lunes, 17 de noviembre de 2008

Chicos con agenda completa

Hijos bajo estrés. En una sociedad hiperexigente, de ritmos acelerados y padres muy activos, hay toda una generación de chicos viviendo bajo presión. Muchos padres suponen que una agenda repleta garantiza un futuro exitoso, pero se quedan sin tiempo para jugar y las consecuencias están a la vista: cada vez son más los chicos que sufren de estrés precoz, síndrome de déficit de atención y enfermedades psicosomáticas. Cómo criarlos en una sociedad que cada vez demanda más.

Dos chicas de nueve años esperan la combi en la puerta de su escuela. Ambas revisan sus respectivas agendas. Una le dice a la otra: ‘Retraso una hora gimnasia y anulo piano. Vos pasás la clase de violín y te saltás el entrenamiento de jockey. Y tenemos de 3.15 a 3.45 del miércoles para jugar’.” Así, una tira de historietas del diario norteamericano New Yorker ilustra cómo viven los chicos de hoy, con agenda en mano y sin tiempo para jugar. Es que en una sociedad como la actual, los chicos tienen tantas exigencias como los adultos, y esto trae consecuencias que ya hay que lamentar. Chicos estresados o con déficit de atención son “hijos” de este modelo versión siglo XXI.

“El estrés infantil ha aumentado de manera peligrosa incrementando enfermedades psicológicas debido a la presión social para que sean perfectos y siempre felices”, denuncia Carl Honoré, el autor de Elogio de la lentitud, en su nuevo libro Bajo presión (Del Nuevo Extremo). “Los chicos de hoy están más obesos, miopes, deprimidos y más medicados que cualquier generación anterior. Queremos que tengan lo mejor de todo y que sean los mejores en todo (…). Cuando se llega al punto de tener que drogar a los hijos para sobrevivir a la vida cotidiana, la sociedad ha perdido la brújula. Se está perdiendo la magia y el placer de ser niños y de ser padres. Hemos profesionalizado la paternidad”, sigue enunciando el autor.

“Este es un tema más urgente que la crisis económica porque se define la vida de hijos y padres”, ironiza Sergio Sinay, escritor y especialista en vínculos humanos. Y asegura que el alto número de chicos afectados con el síndrome de déficit de atención (ADD) es reflejo de cómo se cría a los hijos hoy: “En realidad, es un llamado de atención a los padres. Los chicos les están diciendo: ‘Ayúdenme a ser un chico, no me conviertan en un adulto precoz’”. En su libro La sociedad de los hijos huérfanos, plantea la misma problemática que Honoré: “Los chicos hoy nacen con la agenda bajo el brazo y no tienen un minuto libre para ser chicos. Y esto tiene que ver con autoexigencias de los padres, con la culpa por la creciente ausencia en las funciones paternas. Creen que la ausencia se puede reemplazar si uno deja al chico en muchas manos supuestamente expertas, como el profesor de inglés, el de tenis o el terapeuta”. Y afirma: “Los chicos son estresados precoces y muchas veces las agendas con miles de actividades para hacer en el día tienen que ver con asignaciones pendientes de los padres”. Otra de las consecuencias de este fenómeno es el consumismo: “Cuando descubren que sus padres invierten dinero en ellos, empiezan a pedir. Y así es como empiezan a exigir cosas a cambio de rendimiento. ‘¿Querés que estudie inglés? Comprame la playstation’, dicen ellos. Y los padres terminan accediendo”, explica Sinay.

“Algunos rinden y se adaptan a las exigencias. No piden, no lloran, no reclaman, pero a la larga también les genera problemas”, comenta Felisa Lambersky de Widder, médica pediatra y psicoanalista miembro titular de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina). “Estos chicos, generalmente, se fracturan, tienen anginas repetitivas, fobias escolares o regresiones y tristeza”, enumera la especialista. Y denuncia: “Muchas veces se tiende a medicarlos porque el nivel de estrés que tienen los hace hiperactivos. En lugar de indicarles la pastilla, habría que hacer un psicodiagnóstico para evaluar otras variables y entender qué es lo que les está pasando”.

José Sahovaler, médico psicoanalista, secretario del departamento de chicos y adolescentes de APA, en su consultorio ve a diario “chicos sobreexigidos y padres que no toleran que sus hijos no puedan responder al ritmo que ellos quieren; también está el que se adapta y se somete a la exigencia, o el que se rebela y hace síntomas”. Está claro: la Argentina no es ajena a la problemática que Honoré observa en Londres, donde vive, y analiza en su libro. El autor señala: “Los padres abruman a los chicos con expectativas académicas, deportivas y artísticas, quieren que sean los mejores para poder estar orgullosos de ellos, que aprendan inglés, que sean nuevas estrellas del fútbol y, al mismo tiempo, que vivan seguros”.

Para Alejandra Marroquin, psicoanalista del Centro Dos especializada en chicos y adolescentes, “estamos atravesados por valores culturales de nuestra época, donde el éxito está tan valorado que se lo confunde como garantía de acceso a la felicidad. Y los padres, atravesados por estos ideales, creen que una manera de asegurar el futuro de sus hijos es sobreexigiéndoles una gran cantidad de actividades”. Para esta especialista, tanta demanda de actividades genera en los chicos mucho malestar, agobio, estrés y poca posibilidad para desarrollar su creatividad.

Como padre de un chico de 9 años y una nena de 6, Honoré asegura que vivimos un momento único en la historia de la infancia, “donde estamos controlando a los chicos al milímetro como nunca antes (…) Esta forma de actuar nace de un instinto natural y noble, pero en la última generación cayó en exceso”. Y continúa diciendo: “ Es la época del hijo-trofeo. Los padres no pueden dedicarles mucho tiempo a sus hijos, y esto ha desencadenado un frenesí compensatorio de actividades extraescolares. A cambio de tanta presión y angustia, los padres les exigen que sean felices. La presión es tan insoportable que ya no gozan de nada”.

EL FANTASMA DEL TIEMPO LIBRE. “¡Mamá, me aburro!” es la frase que odiamos oír. Creemos que estamos fallando y en cuanto vislumbramos algún rastro de tedio en la cara de nuestros hijos, le hacemos frente con una propuesta de múltiples actividades. Otra vez, la agenda llena. Pero lo cierto es que el aburrimiento, en la medida justa, es positivo. Según Honoré así como los padres no pueden soportar que sus hijos sufran, sientan dolor o se frustren, tampoco pueden lidiar con el aburrimiento. Por eso, para evitar que los chicos se aburran, sobrecargan sus agendas. Sin embargo, el autor advierte que precisamente “el aburrimiento da a los chicos el espacio para percibir los detalles del mundo que los rodea y les enseña a aprovechar y llenar el tiempo”. Sinay coincide con este autor al afirmar que “el aburrimiento, el dolor y la frustración son parte de la vida. Y que uno se divierte más cuando conoce el aburrimiento”. Por otra parte, advierte que el dolor y el sufrimiento son parte del ADN de la vida. “Las situaciones que te hacen crecer son las que más te hacen sufrir y además enseñan a valorar lo que uno tiene. Entonces, los padres tienen que permitir que sus hijos experimenten el dolor”, explica Sinay. Para Marroquin, el aburrimiento es una señal de que algo está pasando. “Si es pasajero, viene muy bien, pero si el aburrimiento se instala mucho tiempo, es algo que habrá que ver, porque muestra la dificultad para disponer del acto creativo. Puede ser justamente consecuencia directa de tanta exigencia”, explica la especialista. “Cuando un chico se aburre, demanda, y además, le genera angustia a la madre. Pero el aburrimiento y el ocio son importantes para el desarrollo del chico”, agrega la Dra. Lambersky de Widder.

En cuanto a exponer al chico al sufrimiento, Marroquin sostiene que no significa ponerlo en riesgo, y que son parte de los obstáculos que hay que aprender a sortear en la vida para poder crecer. “Un padre puede contener, pero no puede anular esos obstáculos porque sino ese chico va a estar criado dentro de una burbuja”, advierte.

VOLVER A JUGAR. “Tienen que volver a casa con las rodillas raspadas, aparecer con la remera rota, y con la hazaña de haberse trepado a un árbol, o haber hecho de un pedazo de hoja de diario una pelota para jugar”, insiste Sinay. Tienen que ser chicos y, sobre todo, jugar. “Hacen muchas actividades, pero tienen poca actividad lúdica. Y el problema es que no se están ocupando de sí mismos, sino de seguir la exigente jornada pautada por sus padres”, sigue diciendo el autor de La sociedad de los hijos huérfanos. “Necesitan jugar para descargar tensiones”, asegura la Dra. Lambersky de Widder. “Sentarse a jugar con ellos, o dejarlo por momentos que jueguen solos, ayuda al proceso de organización del pensamiento y a la simbolización. Entonces, es muy importante enseñarles a jugar”, comenta la especialista. “No hay tiempo para el juego y la creatividad, y, por el contrario, hay mucha televisión y computadora. El tiempo del juego está reemplazado por el de la pantalla, y esto hay que revisarlo”, advierte Sahovaler. Y luego, insiste: “Es importante que los chicos cuenten con tiempo para jugar y crear”.

Honoré recomienda “desacelerar el ritmo, rebajar la tensión y la angustia, prescindir de la competitividad y crear espacios existenciales y relaciones donde sea posible la vida inteligente, emotiva y propia”. Y cuenta la experiencia en Ridgewood, una pequeña ciudad de Nueva Jersey: “Lo que empezó con quejas de unas pocas madres a la hora del café se convirtió en un mini movimiento llamado “¡Preparados, listos, tranquilos!”. La idea nació en 2002 y propone que un día al año, la ciudad se tome un respiro: los profesores no dan deberes, se anulan las actividades extraescolares y los padres se obligan a volver temprano del trabajo. El objetivo es librarse de la tiranía del horario, dejar que los chicos descansen, jueguen o simplemente hagan lo que quieran”.

Sinay insiste con que hay que advertirles de esta situación a los padres “para que les den herramientas a sus hijos para que ellos elijan qué hacer de sus vidas”. Y prioriza la construcción de vínculos donde la persona sea querida por lo que es y no por lo que hace, y la transmisión de valores de parte de los padres. “Creo que estos tiempos son ideales para pensar en todo lo que hacemos en el día y preguntarnos si vale la pena. Probablemente podamos vivir haciendo menos cosas, y pasar más tiempo jugando con los chicos. Porque si no hacemos algo, vamos a convertirnos en una sociedad poco solidaria, y con personas poco conectadas consigo mismas”, advierte.

Marroquin recomienda tener en cuenta las características de los chicos y que puedan decir qué quieren hacer. “Todos necesitan que lo acompañen en su crecimiento pero no se lo puede preparar para el éxito. El futuro se lo tiene que asegurar cada uno y no va a depender de la cantidad de cursos o especialidades que tenga. Entonces, es importante ver la calidad del entorno y no la cantidad”, aconseja la especialista.

La prevención es el caballo de batalla de la Dra. Lambersky de Widder: “Si un chico tiene un problema, ver qué es lo que pasa antes de medicar. A veces no es necesario encarar una terapia, porque el problema se soluciona simplemente trabajando con los padres y el chico para que puedan llegar a un equilibrio”. Sinay concluye diciendo: “Es importante entender que éxito y felicidad no van de la mano. Cuando uno logra ser feliz no es porque se lo propuso, sino porque seguramente vivió una vida coherente y armónica interiormente. Ser padre es una misión difícil pero sabremos que hemos tenido éxito el día que nuestros hijos no nos necesiten más porque son personas autónomas para seguir su camino. Y cuando descubramos que nuestros hijos nos buscan no porque nos necesitan sino porque nos quieren”.


Fuente: PARA TI
textos DANIELA FAJARDO ilustraciones VERONICA PALMIERI.