martes, 16 de septiembre de 2008

Como cambié mi cuerpo

Quince, veinte, treinta, setenta kilos de más. Estas mujeres, por distintas razones, dejaron que la comida las invadiera y tapara todos sus malestares. Tras el cuerpo excedido, también había vidas que pedían un cambio, una transformación. Ellas se atrevieron a hacerlo, no sólo por estética, sino por salud. Aquí, te cuentan cómo lo lograron.

Taparse. Vestirse siempre de negro. No mirarse en el espejo. Comer a toda hora y llenar con la comida un gran vacío emocional. Parte del decálogo de sus vidas. Pero un día decidieron que era tiempo de cambiar, que merecían darse otra oportunidad para volver a colocarse en ese lugar de mujer que habían perdido –porque hasta su parte femenina parecía haberse borrado–. “Mirá las fotos: soy otra. Pero no sólo en lo físico, sino en la actitud. Cambió mi cabeza. Peso la mitad de lo que era”, cuenta entusiasmada Vanesa Gorges (38). Ella cargaba con 140 kilos ganados en sus tres embarazos, pero tan sólo en diez meses logró deshacerse de 70 kilos siguiendo el tratamiento del Dr. Máximo Ravenna. “Hoy sigo yendo a la Clínica de Ravenna por mantenimiento. Soy consciente de que esto es de por vida. No te podés relajar. Si una vez fuiste gorda, podés volver a serlo, por eso no hay que dejarse estar”, aclara. Por eso, todas las mañanas, no bien se lava los dientes, se pesa y si la balanza revela que hay dos kilos de más, vuelve a la dieta.

“En todas las fotos de la época en que estaba gorda, me estoy tapando con alguna de mis tres hijas”, dice mientras le muestra a Para Ti “la Vanesa que no quiere volver a ser”. “Siempre vestía de negro; hoy lo uso por elección y no para disimular. Además, me amigué con el espejo. Antes no podía mirarme en ningún lado”, sigue contando. Hasta los 23 años, Vanesa fue flaca, incluso se ganaba la vida trabajando como promotora, pero con el primer embarazo decidió dejar de cuidarse en la comidas, así llegó a engordar 45 kilos. Después de tener a su primera hija, como no podía bajar de peso, decidió quedar embarazada nuevamente. “Con el segundo embarazo me quedé con 30 kilos de más. Era capaz de comerme una pizza entera. Probé todo tipo de dietas pero como no te enseñan a tener conducta con la medida de lo que podés comer, enseguida volvía a aumentar lo que había bajado. Y después del tercer embarazo llegué a pesar 140 kilos”, cuenta.

En julio de 2006, una amiga le recomendó probar con el método de Ravenna. “Comencé por leer su libro y comprobé que eso era lo que estaba buscando. Empecé por dejar de consumir harinas, y ahí bajé de una manera impresionante. Soy de retener mucho líquido, y la harina no ayuda. También aprendí a controlar la medida: antes de conocer el método Ravenna, si la dieta que yo seguía indicaba comer un tomate, iba a buscar el más grande –señala–. En la clínica me enseñaron a cambiar de actitud. Trabajé tanto la importancia del cuerpo que ya no vivo para comer, y empecé a valorar lo importante que es mantener el peso no sólo a nivel estético, sino para la salud”. Cuenta que tuvo que pensar qué ponía en la comida, qué vacíos estaba llenando y desplazar el placer hacia otro lugar. “Nunca pensé que bajando de peso iba a poder solucionar varias cuestiones personales. Es imposible no decir que todo esto cambió mi vida”, confiesa.

Vanesa hizo diez meses de tratamiento para bajar de peso; hoy sigue en mantenimiento. A lo largo de esos diez meses descubrió que no podía seguir trabajando doce horas y cambió su empleo en una peluquería por el de una empresa de organización de eventos, donde trabaja la mitad de tiempo. “Pude hacer una conexión conmigo y descubrir qué era lo que realmente me gustaba porque sentí que durante muchos años yo me había desdibujado. Vivía para la foto familiar y en realidad estaba en el último lugar para todo, hasta para darme los gustos”, sigue contando. Recuperar su peso le llevó a sentir una sensación extraña: “Volví a tener ese cuerpo que había dejado a los 20 y tuve que aprender a conocerme para encontrar cuáles eran mis gustos, mis placeres. Durante mucho tiempo estuve fuera de lugar: pensá que no entraba sentada en la butaca del cine, que ni siquiera podía sentarme en el piso para jugar con mis hijas. Todo me costaba el doble de esfuerzo”.

Para Vanesa, bajar de peso significó un crecimiento personal: “Me había casado para ser feliz y tener la familia Ingalls y el príncipe azul, y nada de eso pasó”. Cargaba con una historia pesada, física y emocionalmente. “El método Ravenna es muy personal. Estás contenida por nutricionistas, médicos y psicólogos. No estás a la deriva. No todo el mundo tiene las mismas necesidades. En mi caso, al principio fue sólo una dieta de 600 calorías más suplementos de vitaminas y minerales. Consumía un yogur por la mañana, una manzana por la tarde; para almorzar, una pata de pollo, un tomate perita y dos rodajas de calabaza, y de cena, una hamburguesa light y una fruta. Además, mucho líquido y un caldo hipocalórico antes de cada comida. Nada de picotear entre horas. Después, me agregaron gimnasia”, explica. Si tenía una fiesta, comía en su casa, antes de salir.

Hoy consume entre 1.200 y 1.300 calorías diarias, camina una hora diaria y hace gimnasia tres veces por semana.“Hasta que bajé de peso no me había dado cuenta de cuánto afectaba a mis hijas –tienen 15, 14 y 10 años–. Ellas me dicen que yo vivía triste y además, no les gustaba que las fuera a buscar al colegio. Sentí que me había perdido”, sigue diciendo. A la pérdida de peso le sobrevino la crisis matrimonial: “Separarse de la comida es como separarse de un marido con hijos, dice Ravenna en su libro y aunque suene irónico, eso es lo que me pasó. El papá de mis hijas es un buen hombre pero mi relación con él se había vuelto dañina. Quien te dice que es feliz así te está mintiendo. Cambié yo y cambió mi entorno. Siento la fuerza de poder superar muchas cosas”.

“Logré la estabilidad en todo”

Un trasplante de córnea, una separación, un accidente, quedar sin trabajo después de 12 años en el mismo empleo más un pico de estrés fue demasiado para María Pía Alvarez (37). A partir de ese momento comenzó a comer hasta llegar a los 70 kilos. “Antes que me pasara todo esto pesaba 43 kilos. Pero el empezar de cero en todo hizo que me la agarrara con mi cuerpo y empecé a engordar”. María Pía llegó a pesar 72 kilos que en un metro sesenta, se notan mucho. “No quería mirarme al espejo ni comprarme ropa. Mi terapeuta me aconsejaba que, por lo menos, caminara una vuelta manzana, pero no tenía ganas. Hasta que un día hice el clic y decidí empezar a cuidarme”, cuenta. Como no le gusta cocinar, María Pía contrató un servicio de delivery de viandas Light (Nonnina Light). Son viandas de 1.200 calorías diarias que incluyen pastas, platos con arroz, carnes de todo tipo, tartas, verduras, pescados, mariscos, y postres. “Aprendí a tomarme el tiempo necesario para comer. Cuanto más se tarde en comer, la señal de saciedad llegará al cerebro antes de que se llene de calorías. Es necesario comer bocados más chicos, en forma lenta, degustar, saborear la comida y masticar bien. Y tomar tres litros de líquido diarios (agua, soda, infusiones, gaseosas y jugos diet, aperitivos de hierbas light, caldos desgrasados, gelatina diet)”, explica María Pía.

“Los primeros fines de semana no salía de casa para no tentarme, después me llevaba la vianda a la casa de mis amigos y así empecé a bajar de peso”, relata. Un día, su socia en la agencia de prensa que lleva adelante, la invitó a una clase de spinning y desde ese momento, quedó “enganchada” con la actividad física (su profesor es Marcos Cortez). En seis meses logró bajar 25 kilos. En el verano de 2007, cuando alcanzó a recuperar su cuerpo, contrató un fotógrafo para que le hiciera fotos en la playa. “Ese año me puse el bikini más chiquito que encontré”, dice. Después de bajar de peso, en la Clínica B&S le hicieron mesoterapia, le aplicaron inyecciones reductoras, carbohidrox, accent y Keeling: así logró eliminar la celulitis en grado cinco que tenía. Hoy, pesa 48 y hace spinning todos los días y desde el año pasado, patina dos veces por semana. “Me doy el gusto de comer de todo, pero en menor cantidad, y la gimnasia me ayuda a mantenerme”, cuenta. “Ahora puede lograr el equilibrio laboral, físico y emocional. Me estabilicé en todo”, concluye.

“La que tiene tendencia a engordar no se puede relajar”

En Pía López Cano (40), el embarazo fue decisivo para la balanza ya que le dejó 17 kilos. Seis meses después de tener a su hija, se separó de su marido, y siguió engordando. Llegó a pesar 76 kilos. “Estaba bajoneada y me costaba volver a la rutina de gimnasia, algo que había dejado con el embarazo. Sentía que no servía para nada”, comenta. “Ahora peso 61 kilos pero estuve mucho tiempo cargando con esos kilitos de más. Me costó ponerme las pilas para bajar de peso”, sigue diciendo. Cuando se dio cuenta de que su socia, María Pía Alvarez, había logrado bajar de peso, no quiso quedarse atrás y decidió empezar a cuidarse. Como su ex pareja era personal trainner y le había enseñado qué comer para mantenerse en forma, decidió empezar a ordenar su menú: proteínas (carne, pollo o pescado, con ensalada) al mediodía; pastas secas con aceite de oliva y queso rallado, por la noche. Además hace una clase anaeróbica (ejercita con 165 pulsaciones por minuto) y spinning todos los días menos los domingos. De marzo a hoy bajó los últimos 7 kilos y llegó al peso que tenía antes de quedar embarazada. “Ahora encaro la vida y el espejo de otra manera. En la vida te pasan cosas y muchas veces influye en la balanza”, reflexiona. Su filosofía hoy es el equilibrio: “Si comí un alfajor, ceno liviano. Si como con vino, la comida debe ser light porque una copa de vino tiene 250 calorías. Es cuestión de usar el sentido común”. Es consciente de que como una vez engordó, no se puede relajar. “Comer en su justa medida, evitar las grasas y hacer gimnasia es la fórmula para verse y sentirse mejor”, asegura. “Comía todo el tiempo”a

Cuatro meses. Ese fue el tiempo que le tomó a Emilse Ciezar (35) cambiar su cuerpo obeso (grado 2) hasta alcanzar su peso ideal. “Fueron cuatro meses de puro ejercicios y sacrificios”, aclara. Hace cuatro años pesaba 115 kilos. Una dieta controlada por un nutricionista y un plan de ejercicios hicieron que Emilse bajara 55 kilos en tan sólo cuatro meses. Hoy, en el mundo del running es conocida como “la mujer araña” porque participa de maratones loqueada como el personaje. “Una vez en una carrera, un movilero me vio con una campera estampada con tela de araña y me presentó como “la mujer araña”, a partir de ese momento todos me llamaron así”, cuenta sonriendo. Fuera del circuito de las carreras, Emilse es ingeniera en informática en una empresa de telecomunicaciones. “En 1999 tuve un accidente donde sufrí ruptura de peroné y tibia. A partir de ese momento, como en casa todos somos de tendencia a engordar, comencé a subir de peso de a poco. Empecé a comer de todo, a toda hora”, expresa. Desayunaba en su casa y en la oficina, almorzaba milanesa con papas fritas y tomaba gaseosas todo el tiempo.

En agosto de 2004, mirando un video del bautismo de su ahijada, Emilse se dio cuenta de que su cuerpo había cambiado, que tenía sobrepeso y decidió hacer algo. “No me sacaba fotos, ni me miraba al espejo. Me tapaba en todo sentido. Incluso iba mutilando mi femineidad”, recuerda. Consultó con una nutricionista que le indicó una dieta de 700 calorías. Su mamá le preparaba especialmente la vianda para que se llevara a la oficina para no tentarse y, si el fin de semana tenía alguna fiesta, no probaba bocado fuera de lo prescrito por su nutricionista. “El plan consistía en desayunar un té con dos tostadas, una fruta a media mañana (naranja, melón o sandía); hígado o carne y mucha ensalada sin condimentar; mucho té y nada de café. Además comencé a hacer spinning, de una a tres horas, todos los días”, afirma. Hoy, Emilse pesa 68 kilos, pero llegó a los 60. “Me faltaba energía. Creo que es necesario regular el peso de acuerdo a cómo se va sintiendo uno”, comenta. El entrenamiento con spinning la llevó a entusiasmarse con las carreras. “La primera vez que corrí fue en 2004 y no paré. Llevo 128 carreras corridas”, detalla. Hoy hace seis horas diarias de ejercicio: corre a la mañana, al mediodía y a la noche, y además, continúa con el spinning combinado con streching. “Me peso todos los días. Y si me paso algún kilo, lo manejo con ejercicios”, explica. Cuenta que uno de sus mejores días de su vida fue cuando en un local de ropa tomó una prenda talle L, se la probó y descubrió que le quedaba enorme: “Cuando me entró el talle S, me di cuenta de cuánto había adelgazado”.


[ Texto Daniela Fajardo
Fotos Claudia Martínez/ Maxi Didari/Paul Roger ]