede sonar a clishé del clishé. Casi a película apurada de domingo por la tarde. Pero en algún lugar, ¿no te resulta también un poco... familiar? ¿No escuchaste más de mil veces eso de que la llegada del príncipe o la princesita pueden arrasar con más de un reino? Somos seres más libres pero que crecimos leyendo a La Cenicienta y esperamos una casa de azúcar y chocolates como las de Hansel y Gretel. Y no queremos resignarnos a que el “happilly ever after” es nomás propio de los cuentos infantiles. Siglo XXI o la era del divorcio. ¿Es posible sobrevivir al tsunami que provoca dejar de ser dos y pasar a ser tres? Por suerte hay muchísimas parejas que afirman y demuestran que sí todos los días. Claro que, entre las fórmulas que podrían pregonar, difícilmente hayan pócimas o varitas mágicas.“La llegada de los hijos, sumada a las tensiones del mundo moderno, pueden hacer que una pareja se olvide de sí misma y no dedique tiempo a nutrir su relación. Las investigaciones sobre el tema sostienen que estos días de las parejas no se mantienen sólo por amor. Hay ciertos factores que deben tomarse en cuenta: por ejemplo cómo se comunican, resuelven sus conflictos y manejan sus expectativas conyugales para avivar el fuego del amor”, dispara la Dra. Dora Davison, presidente de la Fundación Familias Siglo XXI.Empecemos entonces por el principio: una vez que los enamorados deciden que sí, que van a traer al mundo al fruto de su gran amor, el error más típico en el que se recae, según la Dra. Davison, es –sí, parece obvio, pero ¿lo es?– el no tomar en cuenta lo que esa decisión implica: “Con el nacimiento del primer hijo la estructura conyugal se complejiza: un nuevo vínculo une a la pareja y redefine su relación como padres”. Sería cuando se pasa del vínculo conyugal al parental.
Bases Firmes¡Ay, suena tan simple! Tan, tan simple cómo describir los típicos conflictos a los que pueden verse enfrentados desde las primeras horas del menaje a trois. “Los conflictos son la expresión de intereses o puntos de vista contrapuestos. Algo que no es ni bueno ni malo de por sí. A no ser que no se llegue a un acuerdo que satisfaga a ambos. Pueden surgir por ideas de crianza o tomar otras áreas de la relación de pareja como por ejemplo problemas económicos; necesidades no satisfechas (sexuales, emocionales u otras o por valores y creencias muy arraigados –del tipo religioso, emocional, político o de ideas de estilo de vida–”, asegura Dora Davison. Que, gracias a Dios, también parece tener algunos tips como para salir a flote si eso ocurre. ¿Lo más importante? “Los padres deben cuidar que no se traslade su relación parental a los hijos dejándolos involucrados en esa situación”, aconseja. Y, enseguida, también explica algo que nunca viene mal recordar –es que se olvida tan fácil entre las incontables noches de desvelo–: “La pareja debe reservarse un espacio para alimentar la relación. Y, en ese sentido, es muy importante el tiempo que le dedica a sí misma fuera del dormitorio. Hay que tener en cuenta que los conflictos que se pueden suscitar son inherentes a la vida, todas las parejas pasan por momentos de conflicto y la forma en que se encaren determina el rumbo de la relación. La buena comunicación o el saber escuchar y saber hacerse comprender, la empatía o capacidad para ponerse en el lugar del otro, saber respetar el punto de vista del otro como una posibilidad válida aunque se discrepe con ella”, explica la presidente de la Fundación.
por Pamela Reyna / ilustración: Alejandra Lunik