lunes, 14 de julio de 2008

ADICTAS A EL

Seguro que conocés alguno de los síntomas. Empezás una relación que por la adrenalina, la pasión, o lo que sea, te electrifica, te embriaga, te llena. Después, el príncipe resulta un sapo: lo besás y lo besás, y nada. Ahí se te presentan dos opciones: lo dejás ir o, en lugar de aceptar que la pareja no va, te quedás esperando que funcione para volver a sentir ese efecto inicial.

Se suele creer que la adicción se refiere sólo a una sustancia, pero también se pueden consumir vínculos, compulsiva y destructivamente. Hoy, los neuropsicólogos entienden que "amar demasiado" puede ser un infierno tan siniestro como el de cualquier adicto, un sombrío lugar físico y mental al que no se llega por jeringas ni recetas.

Las adictas

La codependencia (la de las aquellas que se enganchan con hombres infantiles que son incapaces de comprometerse y se ponen a merced de sus necesidades) desemboca fatalmente en adicción, aunque también se puede tomar este callejón directamente, sin pasar por el primero. Las adictas se enganchan con varones narcisistas, manipuladores y "evitadores". El vértigo y la adrenalina que consiguen es su manera de estimularse.

Estas relaciones se caracterizan por ser dramáticas, llenas de excitación, sufrimiento, reconciliaciones y un alto grado de erotismo. El esfuerzo por complacer se centra en lo sexual, que es utilizado para tapar carencias afectivas, como la necesidad de ser protegida o valorada.

Los intentos por retener y/o cambiar al otro se convierten en una guerra perpetua donde uno es el que "soporta" ser desequilibrado o agredido, mientras el otro desprecia, suplica o se aleja. Hay mucha desvalorización y violencia, pero la mujer se siente culpable, y piensa que si hace lo correcto las cosas van a funcionar. Por eso se queda.

Las consecuencias

La autoestima queda gravemente lesionada, y la salud deteriorada por el estrés que provoca descender la espiral adictiva, mientras la dependencia se va haciendo mayor y más nociva. Del mismo modo en que las sustancias que generan dependencia, desde el café a los psicofármacos, alteran el estado de ánimo, estos vínculos exigen tanta energía, que ponen en un nivel de alerta, vigilancia o tensión que te saca del estado depresivo. En realidad, no se es adicto a nadie en particular; hoy puede ser uno y mañana, otro. La adicción es a la sensación, con todo su efecto de enajenación y borrachera.

Los neurobiólogos modernos también comprobaron que estos amores nocivos ponen en marcha el mismo circuito químico que el tabaco o la cocaína: el neurotransmisor dopamina se libera en el centro de recompensa del cerebro, dándote sensaciones agradables, por lo cual se tiende a buscar y buscar de nuevo ese placer. El problema es que en muy poco tiempo –exactamente igual que en todas las adicciones– lo único que hay es dolor.

El rescate

Los tratamientos para este "mal de amores" también se parecen a los que se emplean en el resto de las adicciones. Los grupos son los más exitosos, porque, más allá de la razón o la voluntad, se requiere una fuerza suplementaria, que es la que da la contención de los otros.

El objetivo de los tratamientos terapeúticos es aprender la receta para establecer vínculos sanos, que nos hagan felices… y hay muchas mujeres que aseguran que se cumplen.

Cinco claves para reconocer a una adicta al amor

1-Están "sobregiradas": trabajan de más, cuidan de más, entienden de más… Invierten de más en todos los ámbitos, sin mirar dónde ni cuánto.

2-Experimentan sufrimiento, profunda depresión o agotamiento crónicos, por el esfuerzo de intentar cambiar al otro más el vaciamiento de la propia identidad.

3-Concentran su energía en resolver los problemas del otro o aliviar su dolor; darle el gusto, protegerlo o manipularlo para que haga las cosas "a su manera" (la de ella); compartir sus hobbies e intereses; no provocar su enojo, ni su rechazo; involucrarse estrechamente con él por más que se achique su círculo social.

4-Se van enfermando. Está estudiado; las relaciones tóxicas generan una variada gama de síntomas físicos y psíquicos que triplican las posibilidades de alterar el sistema inmune.

5-Se ponen en una posición de víctimas (porque sacrifican su propia felicidad) que no las ayuda. En realidad, es la peor de las trampas: si la pareja no las necesitara más entrarían en pánico.