lunes, 11 de agosto de 2008

Depresión en aumento

Lucas A. tiene 11 años. En el colegio, durante el recreo, empezó a quedarse a un costado del patio, a aislarse de sus compañeros. Las maestras notaron que no tenía ganas de jugar y que había perdido el interés en sus actividades favoritas. Se quejaba todo el tiempo de que estaba aburrido, de que no tenía ganas de nada. Los padres pensaron que estaba cansado y que terminar el colegio le haría bien. Pero Lucas recibió las vacaciones con el mismo desgano; ningún plan le parecía interesante. Comenzó a tener problemas con todo el mundo, a mostrarse irritado, hostil. No daba la impresión de estar necesariamente triste.

Pero estaba deprimido. “Se ve un incremento de las consultas de adolescentes por una serie de síntomas, como trastornos de la conducta alimentaria (anorexia, bulimia), alcoholismo y otras adicciones, problemas de conducta en el colegio o dificultades relacionadas con el aprendizaje. La experiencia nos indica que por debajo de estos trastornos visibles, en muchos casos hay una depresión que está velada, oculta” , explica a Para Ti el Dr. Jorge Blidner, Jefe de la Unidad de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez que depende del gobierno porteño. Para trazar diferencias entre depresión infantil y adolescente, se considera niños a los chicos de hasta 10 u 11 años y a partir de los 12 o 13 comienza la pubertad psicológica, física y la posterior adolescencia.

El desgano no es la única expresión de una depresión en puerta. “Me duele la panza”, “Me duele la espalda”, “No tengo hambre”. Las frases que cualquier madre escucha habitualmente de sus hijos ya sean chicos o adolescentes no tendrían por qué preocuparla demasiado. Sin embargo, si alguna de estas situaciones comienza a reiterarse por un tiempo considerable, si se “instala” en algún dolor que no tiene causas precisas o un trastorno de conducta, entonces hay que estar atentas: detrás de estos síntomas puede esconderse una depresión. Hay que entenderlo, aceptarlo y remover los prejuicios que hay en torno al tema. Los especialistas recomiendan prestar atención a este tipo de cuadros y no restarles importancia.

Uno de los motivos más frecuentes de consulta, tanto en niños como en adolescentes, son los dolores. Vienen al consultorio y se quejan de dolores crónicos, espasmos intestinales o contracturas musculares, pero estos cuadros no tienen una causa orgánica definida”, indica este especialista en psiquiatría infanto-juvenil que trabaja en el hospital desde hace 31 años.

Según la Dra. Patricia García, psicoanalista y médica psiquiatra del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, es muy difícil que los chicos digan lo que les pasa. “Cuanto más chiquitos son, más síntomas aparecen en el cuerpo o en la conducta. Como no tienen posibilidades de decir ‘Estoy triste’ dicen ‘Me duele la cabeza’, o las piernas o los brazos, por ejemplo. Estos síntomas son equivalentes depresivos. En los casos de trastornos de ansiedad, tienen vómitos o diarrea”, indica.



LA CARGA GENÉTICA. Se estima que entre el 8 y el 10 % de la población infantil padece depresión, aunque los especialistas coinciden en que existe un subregistro en la Argentina. Los cálculos indican que las consultas en los servicios de salud mental infantil han aumentado entre el 30 y el 40 %. Muchas veces el adolescente oculta el problema con alguna adicción al alcohol, marihuana o incluso cocaína, advierten los médicos. En todos los casos, el peligro de no darse cuenta es enorme: según estadísticas mundiales, el suicidio es la tercera causa de muerte en la población infanto-juvenil de los países desarrollados, después de los accidentes y el cáncer.

Sin embargo, hay un dato estadístico alentador que aporta el Dr. Pedro Kestelman, médico principal del Servicio de Salud Mental del Hospital Garrahan y psiquiatra de niños y adolescentes: “Hasta fines de la década del ´90 se registraba un incremento persistente de los intentos de suicidio en el mundo, pero desde finales de esa década hay un descenso en la cantidad de intentos de suicidio debido a una adecuada terapéutica. Para superar el cuadro a veces no sólo es necesaria la terapia, sino también la medicación, de modo que hay que suministrar antidepresivos”.

Si en este aspecto se ha avanzado, la pregunta que surge es por qué han aumentado las consultas por depresión en chicos y adolescentes. Kestelman afirma: “La mayor cantidad de consultas tiene que ver con la transformación de la vida en sociedad, no sólo en la Argentina sino también en el resto del mundo. Los niveles de estrés se han incrementado en la vida diaria y éste puede actuar como un disparador muy fuerte, sobre todo en chicos con predisposición genética a la depresión”.

Según el psiquiatra, los últimos estudios realizados en Estados Unidos demuestran que hay una fuerte carga genética. Se descubrió que los niños de padres depresivos tienen tres veces más probabilidades de serlo que los que tienen padres sin antecedentes. El componente hereditario es muy determinante en lo que se denomina “estilos de pensamiento negativo”. Explica que también es cierto que a veces, aunque los chicos no tengan una predisposición genética, si en la casa hay un clima depresivo, obviamente esto puede afectarlos y derivar en un cuadro.

Los especialistas coinciden en que hay dos cuestiones clave a las que hay que prestarles atención: el sueño y el apetito. El insomnio o el exceso de descanso, al igual que la pérdida o el exceso de apetito, pueden ser señales de una depresión, sobre todo si están acompañados de falta de interés, apatía e irritabilidad.

¿Pero cómo distinguir entre una crisis de angustia pasajera y un estado depresivo? Y, en el caso de los adolescentes, ¿cómo saber si no se trata de conductas típicas de una edad conflictiva? “El cambio de conducta es muy importante. Una cosa es una crisis temporaria, en la que al chico se lo ve circular, tiene sus amigos y sus gustos. Pero si un chico venía bien y de golpe empieza con un fracaso en todas las áreas –en el colegio, en el deporte, pierde el sueño, deja de tener interés en ver a los amigos, está triste o irritable– entonces sí hay que preocuparse y pensar en hacer una consulta. Lo que vemos es que aun en casos de depresiones muy severas los padres tardan bastante en darse cuenta. Piensan que su hijo es el típico ‘vago’ y el problema queda enmascarado detrás de la rebeldía adolescente”, sostiene.



¿UN MAL DE LA ÉPOCA? A la hora de hablar de las causas de este fenómeno, el Dr. Blidner reflexiona: “Suponemos que es uno de los efectos de una sociedad de consumo híper-estimulante y globalizadora, con medios de comunicación que potencian el exceso de información y la disminución del conocimiento. Además, antes los padres controlaban mucho más lo que venía del medio hacia el niño, modulaban estos estímulos, pero en la actualidad esa función de protección está destruida”.

Con preocupación, Blidner y García observan que la depresión se trasladó de la vida adulta hacia la adolescencia y, de allí, hacia la niñez. Y para explicarlo, utilizan un neologismo: “adultización”. En los adolescentes se refleja también en la aparición de cuadros que antes sólo se observaban en pacientes mayores de 30 años. La melancolía –que ahora se denomina trastorno depresivo mayor– y la manía (cuando la persona está permanentemente excitada, eufórica y desconectada de lo que sucede) son algunos ejemplos.

Y aparecen en chicos de 8, 9 y 10 años cuadros que antes se veían recién a los 14, 15 y 16 años. No se trata solamente de depresión, sino también por ejemplo de las anorexias precoces.

Hace 23 años que hago esta especialidad, y lo que veo últimamente es un aumento de patologías más severas en la infancia. A los 9 años ya puede aparecer la idea suicida, aunque es más común que surja en la pubertad”, agrega García.

Aunque cuesta imaginarlo, esto no aparece de un día para el otro, explica la psicoanalista. Primero surgen ideas de muerte expresadas en frases del estilo de “preferiría estar muerto” o “para qué vivir si la vida no tiene sentido”. Y luego viene la etapa del plan, es decir, cómo va a concretarlo. “Si hay plan es probable que haya que internar al paciente, porque el riesgo muy alto”, enfatiza.

Los más chiquitos, en cambio, no llegan a elaborar estas ideas. Pero hay un dato llamativo: muchas veces tienen accidentes repetidos. Un día se caen por la ventana, otro día se queman con algo, cruzan la calle sin mirar o cometen distracciones graves que los ponen en riesgo. Cuando esto se reitera, no se puede pensar que se trata de travesuras. Otro síntoma es la pérdida de placer en el juego, sobre todo en las edades entre 6 y 10 años. Estos chicos, que no se divierten, pueden estar sufriendo una depresión.

La experiencia clínica indica que cuando aparece una depresión en menores de 6 años casi siempre hay un adulto depresivo en la familia, que puede ser la madre o el padre. Los antecedentes familiares son las causas más importantes. Y esto, aclara García, no tiene que ver con que los padres estén juntos o separados. Muchas veces los padres están juntos pero lo que deprime es la falta de comunicación, o que siempre marcan lo negativo y hay una recriminación permanente.

También la sobreprotección influye y se hace evidente sobre todo en los trastornos de ansiedad y ataques de pánico. “En algunos casos aparece la tristeza profunda, pero son los menos. Por eso, muchas veces, no son los padres sino otras personas que están contacto con los chicos las que se dan cuenta. También vemos casos de chicos violentos con su familia, con sus pares, que se lastiman a sí mismos, se inflingen cortaduras. Se hacen tatuajes pero no para exhibir una imagen específica, sino en forma anárquica, se tajean con un cutter”, cuenta Blidner.

Estos chicos tienen una sensación de minusvalía crónica, dicen “yo no valgo nada” en forma constante y reiterada. También son frecuentes los auto-reproches: “Soy un idiota, todo lo que pasa es por culpa mía”. Para contrarrestar esas sensaciones y demostrar que valen, llegan a conductas de riesgo como tener relaciones sexuales sin cuidarse. “La adolescencia es una etapa turbulenta de por sí, pero en estos casos es indispensable la consulta”, opina Blidner. García acota que también un chico al que le puede ir bien en el colegio pero se encierra, es muy exigente consigo mismo, se “quiebra” a menudo y tiene crisis terribles ante los exámenes, puede necesitar también –siempre que se trate de algo persistente– ayuda profesional.

La crisis de la edad en los adolescentes aporta un combustible adicional de estabilidad, pero no pasa sólo por la edad. Hay chicos predispuestos, por distintas razones, a este tipo de cuadros. Pero lo más importante es tomarlo muy seriamente. Con ayuda, es posible contenerlos, que mejoren y recuperen su vida cotidiana”, agrega Kestelman.