lunes, 28 de julio de 2008

CUANDO AL RETARLOS NOS SENTIMOS CULPABLES

Por lo general para separarse de quien más amamos debemos pelearnos. Y esta pelea convierte una situación dolorosa en algo más fácil de sobrellevar. Es muy complicado tomar distancia de quien más se ama, pero para crecer es necesario. Eso les sucede a los niños pequeños y se reactiva en el comienzo de la adolescencia.

¿Cómo puede ubicarse una mamá frente al “maltrato verbal” de su hijo de 2-3 años? ¿Y frente a los enfrentamientos de su hija de 14?

Si logra comprender que la autoafirmación de su yo es el NO, y todos sus equivalentes (mala mamá, fea, no te quiero más, calláte), podrá contener, sostener y encauzar los sentimientos que emanan de su necesidad de autonomía.

¿Cómo? Sin engancharse, sin perder la asimetría, y manteniendo los límites para que esta etapa transitoria esperable, no desborde en una crisis del vínculo con consecuencias. Permitiéndole quejarse, “despotricar contra el mundo, pelearse por cosas aparentemente intrascendentes”.

La manera evolutiva e inmadura que tiene un niño para expresar sus afectos más genuinos a veces choca con la respuesta de los adultos que se “ofenden” y sufren por estas respuestas y se cuestionan si son buenas madres o padres porque su hijo dice que no los quiere.

Todo lo contrario: cuanto más amor se siente, y cuanto más pendiente se está del otro, más virulenta será la reacción de querer romper ese “cordón umbilical” invisible que los sigue uniendo y es necesario ir recortándolo de a poco.

Tanto los niños pequeños como los adolescentes que comienzan esta etapa están en búsqueda de su identidad, y de una posición en el mundo.

Dejamos de ser sus referentes exclusivos, los empezamos a desilusionar. Y esto es muy bueno porque los habilita para mirar hacia afuera, hacia los otros, hacia la cultura y no quedarse encerrados en una relación de dependencia absoluta que a la larga produce malestar y enfermedad.

Es sencillo expresarlo con palabras, pero en estos avatares de la relación madre-hijo se van tejiendo las matrices de aprendizaje que lo acompañarán durante toda su vida.

Esto significa que aprenderá en este interjuego de amores y odios, a conocerse, conocer a los demás, a reconocer sus límites, hasta dónde puede llegar y qué es aquello que gana o pierde por intentarlo.

Comprenderá que si hay un amor verdadero, este no está en juego a pesar de que se produzcan peleas, discusiones, enfrentamientos de ideas y opiniones.

Aprenderá a decir “No” cuando realmente sea necesario y podrá decir “Si” a muchas experiencias sin riesgos, especialmente a la experiencia de vivir su vida.

Hasta la próxima

Licenciada Alejandra Libenson

Psicopedagoga, Psicóloga
Especialista en crianza, vínculos familiares, pareja y fertilidad
Autora del libro “Criando hijos, creando personas”