miércoles, 9 de julio de 2008

EXCUSA DE LA MUJER SEGUN LOS HOMBRES

Me voy a morir sin saber lo que es estar indispuesto. Qué bronca. Cómo me gustaría saber cómo es, cómo se siente, qué te pasa los días antes, qué te pasa durante y qué te pasa después. No concibo la idea de pasar por este mundo y no saber realmente si es cierto que este asunto puede afectar tanto una vida como acusan las mujeres. Me hubiera gustado que me feliciten por ser señorito y que me hagan un regalo y salir con mi papá a comprar toallitas o tampones. Me gustaría sentirme sensible, al borde del llanto todo el tiempo, inestable física y emocionalmente. Cómo me gustaría hablar del tema con total impunidad, cómo me gustaría que se me hincharan las tetas, que me doliera la panza, sentirme gordo, feo, sucio y peludo. Qué satisfacción gritar de repente y ante la nada, porque sí, qué lindo decir: "¿no te das cuenta que estoy indispuesto?" o "perdoname si estoy nervioso, me vino y no sé lo que hago". O lo máximo: "chicos, hoy no voy a jugar al fútbol, me está por venir y me siento pésimo". Me intriga conocer la angustia del atraso, vivir con plenitud esa incertidumbre solitaria.

Qué lástima. Dejaré la vida sin conocer todo ese universo. Disfrutar de esa complicidad única que tienen las mujeres cuando hablan del tema. Pero no, no me va a pasar. Cuesta resignarse y aceptar, por ejemplo, que nunca voy a ir al baño con la cartera, que nunca voy a saber por qué algunas usan toallas y otras usan tampones y que jamás me voy a atrever a preguntarlo para evitar el tema escatológico. ¿Existe algo entre nosotros, los hombres, que equivalga a un momento semejante?

Las noches en las que me reúno con mis amigos a comer, exageramos en el pedido y me voy a acostar pesado, incómodo, deshecho, pero al otro día ya me siento bien. ¿Qué más? Soy hincha de Atlanta. Atlanta juega en la tercera categoría, muchos niños lo ignoran, descendió, quebró y le clausuraron la cancha, entre otras desgracias. No es poco sufrimiento. Pero hay más. De vez en cuando las erecciones aparecen cuando uno no las desea: en una sala de espera, en un locutorio, en un transporte público, en una reunión, en el trabajo, en una fiesta familiar, en un asado, en el teatro, en una pileta, en una playa, en una playa de estacionamiento, frente a una playera de una estación de servicio, mientras se escribe la columna para una excelente revista femenina. Y es incómodo. La erección inoportuna es incómoda y rebelde. Uno no sabe si lo descubrieron, hace poses para ocultarla, mira a la pared, intenta pensar en los titanes de 100% Lucha para que se pase rápido. Es un momento traumático. ¿Alcanza? Suena a que no. Nada iguala al hecho de estar indispuestas. Me parece que no hay punto de comparación. No hay igualdad entre los sexos y nunca lo habrá por culpa de este impuesto mensual que termina en una jubilación extraña y vengativa llamada menopausia. La menstruación debería ser por débito automático y ya: saber que les viene, pero no lo sienten. Es una idea que se me ocurre. Es de la única manera que tengo para ayudarlas. Si les pregunto qué les pasa, dicen que nada. Si no les pregunto, soy un egoísta. Si intento ayudar, no voy a saber cómo hacerlo porque no vivo algo así ni nunca lo voy a vivir. Y sí, tienen razón. Nunca voy a vivir algo así. Pero cómo me hubiera gustado. Para probar al menos.