lunes, 8 de diciembre de 2008

Los desafíos de veranear sin los padres

Las súplicas de permiso irrumpen a los 15 y 16 años, y el no, por lo general, es tan categórico como la insistencia que sobreviene después. Vuelven a la carga a los 17, con suerte dispar. Los que egresan de la secundaria tienen la anuencia asegurada; los que no, dependerán de la confianza que les dispensen sus progenitores.

Pero cada vez más temprano que tarde todos los padres escucharán la misma expresión de deseo: "Este verano me quiero ir solo/a con mis amigos/as". Las vacaciones en familia son para ellos una vivencia extemporánea para enero, que, sin embargo, es bien recibida después. La prioridad es irse con amigos.

Los chicos reclaman su autonomía, su diversión estival sin controles, sus primeras libertades de "grandes" y poder festejar la culminación de un ciclo, si el colegio quedó atrás. Irse solos significa escalar el siguiente peldaño en la independencia gradual con la que los premian sus padres.

Las vacaciones entre amigos son multitudinarias. De seis a 10 jóvenes en un dos ambientes alquilado en la costa por 15 días, que los propios padres solventan. Los propietarios los arriendan, asaltados por la vacilación. La quincena para su fugaz "emancipación" pareciera ser la extensión justa. Pocos les permiten escapadas extendidas y los destinos por antonomasia comienzan por Pinamar, Villa Gesell o Punta del Este. La clave es no repetir lugares. Praia do Rosa, en Brasil, será para el siguiente viaje.

Nicole acaba de egresar de un colegio alemán y, junto con Olivia, Melanie, Nicky y Micaela se irán a Punta del Este diez días a un departamento prestado por una de las madres. No le costó nada convencer a sus padres. El verano pasado se había instalado en Oesdorf, Alemania, en la casa de una familia durante tres meses, por un intercambio estudiantil.

"Cuando te vas sola, los límites te los ponés vos y tienen que ver con tu personalidad y con la educación que recibiste. Mis padres me dejan porque confían en mí y han visto mi comportamiento durante todo el año. Y claro que en las vacaciones hay mucho alcohol, igual que el resto del año", cuenta Nicole, que jamás maneja si tomó de más. "Futura psicóloga", piensa que cuanto más restrictivos son los padres, más empujan a los hijos al descontrol. Parece una chica bien plantada.

La primera experiencia de Sofía sin sus padres fue a los 16 años en un skiweek con otros 30 chicos y coordinadores. El verano pasado, a los 17, se fue con siete amigas de un colegio inglés a Praia do Rosa. "Fue un larguísimo viaje de egresados. Después hubo que tomar vacaciones de las vacaciones", cuenta sin inhibiciones. Los torrentes de cerveza (hasta 3 litros por noche), vodka con jugos, fernet o whisky con cola, y la seguidilla de caipiroskas despuntaban en los "preboliches" improvisados en las casas de los chicos. Los iPods se conectaban a parlantes en el jardín; las camas quedaban sin hacerse desde el primer día y el obelisco de platos sucios se burlaba de la gravedad.

Los hogares de las chicas parecían areneros, con montículos caóticos de ropa, y en los baños se hacían filas y se duchaban de a dos. Arroz y fideos como única dieta, secundada por mejunjes de alcohol ("del más barato"), después de pintarse. A la disco La Aldea se llega a las 3, previa parada en el bar Jamaica , y siempre hasta el amanecer.
El alcohol, un presupuesto

"Administrar bien la plata es clave. En alcohol es en lo que más gastás. Sólo un 5% es abstemio o toma poco, y los chicos que fuman marihuana son minoría, pero no son pocos", dice Sofía.

Los roces de la convivencia son pruebas de fuego. Siempre hay una haragana que no cumple con las labores o no asume ecuánimemente los gastos compartidos, pero se cuidan unas a otras. Salen y vuelven juntas, y los conflictos se dirimen en confesionarios grupales que al final afianzan el vínculo o las terminan de separar. El embarazo asusta más que el VIH y, según dicen, las chicas controlan más la velocidad que los varones. Los viajes a Praia se organizan por la Web y descuella ese destino por la facilidad del encuentro e intercambio social.

"Los padres creen que las cosas son más leves de lo que son. Pero a pesar de los excesos, te superdivertís", concluye Sofía, que ahora estudia administración de empresas en Udesa y no tiene tanto margen para la diversión.

Natalia y Sol son hermanas e hicieron su primer viaje con amigas cada una por su lado, a Pinamar. El año pasado veranearon en Florianópolis, pero dicen que sus experiencias fueron más sosegadas. Después de Navidad, Sol se instalará con siete amigas en una casa alquilada en La Barra y Natu regresa a Praia con otras tres. "Todo en su justa medida", les repite su padre, Nicolás, y les pide con firmeza que no hagan locuras.

De esos viajes ellas destacan la búsqueda de consensos y el arte de la negociación entre amigas, el aprendizaje de la convivencia y la conciencia de sus propios límites y miedos.

Pablo, separado, con cuatro hijos adolescentes, los alienta a que aprendan a manejarse solos, a resolver imprevistos, a administrar el dinero y a tomar decisiones. "Pero lo negativo de esas vacaciones es que pierden un orden. Al regresar, ellos mismos se dan cuenta de que no es eso lo que quieren para sus vidas -dice-. La vida familiar no se resiente; al contrario, después de irse solos, valoran mucho más lo que tienen y en las charlas dicen conocer bien sus límites. Yo les creo. Si no confiara, jamás podría dejarlos ir."