¿Qué pasa cuando un embrión congelado en un tratamiento de fertilización asistida ya no se necesita? Un debate con aristas médicas, legales y filosóficas.
En los centros de fertilidad y reproducción asistida, un detalle de la decoración se repite: fotos de bebés. Bebés solos. Bebés en pares idénticos. En tríos. Bebés que ríen y que lloran. Casi todos comparten el pasado: el óvulo y el espermatozoide que los concibieron se encontraron –mediante un procedimiento denominado ICSI – dentro de un tubito (cápsula de Petri). En muchos de los casos, además, los embriones estuvieron congelados durante algún tiempo antes de llegar a un vientre. El avance científico de los últimos veinte años hizo que nacieran oportunidades y también problemáticas nuevas gestadas en el vacío legal, los dilemas éticos y el desconocimiento. Una de ellas es qué ocurre cuando una pareja conserva embriones (o pre-embriones, según el cristal con que se mire) congelados con fines reproductivos y luego no puede o no quiere concretar el objetivo inicial. Por una separación o porque alguno falleció, porque tal vez ya tuvieron varios hijos o porque quizá se dieron por vencidos en la búsqueda. ¿Qué pasa, entonces, con los embriones congelados cuando cambian los planes? Para evitar embarazos múltiples, hoy en los tratamientos se transfieren a la mujer sólo dos o tres embriones de los ocho que en promedio se generan por vez en una Fertilización in Vitro (FIV). En algunos centros, el resto se guarda para futuros intentos y para evitar el descarte. La criopreservación consiste en colocar los embriones en pajuelas, sumergidas en tanques de nitrógeno a 196 grados bajo cero. La cuota anual de este procedimiento de 'mantenimiento' oscila entre $ 900 y $ 1.500. Las obras sociales y los planes de medicina prepaga no cubren ninguno de estos gastos. La esterilidad y la infertilidad, en este sentido, no estarían comprendidas como enfermedades. Hay contadas salvedades: Evangelina Sartirana y Natalio Talasconi, una pareja de Junín, lograron que un fallo judicial obligara a su obra social a solventarles todos los tratamientos necesarios para lograr un embarazo. Cuando una pareja recurre a esta técnica, acepta por escrito que, en caso de no utilizar los embriones para reproducción, se les dará un destino. Las alternativas son: cederlos para adopción, darlos para investigación o destruirlos explícitamente. No todos los centros avalan estas opciones. Y, llegado el caso, no todas las personas toman una decisión similar ni protagonizan la misma historia. Silvina y Matías (estos nombres no son reales) cedieron sus embriones por problemas económicos. Gloria Ramírez y Alberto Cimó también donaron, por solidaridad. Hay parejas, en cambio, que eligen descongelar aquellas células que ya no implantarán. Otros prefieren ofrecerlas para investigación y algunos, como Tamar y Simón Feigin, no se deciden por nada de esto y finalmente las "usan".
DEL SUEÑO A
Dentro de un tiempo tal vez nazca el/los hijo/s que a comienzos de este siglo querían tener y no podían. Silvina y Matías no van a enterarse porque no serán los padres. En el año 2000, después de una angustiosa búsqueda, el matrimonio logró, mediante una FIV, producir siete embriones. Cuatro se transfirieron en dos intentos. El último fue exitoso. Resultó una nena que hoy está en primer grado. El resto de los embriones quedó en criopreservación. Luego Silvina quedó embarazada otra vez. Ocurrió naturalmente y, con panza a cuestas, volvió al instituto. Quería retirar sus embriones: no podía seguir pagando la cuota y ya no los necesitaba. Pensaba deshacerse de las células pero sus médicos la invitaron a cambiar de idea. Admite que sintió miedo; pensó que uno nunca tiene el futuro asegurado. Y no lo hizo. Pero dejó de abonar la cuota. Acumuló una deuda que hoy le es imposible afrontar. "Si dono mis embriones me la condonan, porque los que los reciban la asumen como gastos –explica Silvina–. Y si quiero retirarlos para decidir yo el destino que les doy, tengo que pagar lo que debo. Pero no tengo con qué, ya son más de dos mil pesos." No tenían ningún plan B. "Llegamos ahí con tantas ganas de tener hijos... y sin poder. Congelamos embriones sin pensar en cómo sería, si llegaba, el día en que ya no los precisáramos. Yo ni lo pregunté; no es fácil expresar que uno podría querer deshacerse de ellos. Por la condena social, ¿viste?", dice Silvina. "Dimos nuestros embriones porque no tenemos plata", resume Matías con resignación. Gloria Ramírez y Alberto Cimó están orgullosos de haber donado. Los conmueve contarlo: en ocho intentos de fecundación asistida no consiguieron excedente de embriones; apenas si se producía alguno con chance de prender y se lo transferían a Gloria en fresco. Al fin llegó un embarazo pero no prosperó. La lucha fue larga y difícil. Estaban por abandonar y, antes de iniciar los trámites de adopción, jugaron una última ficha. "Juntamos fuerza, coraje y dinero. Nos juramos que sería la última vez, pase lo que pase", recuerda Alberto. La apuesta fue acertada y, además de los embriones que se implantaron (dos se convirtieron en las melli María Lourdes y María Emilia, que ya cumplieron 20 meses), sobró uno que fue congelado. Pase lo que pase... "Sabíamos que no era para nosotros, ni dudamos: lo donaríamos", afirma Gloria, una supervisora de enfermería de 46 años. Les aconsejaron esperar y concretar la cesión cuando nacieran las nenas. "Firmamos poco después del parto", celebra Alberto, un comerciante de 53 años, viudo de su primera esposa y papá también de Natalia (29) y Paula (27). "Nosotros conocimos la necesidad y la dificultad, sabemos lo valiosa que es una posibilidad, no podíamos desperdiciarla. Ojalá ya se haya convertido en una vida y le haya dado a alguien la felicidad que ellas nos trajeron." Según la legislación argentina, la madre de un bebé es la mujer que lo pare. Es decir que donar un embrión es ceder la maternidad/paternidad. "Por eso es dación –puntualiza el especialista en fertilidad Sergio Pasqualini, director de Halitus–, al hacerlo nosotros aclaramos que ya no se puede volver atrás." Además, la adopción prenatal carece aún de regulación, es una práctica que no está prohibida pero tampoco se realiza en el marco de una normativa explícita.
MOMENTO DE DECISION
En algunos países, como España, tras cinco años de congelamiento se insta a darle algún destino a los embriones. En
CALLEJON SIN SALIDA
Claudia Olivera y Miguel Angel Calderón son de Charata, Chaco. Hace nueve años tuvieron a Aldana. Como no lograban darle un hermanito, pidieron ayuda en un centro de fecundación. Implantaron algunos embriones sin éxito y dejaron tres en criopreservación. "Creo que si no prendieron esta vez, con los congelados menos. Así que volveríamos a probar pero con embriones frescos", proyecta esta ama de casa de 35 años. En tal caso, se llevarán del consultorio una pequeña bolsa con hielo seco. Adentro irá el tubito con sus tres embriones: "Quisiera descongelarlos, no me preocuparía hacerlo, pero no sé si se puede". Claudia tampoco sabe dónde podría, si quisiera, darlos para investigar.
Como casi nadie sabe, porque es el gran tabú. Si bien se reconoce la donación para investigación como una opción válida, al preguntar por esto la respuesta es unánime: "Se hace pero yo no sé adónde". "La donación para investigación es controvertida porque acepta implícitamente que se destruyan los embriones", plantea Blaquier. El médico Sergio Papier es terminante: "La mejor solución para los embriones abandonados es la dación o adopción prenatal". Sin embargo, en el Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (CEGYR), que él dirige, ya no es posible donar. "Tuvimos que dejar de hacerlo porque el marco legal no está claro. Ahora si los titulares de embriones quieren llevar a cabo cualquier acción que no sea la transferencia para reproducción de éstos dentro de esa pareja, exigimos que pidan autorización a