miércoles, 17 de febrero de 2010

Madres sin fronteras




Dos mujeres decidieron adoptar en Haití. Después de intentarlo biológicamente y luego de descartar la adopción en la Argentina debido a todas las trabas que les ponía la Justicia local por ser mujeres solas, Alejandra y Mariana –son hermanas– finalmente encontraron a sus hijos en uno de los países más pobres del planeta: Haití. Dos historias que hablan del deseo de maternidad, de la problemática que plantea adoptar en el país, y de una búsqueda de amor y felicidad tanto para hijos como para padres adoptivos.

Maki Sue señala el mate y reclama: “¡Mío, mío!”. Luego sorbe de la bombilla, traga gustosa la infusión más típica de estas tierras y con una sonrisa blanca y luminosa dice “Rrrracias”. Christ sólo abandona los dibujitos ante la promesa de que habrá fotos. Adora posar para después chequear el resultado en la cámara digital, y en cada captura juega a darle distintas muecas a su cara color ébano, en la que resalta una mirada profunda. Los dos nacieron en Haití, uno de los países más pobres del planeta, y peleaban día a día por seguir vivos en un orfanato hasta que dos mujeres argentinas eligieron ser sus mamás. Mariana (47) –mamá de Maki Sue, de un año y medio– y Alejandra (42) –mamá de Christ, de dos años y medio– son hermanas y lo único que las mueve es contar dos historias de sueños, decepciones y, hacia el final del recorrido, de felicidad. “Queríamos ser madres, pero no nos resultaba fácil: pasamos por tratamientos, con la ansiedad y las decepciones que eso implica, y cuando quisimos adoptar en Buenos Aires nos dijeron que por ser familias monoparentales y no matrimonios la espera podía durar años… O no terminar más”, admiten. Alejandra es diseñadora de indumentaria, Mariana artista plástica. Ambas sintieron el deseo de tener hijos solas, a una edad en la que el reloj biológico señala que los tiempos se acortan. Por eso, enseguida evaluaron la posibilidad de la adopción, a pesar de que la espera para que un chico sea asignado vía judicial en la Argentina puede tardar más de cincos años. “Cuando vi que acá existía tanta demora, desatención e incluso maltrato, empecé a buscar información sobre adopciones internacionales –cuenta Alejandra y explica que así apareció una posibilidad viable: Haití–. Se acercaba a mis posibilidades, así que comencé a contactarme con los orfanatos vía mail. Algunos no me aceptaban porque no era religiosa. Otros, porque era argentina y sólo trabajaban con canadienses o norteamericanos. Hasta que finalmente di con el Ruuska Village, un hogar cuyo único interés es encontrarle una `Forever family´ a sus chicos”. Así empezó a buscar a su bebé: armando carpetas, respondiendo test psicológicos por internet, cruzando los dedos. Había pedido un varón y cuando vio a Christ a través del listado de fotos que el orfanato le envió, sintió que el corazón le daba un vuelco. Era él. Viajó a conocerlo, luego a festejarle su primer cumpleaños y a los siete meses de haberle sido asignado por la institución, lo buscó en Puerto Príncipe (la capital de Haití) para traerlo por fin a su casa de Olivos. Mariana, su hermana, la acompañó en ese viaje y, al ver a Maki Sue en el mismo orfanato de su sobrino, no tuvo dudas: esa sería su bebé. Y así comenzó su propia espera.
En general, desde el inicio del trámite hasta la tenencia transcurre alrededor de un año, tiempo en el que lo único que se tiene es una foto de la criatura asignada. “Miraba su imagen todo el día, encontrándole detalles nuevos. Empezás a crear un vínculo de amor con esa foto, que es lo único que tenés hasta que te llegue el momento de abrazarlo definitivamente. Es extraño, pero maravilloso”, confiesa Alejandra, que ya consiguió que la Justicia argentina revalide la adopción de Christ.

No es raro que al verlas por la calle, alguien les haga un comentario o una pregunta acerca de la nacionalidad de los chicos, e incluso las comparen en broma con Angelina Jolie. “En general, nos dicen cosas buenas. Pero también hay quienes consideran que forma parte de una moda. ¿Cómo alguien puede pensar algo tan frívolo? Nosotras lo hicimos porque en la Argentina nos cerraron las puertas”, señala Mariana y, con un dejo de tristeza, agrega: “Maki ya sufrió discriminación en una plaza: una nena no la dejó jugar con su hermanito alegando que ellos eran argentinos. Primero me angustió, pero después me dije que tengo que ser fuerte. Por ahora, nuestros hijos son chiquitos, no sé qué va a pasar cuando crezcan. Nosotras, como mamás, vamos a tener que trabajar desde el amor para que ellos sepan que fueron muy deseados”.

Como ocurre en la mayoría de las adopciones no habrá parecido físico, pero es un hecho que los dos tienen gestos de sus mamás: él es tranquilo; ella movediza. “Cuando la directora del orfanato me entregó al nene le dijo: ‘It’s your mamma’ y entonces Christ se me acurrucó en el pecho. Fue un encuentro tan esperado... Sentí que siempre había sido mi hijo”, se quiebra Alejandra. Mariana también recuerda el día en que fue a buscar a Maki Sue para traerla a la Argentina y los ojos se le llenan de lágrimas: “Me angustiaba la posibilidad de no tener hijos. La maternidad me dio una felicidad indescriptible. Fue muy duro el proceso de hacer tratamientos, esperar una adopción acá durante años y después pasar otro más viajando a Haití para ver a la nena y volviendo sin ella. Dejarla ahí me rompía el corazón. Es muy dura la realidad de los chicos que viven en orfanatos: no bien llegás se te pegan, necesitan contacto físico”. Antes de regresar, Mariana aceptó conocer a la madre biológica de la nena y sacarse una foto con ella para guardarle a su hija: “Ella me abrazó fuerte, sin tristeza. Entendí que quería darle a Maki Sue un futuro”, se conmueve.

Debido a la crítica situación que atraviesa el país, existen alrededor de 600 orfanatos destinados a asistir a chicos abandonados. En su mayoría, se trata de acciones privadas de misioneros extranjeros que no reciben apoyo del Estado. “Hay de todo: chicos de quienes no se sabe quiénes son los padres, otros que tienen papás pero no pueden o no quieren cuidarlos, y otros cuyos padres murieron de hambre o víctimas de la violencia. Hay mucha gente que entrega a sus hijos para que el hogar los ayude a sobrevivir”, narra Alejandra y Mariana agrega: “Son espacios indescriptibles: el olor, el hacinamiento, la falta de recursos. Algunos orfanatos cobran una donación para que ese dinero, además de cubrir los costes legales, sea destinado a la manutención de los chicos que se quedan. Es que falta de todo”. Cuentan que la directora del orfanato que les entregó a los chicos se llama Bárbara Walker, es norteamericana, siempre viste de color azul por considerarlo bíblico y se ocupa personalmente de atender todos los pedidos de adopción. “Ella no deja carpetas cajoneadas: sabe que cuanto más tarde el proceso, va a ser peor para los chicos. Trabaja de sol a sol”, destacan las hermanas y lamentan que en su propio país las adopciones sean tan complicadas. Por esa razón, Alejandra explica que ellas no son las únicas que decidieron adoptar en Haití: “Creamos un blog que dio lugar a un foro del que participan otras 18 familias argentinas. Además de dar información compartimos vivencias, nos aconsejamos y brindamos apoyo a quienes tienen deseos de recorrer el mismo camino pero no saben cómo”.

Hacia el final del relato, tanto Alejandra como Mariana demuestran que aquello que les había parecido tan difícil al principio, finalmente se concretó en esos dos chicos que corren riendo a carcajadas por el jardín. De a ratos jugando o mirando absortos el vuelo de una mariposa; de a ratos peleando por el triciclo o por un muñequito. “Maki Sue es la hija que siempre quise tener. Es intensa, cariñosa, divertida…”, define Mariana y su hermana menor concluye: “Estoy muy orgullosa de Christ por haber sobrevivido con valentía a tantas cosas. Pero por sobre todo por haberme adoptado como madre, dándome una felicidad infinita”.


Fuente: Para Ti