sábado, 24 de septiembre de 2011

Andropausia y menopausia: tiempo de cambios

A partir de los 45 años, hombres y mujeres experimentan una revolución hormonal. Malhumor, cansancio e insomnio son algunos síntomas. Y el deseo a veces decae. Claves para vivir bien esta etapa. ¿Qué sería de los hombres si por una vez sintieran los dolores de las mujeres? ¿Cómo harían con un trabajo de parto o una cesárea? Difícil de adivinar. Pero la naturaleza es sabia y siempre tiene la última palabra. Hay un momento en que los malestares femeninos y masculinos se encuentran. La menopausia y la andropausia nos cambian la vida por igual. Llegan en un momento clave: los primeros síntomas aparecen a los 45 años y se desencadenan después de los 50. Una etapa en la que la vida baja un cambio: “Los hijos crecieron, algunos comienzan a dejar el hogar y hay más tiempo para pensar en la vejez, la pareja, los logros, los fracasos…”, asegura la psicoanalista Judith Altman, directora de Espacio Redes, una fundación especializada en psicología de familia. En ese momento en el que los universos femenino y masculino se tocan, ellas y ellos comparten algunos síntomas: cambios de humor, cansancio, insomnio y una “revolución hormonal”. En las mujeres baja la progesterona y, en los hombres, la testosterona. Esto se hace sentir en la cama. “La testosterona es la hormona del deseo. Si hay menos, las ganas de tener sexo bajan. Si le sumamos que los problemas prostáticos comienzan a hacerse visibles, la cosa se complica un poco”, asegura Claudio Rosenfeld, coordinador del Capítulo de Medicina Sexual de la Sociedad Argentina de Andrología. En la mayoría de las mujeres el deseo no baja, pero el cambio hormonal provoca algunos problemas físicos, como falta de lubricación vaginal, incontinencia urinaria y cistitis crónica. Eso, sumado a algunos problemas de erección que empiezan a aparecer, componen un cóctel fatal para el placer. Todo tiene solución. Las terapias de pareja, los tratamientos hormonales y las cremas lubricantes pueden hacer milagros, pero es un momento que a veces cuesta pasar. ¿Quién sufre más? Para el ginecólogo Eduardo Depiano, presidente de la Asociación Argentina para el Estudio del Climaterio, la clave está en la manera en que las dos etapas se presentan: “La menopausia es la última menstruación. Un momento puntual que representa un quiebre en la vida de la mujer. La andropausia no es brusca sino que se presenta gradualmente y, por eso, no tiene el mismo impacto”. Rosenfeld coincide: “En los hombres es un proceso de declinación, que puede estar acompañado de la pérdida de masa muscular, desgano, cansancio y falta de energía”. Además de los sofocones, la falta de calcio y los dolores musculares, en las mujeres la falta de menstruación significa el fin de la fertilidad. Aunque no tengan la vitalidad de los 20, los hombres pueden seguir teniendo hijos. Y esa no es una diferencia menor. “Para nuestra sociedad, el final de la reproducción equivale a la vejez. En consecuencia, la menopausia tiene una imagen negativa muy importante. Es irreversible y la mujer sabe desde niña que le va a suceder. Es como una profecía autocumplida, un momento en el que todos los temores se hacen realidad”, explica Gustavo Fos, psicólogo y coordinador del área de depresión de la Escuela Sistémica Argentina. De la menopausia a la depresión hay un paso. Sin embargo, la mayoría no lo da. “La mujer teje una red solidaria inmediata, tiene la capacidad de procesar y hablar. Sus amigas pasan por lo mismo y se contienen mutuamente”, agrega Fos. A ellos no les pasa lo mismo. “El hombre oculta y enmascara -asegura el piscólogo-. Teme al dolor psíquico y espiritual, los amigos varones preguntan poco y suelen ser poco eficientes en la ayuda antes este tipo de cambios. Se sienten más solos que las mujeres”. Y un hombre solo siempre es peligroso... “Ver que están más cerca de la vejez que de la juventud, es un golpe a la virilidad. Por eso, no es casual que en la andropausia muchos hombres rompan con su pareja de toda la vida y empiecen una historia con una chica más joven”, dice Altman. Para la especialista, la andropausia y la menopausia son una prueba de fuego en la pareja: “Hay un montón de preocupaciones de juventud que ya no están: la crianza de los hijos, el desarrollo profesional, los logros económicos. Sólo queda el amor. Los que saben aprovechar ese momento son los que triunfan”. Estos cambios corporales enfrentan a hombres y mujeres a lo que ya no son. La clave siempre es mirar todo lo que podemos ser.
Entremujeres

Superar una muerte

Este tema lo preparé por la gran cantidad de correos electrónicos que he recibido en los últimos años de personas que han perdido familiares, seres queridos y, los han perdido de pronto, algo que no esperaban y por la inmensa cantidad de noticias de muertes trágicas que a diario vemos en los noticieros de nuestro país. Tal vez no todos se debieron a una larga enfermedad sino que sucedieron en un accidente de autos, un robo o una pelea callejera.
Quizás lo mataron en la calle o sufrió un accidente laboral. Muchas personas que tuvieron que atravesar esos momentos no se han podido reponer, tienen muchas preguntas sin respuestas. A lo largo de toda nuestra vida los seres humanos podemos sufrir más de cuarenta pérdidas emocionales; por ejemplo: la muerte de un ser querido, una mudanza inesperada, una graduación, casarse, terminar con una adicción, una enfermedad grave que aparece en la vida, la jubilación, cambios financieros, problemas legales, dejar el hogar, etc.
Todos estos cambios nos provocan pérdidas emocionales, perdemos algo bueno o malo y pasamos a otra situación, buena o mala, pero siempre algo perdemos. Estas pérdidas emocionales a las que nos enfrentamos nos provocan “pena”.
¿Cuántos sintieron pena alguna vez en su vida?
Cada vez que perdés algo, provoca pena y, la pena no ha sido muy bien entendida y tampoco hemos sabido cómo ayudar a esa persona que estaba atravesando por esa situación. Por todo esto, en primer lugar, quiero decirte que tener pena frente a una pérdida, sentir dolor frente a ella, es normal.

“Que nadie te juzgue por sentir pena”
La pena es el resultado de dos sensaciones que se contradicen entre sí. Por ejemplo, el día que falleció mi papá yo tenía diecinueve años y, ese mismo día, a mí me pasó algo extraño que yo me culpaba por sentirlo hasta que entendí que era algo normal. Por un lado decía: “murió, ¡qué bueno! no voy a tener que estar esperando nunca más que él venga”.

Yo me acuerdo que todos los días esperaba que él llegara a casa y que no le hubiera pasado ningún accidente y, cada vez que llegaba, que oía las llaves, porque él entraba a casa, decía: “Gracias, Señor, porque lo trajiste sano”. Entonces, cuando él murió, lo primero que  pasó por mi mente fue: “ahora ya no me voy a tener que preocupar más por eso, porque él ya no está”. Es decir, por un lado sentía alivio y, por el otro lado, tristeza, dolor y angustia; ya que, no iba a poder verlo más, no podría hablar más con él, no iba a poder abrazarlo más, nunca más podría darle un beso o que él me diera un beso a mí… Y estas dos sensaciones, estas dos experiencias que se juntaron en un mismo momento es lo que a veces no entendemos de la pena. Otras de las situaciones en las cuales ambas sensaciones aparecen juntas es frente a un divorcio, ante la pérdida de un matrimonio.

Mujeres que por un lado dicen: “tengo alivio porque ya no voy a pelearme más, no voy a discutir más, no voy a estar más bajo presión” pero, por el otro lado, sienten el dolor y la tristeza de tantos años vividos juntos y la inquietud de qué es lo que vendrá de ahora en adelante para sus vidas. Dos sensaciones que se encuentran bajo una misma situación: alivio y dolor, emociones ambas por las cuales no tenés que sentirte culpable.

“Los seres humanos podemos sentir alivio y dolor a la misma vez, es natural”.

La pena está relacionada con el corazón y no con el cerebro; por eso, cada vez que a una persona que pierde algo, que está sufriendo, le queremos dar explicaciones racionales, no la ayuda en nada lo que le estamos diciendo.

[La pena no pasa por la cabeza, pasa por el corazón, se siente, y no podemos aliviar la pena de nadie tratando de darle respuestas racionales]

El otro puede entender todo claramente, pero la pena sigue estando en el corazón. ¿Saben cuál es el gran problema? Es que estamos muy mal preparados para ayudar a una persona que está pasando por dolor. Por ejemplo: desde chiquito, cuando perdías algo, los más grandes te decían: “No te sientas mal, no llores”. Entonces cuando trataban de consolarte con esa frase, ¿qué pensabas por dentro…?

• Que tenías que reprimir el llanto,
• Que tenías que reprimir la emoción, porque llorar frente a la pérdida estaba mal.


Otra de las frases que nos decían eran:

• “no importa, ya vas a conseguir otra esposa o;
• “se te murió el perrito, la semana que viene te compro otro”.


Es decir, para que la pena desaparezca había que reemplazar lo perdido, sin embargo hacer esto no calma el dolor que se siente ante una pérdida.

Otra de las frases era:

• “el tiempo sana las heridas, el tiempo sana todo”.
Esa es una gran mentira porque el tiempo no sana nada, lo que sana es lo que hagas en ese tiempo, no el tiempo por sí solo. Si vos decidís sentarte a esperar que venga la sanidad, la sanidad no va a venir y el tiempo se va a hacer largo, porque el tiempo no sana heridas sino lo que hagas en ese tiempo de espera es lo que te podrá levantar de una pérdida.

También:

• “sé fuerte para los demás, sé fuerte para tus hijos”.
¿A cuántos les dijeron eso?, “tenés que ser fuerte, vos sos el sostén de la familia…”
Y vos, en ese momento de dolor, no sabés quiénes son los demás, en ese momento existís vos y tu dolor, no podés ser fuerte para nadie. A la persona que está pasando por un momento de dolor no le sirve que le digan eso.

Otras frases como:

• “mantenete ocupado, se te va a pasar, te vas a olvidar”.
Mantenerse ocupado tampoco soluciona el dolor. Uno puede estar ocupado todo el día, pero al llegar la noche, llega con ella el vacío. Es entonces cuando el dolor y la tristeza vuelven a tu vida, porque no estás sanando tus emociones llenándote de tareas, sino apenas tapándolas.

[La ocupación no es mala, es buena pero es simplemente una distracción. Ella no tiene el poder de sanar la pena que nos ocasiona una pérdida]

Frente a una pérdida, muchas veces, nos dicen: • “Yo sé lo que estás sintiendo en este momento porque a mi me pasó exactamente lo mismo”, sin embargo esto no es así. Por ejemplo, si la pérdida que estás atravesando es la muerte de tu mamá, tu dolor va a ser único y distinto porque la relación que tenías con ella era única. Tal vez tu relación con tu mamá era mala o era buena y, la relación de quien te habló con su mamá era de indiferencia, por eso, es que no podemos sentir lo mismo. “No podemos saber lo que se siente porque toda relación es única”

Y también es seguro que nos encontremos con personas que, para consolarnos, nos quieran cambiar el tema de conversación, no querrán hablar de la muerte ni mencionar esa palabra.

Usarán sinónimos como ser:

• “se fue”,
•“partió”, no pueden decir “se murió”, no pueden hablar de la muerte, entonces, cambian de tema sin darse cuenta que vos le estás diciendo: “estoy destrozada, no doy más, siento que me estoy muriendo y que no tengo fuerzas”. Pero la persona que intenta consolarte, te dice: “no te preocupes, él está con el Señor, él ya no sufre más”.


A vos, en ese momento, esas palabras no te sirven, vos no querés perder el contacto físico con ese ser que ha fallecido, vos estás hablando de lo que te está pasando, de tu sufrimiento, de tu dolor, sabés que él está bien, que ya está en paz, que no tiene más dolor. Pero uno está hablando de su sufrimiento, de estar triste, de extrañarlo. Uno es el que está mal.

¿Cuántos de nosotros hemos dichos frases como éstas alguna vez? Seguramente todos y, como no sabemos qué hacer frente a la pérdida, decimos estas palabras naturalmente. Es por eso que ninguna de estas frases nos ayuda. Aunque ellas brotan naturalmente dado que crecimos escuchándolas, decirlas no ayuda a la persona que está atravesando este sufrimiento. En medio del dolor también nos encontraremos con aquellos que filosofan y sueltan frases hechas, como:

• vos estás vivo y hay que seguir viviendo,
• estás en medio del baile y hay que bailar,
• todo en esta vida tiene un final,
• tuvo una vida buena,
• vivió lo que tenía que vivir, encontrarás a alguien más,
• da gracias que lo tuviste unos cuantos años con vos.


Lo que nos pasa comúnmente es que al encontrarnos con una persona que ha sufrido una pérdida, comenzamos a darle grandes sermones y discursos, sin darnos cuenta de que todas esas frases juntas no ayudan. La persona que ha tenido una pérdida,  no necesita ni frases ni sermones, sólo necesita poder expresar todo su dolor y que alguien solamente escuche. Querido lector, quiero decirte que la recuperación del dolor de una pérdida, en parte se da cuando esa persona puede ser escuchada. Aprendamos a escuchar al que sufre. No sermonees al que ha sufrido una pérdida, ¡escuchalo!

Ahora veamos cómo nos recuperamos de una pérdida, cualquiera que sea.

• En primer lugar, tengo que saber que la muerte es inevitable.
Tenés que saber que morir es inevitable, todos nos vamos a morir. Dice la Biblia en Eclesiastés 3:2: ”todo tiene su tiempo, tiempo para nacer, y tiempo para morir”. Tu tiempo para nacer ya fue, y ahora, en algún determinado momento vendrá el tiempo para morir. Es natural, la muerte nos va a ocurrir a todos, más allá de que la muerte siempre sorprende, especialmente si es trágica, si sucedió de repente.

Siempre la muerte nos provoca enojo. Al morir un ser querido, sentimos que una parte de nuestra vida tampoco está más. Estabas actuando un libreto de la vida, tenías todo armado de una manera y,  de pronto te hacen actuar otro libreto, con un personaje menos en la historia. La adaptación es muy grande y allí es donde empezás a tomar conciencia. Los que hemos perdido a un ser querido, sabemos que la sensación es que no vamos a poder soportar la vida sin esa persona. ¿A cuántos les pasó eso…? O te sentís adormecido cuando te lo dicen, como que no  podés entenderlo, “¿esto me está pasando a mí?” “¿A mí se me murió esa persona?” “¿Me viene a tocar esto a mí?”.

Sentís como una parálisis. Aparecen cambios emocionales, como si te hubieras quedado sin fuerzas, sin energía, pensando que ya no podrás o no tendrás más agallas para hacerle frente a la vida. Esas son las sensaciones que aparecen, pero quiero decirte que tenés que tener bien en claro que la muerte es inevitable, suceda como suceda, ya sea de pronto, o por un accidente, por una enfermedad larga, de alguna manera u otra, todos vamos a morir. • En segundo lugar no tengo que actuar como si no hubiese pasado nada.

Hay muchas personas que dicen: “tengo que recuperarme rápido porque si no, pierdo un montón de gente”. “La gente no querrá estar conmigo si estoy llorando, no me van a aceptar, qué van a decir, no puedo cargar con este dolor tanto tiempo”.

Sin embargo, tenés que darle permiso para ese dolor. Yo no puedo decirte cuánto durará porque cada persona es diferente, cada relación es única, cada emoción es distinta; por lo tanto, no puedo decirte por cuánto tiempo estarás de duelo, pero éste mismo tendrá que ver con que puedas estar sano totalmente, no con el apuro de los demás, porque los demás siempre te van a apremiar, porque no querrán verte en esa situación.

Los otros querrán verte bien para ellos para no tener que cargar con tu pena, con tu angustia, y con esas situaciones que tampoco pueden explicar o pueden resolver. Hay muchos que viven como si ya todo hubiese pasado pero, en realidad, el dolor va por dentro. Analicemos también más de las estrategias que usamos las mujeres. Pensar en la persona que se murió en términos absolutamente positivos, eso se llama“divinizar”, “idealizar” a la persona que murió.

Decimos:

• “era bueno”,
• “era preciosa”,
• “nunca cometió un error”,
• “nunca tuvo una pelea”,
• “era un santo”,
•“era una santa”.


Esto nunca va a ayudar a recuperarte, porque las relaciones no son totalmente positivas o totalmente negativas. Toda relación interpersonal tiene sus altos y sus bajos, tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. Hay personas que dicen: “no hablés mal de los muertos”, y el tema es que no hay que hablar mal ni de los muertos ni de los vivos. Tampoco podés hablar todo bien, porque te estás mintiendo y miren qué interesante porque cuando una mujer diviniza a la persona que murió, se siente culpable, porque dice:

• “él era un santo,
• “era buenísimo, yo era la villana de la película, por eso él se murió antes, porque no me aguantaba más”.


Tampoco envilezcas a la persona que es lo contrario a divinizar:

• “era malo”,
•“un desastre”,
•“menos mal que se fue”, hacer esto también es negativo.

En toda relación siempre hay intercambios positivos y negativos y, para poder recuperarte de una pérdida, tenés que ser honesto con vos mismo. No hay nada mejor que ser honesto con uno mismo en todas las relaciones interpersonales.
En una oportunidad, mientras estaba grabando unos de mis programas de televisión, comencé a hablar sobre la mentira y explicaba que hay mujeres que les encanta vivir en medio de ella, prefieren la mentira a conocer la verdad sin saber que lo único que te puede hacer libre en la vida, es conocer la verdad. Y a los días siguientes de haber estado hablando sobre este tema recibí cientos de correos de mujeres que contaban sus historias de haber pasado años viviendo sumergidas en mentiras de su pareja, y de la profunda tristeza y depresión que les causaba el vivir tapando y negando la realidad en la que vivían.

• Saber que la muerte es algo que nos va a pasar a todos es una verdad. No divinicemos ni demonicemos a la persona que murió.
• Saber que tenía cosas buenas y cosas malas, que hubo momentos en que te hirió, que hubo momentos en que te hizo feliz y la pasaste bien y, también, momentos en los que vos le diste mucha felicidad, y momentos en que con vos no lo pasó muy bien. Esto pasa en todas las relaciones interpersonales.

En tercer lugar me debo preguntar:
¿qué me hubiese gustado que fuera diferente? No tengo más a esa persona, murió. Entonces: ¿en qué me hubiese gustado que esa relación fuera diferente?
El núcleo del dolor de la pérdida es lo que dejé pendiente con esa persona, lo que no llegué a decir, lo que retuve y no le di, lo que no pude expresarle mientras estuvo con vida…

¿Qué quedó pendiente?
¿Qué cosas no le dije?
¿Qué cosas no hice?
¿Qué cosas le grité?
¿Qué cosas me hicieron enojar  y
nunca se lo pude decir?

Muchas veces pasamos todo el día con una determinada persona o compartimos nuestra vida con ella y sin embargo no nos hacemos el momento y el tiempo para decirle y expresarle todo lo que sentimos: lo bueno y lo malo. Por eso, el núcleo del dolor es lo que quedó pendiente.

…Lo que me quedó pendiente, lo que quedó sin solucionar, sin hablar y por sobre todas las cosas, aquellas expectativas que no pudieron hacerse realidad: ver a tu hijo crecido, casado, feliz; haberle podido decir a tu pareja todo lo que sentías por él; ver a tu padres disfrutando de una vejez sana. Es por eso que, cuando una de esas personas se va, el escenario se mueve, cambia y nuestras expectativas empiezan a morirse.

Cuando nuestro mundo está armado y nuestros sueños giran alrededor de esa estructura, el día en el que sufrimos una pérdida, sentimos que ellos también comienzan a desmoronarse.

Decimos:
• “yo contaba con el sueldo de él”,
• “mi hijo siempre me ayudaba”,
• “yo contaba con que si él estaba, yo podría salir a trabajar”. Pero ahora frente a la pérdida, sentimos que nuestras expectativas también están muertas.

No sólo se muere el ser querido sino también las expectativas que se van con él.

Otra de las cosas que quedan pendientes es aprender a perdonar, perdonar el por qué se fue, como así también aprender a pedir perdón, para lo cual les recomiendo hacer ciertas declaraciones emocionales muy importantes.

¿Cuáles son estas declaraciones emocionales importantes?
…”Te amé siempre”. “Sentí que fuiste egoísta conmigo”. “Te extraño mucho”. “Nunca te voy a olvidar”. “Gracias por el tiempo que estuvimos juntos”.
Y poder así decir: “te odiaba, te odié toda mi vida, me arruinaste la vida”. Poder decirlo para así sacar de adentro nuestro todas esas emociones que si siguen permaneciendo allí terminan enfermándonos. Es por eso que es tan necesario pronunciar esas declaraciones, esas palabras que quedaron pendientes, que no dijimos, ese “gracias” que tal vez no le pudiste decir porque se fue y no tuviste tiempo, o porque tal vez cuando quisiste hacerlo, ya no te escuchaba, o no encontraste la oportunidad, o no te atreviste por temor a lo que pudiera responderte.

Quizás te preguntes: ¿cómo hago ahora que ya se fue?
…Buscá a alguien, una mujer o un varón que represente a esa persona, que te ayude en ese momento y decile: “mirá quiero decirte algunas cosas que no son para vos, en realidad son para la persona que se fue, pero necesito sacarlas de adentro mío; necesito contarte esto que me está pasando, ¿me permitís…?”

Siempre habrá gente puesta por Dios en nuestro camino que nos ayudará a recuperarnos.
Tal vez a un hijo nunca le dijiste que estabas orgulloso de él y aún podés hacerlo. Se lo podés decir ahora, porque siempre el dolor más profundo es lo que quedó pendiente y éste no puede quedar guardado porque de permanecer dentro tuyo te traerá culpa y la culpa te enferma, te ata y no te permite seguir avanzando, por eso, hay que soltarlo.

¿Para qué tenemos que soltarlo…?
Para estar en paz con tu pasado y poder empezar así a mirar otra vez hacia delante.
Mientras estés atado al dolor, mientras haya cosas pendientes, seguirás encadenado a tu pasado, y no podrás mirar hacia delante, hacia afuera.

¿Cuántas personas hay que aún siguen guardando las pertenencias (ropa, objetos, etc) de la persona que ha muerto?
Está bien tenerlas hasta el tiempo que tengas que tenerlas, pero habrá un determinado momento en donde tenés que empezar a deshacerte de ellas para poder mirar afuera. Tal vez hoy digas: “tengo todo esto, y separo algo, esto lo quiero dar, esto lo voy a guardar porque no lo puedo dar todavía…”
El hecho es que tus emociones no te ayudan a darlo.

Quizás puedas darlo la semana próxima y, lo que antes no podías dar, ahora podés hacerlo…
Lo volvés a dividir y decís: “esto sí  puedo darlo, esto voy a darlo la semana que viene y esto lo guardo” y, de a poquito comenzar así a desprenderte de aquellas cosas que aún te siguen atando al pasado.

Por eso, aprendé a respetarte y a darte tus propios tiempos, nunca lo hagas rápido.

¿Y para qué necesitas tener paz con el pasado…? No es sólo para ir al futuro, para extenderte hacia lo que tenés delante. Necesitás estar en paz con el pasado para saber que la muerte de ese ser querido no es un “ataque personal”. Nadie quiere castigarte con esta muerte. ¿Escuchaste en algún velatorio las frases que la persona que queda viva le dice al muerto…?

• ¿Por qué me hiciste esto?,
• ¿Por qué te fuiste?,
• ¿Por qué me abandonaste?,
• ¿Por qué me dejaste sola?,
• ¿Por qué en este momento?,
• ¿Por qué lo hiciste?,
• ¿Por qué me castigaste con esto?


Sin embargo, tenemos que saber que la muerte no es un castigo; la muerte nos llegará a todos en algún momento.

Muchas personas dicen: “yo espero morirme antes que...”, “yo no quiero ver la muerte de un ser querido”, “yo quiero morirme antes”, pero seguramente, esa persona que murió tal vez dijo lo mismo que vos: “Quiero morirme antes porque no quiero verte morir”. Es por eso que necesitamos saber que la muerte es un hecho universal y natural.

No es un castigo que te hizo la persona que murió, nadie vino a golpearte, ni a matarte, ni a destruirte con esa muerte. La muerte simplemente es el final de la existencia terrenal y a todos nos va a pasar. Yo creo que recordar a un ser querido tiene que transformarse no en un tormento sino en una caricia. Recordar a ese ser querido, con las cosas buenas y malas que tuvo, no tiene que ser un tormento de dolor, de angustia.

Tiene que llegar un tiempo, cuando ya fuiste  consolado  porque hiciste las cosas necesarias y te diste el tiempo para que así sea y, entonces el recuerdo será simplemente una caricia. El autor de “El Principito” dijo: “y cuando te haya consolado te sentirás contenta de haberme conocido”.

Por último, quiero decirte que tenés que recordar que delante de Dios podés expresar todas las emociones. La muerte trae con ella muchas emociones negativas: bronca, angustia, rabia, dolor, falta de fe. Todas ellas podés expresarlas delante de Dios.
Dios no se va a enojar, no sos menos cristiano porque lo expreses. No sos una persona de poca fe porque expreses que estás enojado con Dios, no sos mala persona por expresar la bronca, por verbalizar y decir: “¡Dios, por qué me hiciste esto!” Por sentir que no querés hablar más con Él; lo mejor es que le puedas decir a Dios todo lo que estás sintiendo.
Eso no es falta de fe. En esos momentos es cuando tu fe es expuesta dado que al hacerlo le estás hablando a Dios, creés que Dios existe y que Él fue parte de todo esto. En esa situación, es donde se ve tu fe. Quiero decirte que no tengas problema en soltar todo lo que estás sintiendo porque Él está viendo todo, y Él te promete que hará algo más para tu vida.

Quiero contarte una historia…

Había dos hombres desilusionados que iban caminando hacia la casa de un discípulo del Señor Jesús, y dice que estaban tristes porque Jesús estaba muerto y, con Él muerto, habían perdido las expectativas.
Ellos decían: “Jesús es el que va a venir a salvarnos, a poner un gobierno de justicia “ y, de pronto, Jesús se muere.
Era el tercer día de la muerte de Jesús y ellos iban caminando, cabizbajos, con los ojos velados, porque la muerte lo primero que hace es velarte los ojos, y no podés ver nada más que tu dolor, el dolor te ciega.
¿Cuántos se sintieron cegados alguna vez por el dolor?, pero dice que Jesús caminó al lado de ellos. Dicen: “nosotros abrigábamos una esperanza, nosotros esperábamos”.

¿Cuántas cosas esperabas que se lograran en tu vida y, de pronto, la muerte vino a tu casa y vos dijiste?:

• “me siento traicionado, yo no esperaba vivir esta pérdida”,
• “yo no esperaba vivir este dolor”,
• “yo me casé para toda la vida, no me casé para que mi pareja se muriera, y ahora me siento abandonado…”.
• “Yo no parí hijos para que se murieran antes que yo”. Y sentís que los sueños se te mueren, que todo terminó y que ya no podés esperar nada más, porque todo terminó, y con esa muerte se arruinó la historia de tu vida.

Así les pasó a estos discípulos, pero Jesús caminaba al lado de ellos.

Ellos decían: “Nunca más vamos a sonreír, nunca más tendremos esperanza, nunca más seremos felices como lo éramos cuando lo escuchábamos a Jesús”.
Tal vez, vos pensaste eso:

• “Nunca más mi vida será igual”,
• “Nunca más voy a poder tener la felicidad que compartía con mi hija”,
• “Con ese hijo”, “con esa mamá”, “con ese papá”, • “con esa abuela”, “con ese esposo”, nunca más, porque ahora no los tengo…


Los discípulos también estaban agotados, preferían olvidarse de todo, pero Jesús estaba caminando al lado de ellos; porque aunque pierdas la esperanza y te enojes, Jesús siempre está al lado tuyo, aún en ese momento de ceguera, aún cuando te da mucha rabia y tenés ganas de decirle: “te odio, Dios”. Aún cuando tenés ganas de blasfemar, Jesús va a caminar al lado tuyo. Al principio, Él no te va a hablar, simplemente te va a escuchar, porque sabe que necesitás soltar todas esas emociones negativas, y cuando vos le entregues esos sueños destrozados, el Señor hará dos cosas:

1. Me va a dar una razón para seguir adelante.
Tal vez estás pensando que la vida sin esa persona no tiene sentido, pero el Señor va a caminar al lado tuyo para volver a darte una razón para que sigas adelante, conquistando los sueños que Él te dio.

2. Le va a dar forma nueva a mi sueño, porque  el sueño vos lo habías pensado con esa persona, pero el Señor dice: “aunque él/ ella no esté, yo voy a dar forma nueva a tu sueño. Si no se da de esta manera, se va a dar de otra. Pero lo que te prometí y la expectativa que tenías de vida y lo que querías lograr, va a volver a resucitar en tu vida porque yo le voy a dar una forma nueva”.

Jesús estará contigo donde quiera que vayas.

Jesús está al lado tuyo y te ha escuchado todo este tiempo. Él no está enojado, sabe que lo tuviste en cuenta, de la fe que hay dentro tuyo.
Dios no se enoja, Dios sabe de tu dolor, Dios sabe porque lo ha experimentado, lo ha sentido y porque Él sabe cómo consolarte, nos ha enviado al Espíritu Santo que es nuestro consolador.

Declará palabras de amor, soltá esa frase que te quedó pendiente, no sientas culpa. Dios te mostrará un escenario nuevo.
Dios te va a mostrar que las cosas se pueden hacer de una manera distinta, que la esperanza que tenías no se perdió, que no se terminó,  no se deshizo. Lo que estabas esperando vendrá, y aún más de lo que te imaginabas, porque cuando Dios hace algo, lo hace mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
 
alejandrastamateas

domingo, 11 de septiembre de 2011

Chau abstinencia: cómo salir de una racha sin sexo

Por Esther Perel Una receta infalible para quedar atrapados en una relación sin sexo es discutir hasta el hartazgo por qué el sexo constituye un problema y de quién es la culpa. Hablar acerca de por qué no hay sexo no hace que la gente quiera tener sexo. El deseo no surge de discutir la falta de deseo ni de analizar por qué no nos excitamos. Pero esto es exactamente lo que están haciendo Mora y Daniel en mi consultorio. Mora dice: "Daniel nunca quiere hablar de sexo". Yo respondo: "Mora, si querés sacar el tema, por favor hacelo. Si necesitás saber que él está implicado en el asunto, pedile que participe". Daniel acepta participar, y Mora prosigue: "El problema es que nunca tenemos sexo y él nunca quiere hablar del tema". Yo aclaro que quizás el problema sea que una vez que la discusión se satura con eso de que "el problema es que..." y "nunca, pero nunca", eso garantiza otra noche sin sexo. Demos vuelta la situación: "Si pudieran tener sexo, ¿cómo sería?", les pregunto. Mora empieza: "Estaría integrado en nuestra relación, sería frecuente, divertido, íntimo, exclusivo". Después le pregunto a Daniel. Él también hace hincapié en la frecuencia, el carácter lúdico y la exclusividad. Con una simple pregunta, han logrado establecer un principio de acuerdo. Se produce un cambio de mentalidad inmediato. Claramente, las asociaciones positivas llevan a otras asociaciones positivas. "¿Se les ocurre alguna experiencia que haya reunido estas cualidades sexuales tan maravillosas?", sigo. Daniel acepta empezar. No tarda mucho en recordar un momento especial al principio de la relación. Mora se había tomado un avión para ir a verlo, y él estaba esperándola ansiosamente en el aeropuerto. "Estabas hermosa, tenías una sonrisa radiante y yo sentí una fuerte emoción. Quería agarrarte ahí mismo y hacerte el amor." Recuerda lo íntimo de la unión. Le sugiero a Mora que cierre los ojos mientras escucha el relato de Daniel. Sé que mientras él habla, ella está viendo lo que él cuenta en su cabeza. Y él también. De hecho, no sólo están recordándolo, sino reviviéndolo. Cuando Daniel termina, Mora tiene los ojos llorosos: "No sabía que todavía te acordabas de eso. Éramos tan unidos". Al compartir estas experiencias, Mora y Daniel evocan su deseo y su pérdida. Se resexualizan el uno al otro, individualmente y como pareja. Mora habla de un viaje que hicieron juntos a Uruguay. Estaban en la playa, Daniel la acariciaba con ternura, ella se sentía completamente libre y segura, contenta de entregarse a él. Ese día, ella tuvo su primer orgasmo. Veo en los ojos cerrados y en las expresiones de Daniel que él también está reviviendo con ella ese momento. Cuando los dos regresan al presente, se han conmovido y sus sentidos se han despertado. El deseo ha reemplazado la culpabilidad y las frustraciones. Se están volviendo a conectar con las personas que alguna vez fueron el uno para el otro. Rememorar sus experiencias sexuales positivas es fundamental para abrir la posibilidad de una relación sexual renovada. Si están viviendo un impasse sexual, en vez de discutir el problema, cuéntense el uno al otro sus deseos, sus momentos ideales, y hagan una lista de todas las cualidades que les gustaría que tuviera una relación sexual satisfactoria. Inmediatamente, se van a dar cuenta de que están mucho más cerca de lo que creían. Así, las historias ideales del pasado los llevarán a nuevas experiencias en el presente. OhLala

Divorciarse a los 30

Capitalizá la historia de amor que se termina y no entres en pánico; acá, una guía para (re)considerar los recursos propios y que en el fin de la pareja no se te vaya todo... erminar una relación siempre implica un tsunami interior. Es una crisis, un cambio, y en las encrucijadas así, los replanteos llegan en catarata. Las amistades, el trabajo, hasta el estilo para vestir, tambalean. ¿Perdí mis mejores años? ¿Podré volver a formar una pareja? ¿Cómo va a ser mi vida después de esta ruptura? En la edad en que la mayoría de mis amigas empezaron a pensar en ser madres, ¡yo estoy haciendo borrón y cuenta nueva! Con la edad sumamos experiencia, pero también exigencias. Y aunque es cierto que no es lo mismo una mujer de 25 divorciada que una de 32, también es cierto que las mujeres a los 30 no son las mismas que eran a los 20. El cambio ayuda a crecer y a reconocerse, pero el divorcio es un duelo y hay que darse tiempo para pensar. ¿Cómo atravesar el momento? Los papeles, el principio del fin El momento de la firma moviliza. Volvés a verlo, se materializa la idea del fin del matrimonio y muchas veces arremete la duda: ¿me habré equivocado? Pero todo lo que firmes ahí define el futuro de tus próximos años. Entonces: mantenete despierta para que el tsunami emocional no te reste lucidez. Qué hacer: por suerte, hay profesionales que te aconsejan y tienen experiencia. Es importante que te asesores y, si el divorcio no se realiza en buenos términos, que un tercero intervenga. Que el impulso de terminar con todo rápido no te haga firmar cosas de las que después puedas arrepentirte. Tomate tu tiempo y dejate acompañar por los que saben. Probá tus fuerzas Quedarte sola en casa, ¿no te da la sensación de sábado por la mañana; de que hay tiempo para hacer lo que querés? La separación debería poder pensarse así. Qué te gusta, quién sos, qué buscás. Ahora podés empezar de nuevo (pero con experiencia). Las cosas tal como las conocías cambiaron. Esto aterra al principio, pero es seductor si se lo mira con optimismo. Qué hacer: para avanzar, a veces hay que retroceder unos pasos. Ésta puede ser la excusa para tomar envión. Reconocé tus recursos y retomá esos proyectos que tenías archivados: un viaje o esa carrera que no empezabas por falta de tiempo o de voluntad. Reacomodate, pero no te exijas cambiar todo de golpe. Las amigas suelen insistir en salir para conocer a alguien, pero tenés que tratar de escucharte en lo que querés y necesitás. ¡No te sacaste un cero! Al principio, el divorcio siempre huele a fracaso. Le das vueltas como una loca a la idea tormentosa de que fallaste, sos culpable, game over. Qué hacer: si lo pensás bien, te vas a dar cuenta de que no es así. Lo que alguna vez elegiste, lo elegiste porque coincidía con lo que te gustaba. Esa persona, esa historia, ese proyecto, alguna vez te convencieron de que te iban a hacer feliz. Por eso es que en una ruptura no hay culpables. Ninguna empresa debería ser emprendida sin el recordatorio de que los procesos son dinámicos. Lo que en un momento encastraba perfecto puede bifurcarse. No te hundas en la culpa, que sólo consigue hacerte sufrir y paralizarte. Bendita experiencia En la elección de pareja, con frecuencia, no aprendemos del error. Al contrario: insistimos y, bajo el disfraz de lo distinto, volvemos a elegir lo mismo. Entonces, frente a una crisis así, surgen los replanteos. Qué hacer: tomá conciencia de que existe algo que te lleva a realizar elecciones que no resultan y a encontrar la desilusión, cuando estabas convencida de querer salir de viaje a la felicidad. ¿Cómo hacer para que la próxima vez sea distinta? Atravesando la crisis con reflexión. Si te dejaron, la separación va a tener que ver con "aceptar"; y si decidiste dejar, la experiencia tiene el sentido de "rectificar", de modificar lo que venía siendo, para que la próxima vez sea mejor. Cuando hay hijos Es importante la diferencia entre un divorcio sin y con hijos. La "pareja afectiva" se puede disolver. Pero la "pareja parental" no se disuelve nunca. Qué hacer: el divorcio con hijos va a exigir una madurez especial. Lo que podrían ser reacciones normales en el primer caso (descarga, corte de la comunicación, indiferencia) es algo que en el segundo vas a intentar que no ocurra para no malograr un vínculo que continúa: tenés con el otro algo en común, y de por vida. La relación con tus hijos, a su vez, se puede reescribir. Después del divorcio, es probable que las cosas que cambien en tu vida repercutan en ellos. Tratá de dejarlos fuera de tu terremoto interno para que también con ellos puedas cambiar lo que no estaba funcionando. Pero ¡yo quería ser madre! Si no tuviste hijos, la situación es otra. Los 30 suelen conectarnos con la maternidad. Por deseo propio o por contexto. Lo cierto es que la presión, las ganas, la exigencia de tener hijos, comienzan a soplar la nuca. Los 30 son LA década. Todavía sos joven, pero la conciencia del reloj biológico titila. Qué hacer: la separación puede conectarte con la incertidumbre... ¿Tendré tiempo de volver a enamorarme, volver a ser elegida, volver a tener una relación comprometida que desee hijos? Con esta decisión, ¿no me estaré alejando de la maternidad? La verdad es que no se sabe, pero también es cierto que terminando una relación que no iba, das la posibilidad de que se genere una situación mejor para ser madre. Eso supone cierta dosis de valentía, tener confianza en vos y, por qué no, un poco en el destino. OhLala