lunes, 28 de septiembre de 2009

Amor con cadenas

Quienes sufren dependencia afectiva sienten que no valen mucho a menos que el objeto de su amor los complete.

Siempre fuiste la razón de mi existir, adorarte para mí fue religión…”


Cuánto romanticismo hay en estas palabras pertenecientes al bolero “La historia de un Amor” de Carlos E. Almarán. Conmueve escucharlas, pero nada más que escucharlas porque, cuidado, vivir en pos de otra persona puede hacer mucho daño.

Si se quiere sufrir de verdad, nada es más efectivo que depender afectivamente de otra persona. Ser tan, pero tan sacrificada, como para correr por y para realizar sus deseos y hacerlo feliz, nos quiera más por lo buenas que somos, aunque ni se de cuenta y, peor aún, jamás lo diga o lo demuestre. Este tipo de relación no sólo se da en la pareja, si no en vínculos de amistad, familiares, personales, laborales, institucionales.


¿Qué es la dependencia afectiva?

Se denomina así a una relación totalmente asimétrica, en la que una de las partes suple, de alguna manera, lo que no está dando la otra. Es un conflicto, mucho más frecuente de lo que se cree, que le puede suceder a gente totalmente normal, de ambos sexos, edades y elección sexual.

En la pareja suele pasar inadvertida porque, antes que un problema, parece encarnar el perfecto ideal del amor: la idea romántica de que cada uno necesita de su complemento (la media naranja), aunque esto quiera decir que no valemos mucho a menos que otro nos complemente.

Somos las mujeres, quienes más sufrimos la dependencia afectiva porque, sobre todo las de mediana edad para arriba, fuimos “educadas” para servir al hombre, algo totalmente nefasto.


Algunas señales que la definen:


- Baja autoestima.

- Personalidad autoexigente.

- Idealización del otro.

- Necesidad de tener su atención en forma exclusiva, agradarle o de tener su constante aprobación.

- Actitud como de “pedir permiso”.

- Temor a incomodarlo, a lastimarlo.

- Sensación de no poder vivir sin el otro.

- Predisposición a esforzarse hasta el sacrificio (aun sin retribución).

- Sumisión a una forma de relación posesiva, controladora o celosa.

- En ciertos casos, aceptación situaciones de desprecio y maltrato.

- Carecen de vida propia y suelen vivir a la sombra de su adorado o adorada.

Normalmente, son consideradas como excelentes personas, esmeradas, muy trabajadoras, incapaces de parar un minuto y que todo lo dan.

A veces, quienes poseen estas características psicológicas, se convierten en muy celosas debido a que temen ser abandonadas; o, por el contrario, se relacionan con gente controladora, manipuladora y celosa. Podrán quejarse por el trato recibido pero son ellos mismos quienes lo permiten.

En la pareja, semejante asimetría produce una desesperada sensación de vacío, y de sentirse el único culpable de que la relación no funcione. La ruptura aparece como una posibilidad, cada día más concreta, y es vivida como un drama imposible de superar. A veces esa es la única forma de empezar a clarificar y sanar los vínculos y pasar de la dependencia a la autonomía afectiva.

Cuando el que sufre de dependencia afectiva es un hijo con cualquiera de sus padres, es muy común que el o los progenitores, lo manejen a través de las culpas. Se puede ver frecuentemente cuando las madres notan que sus hijos se independizan y, como les cuesta mucho enfrentar la situación, hacen uso de este tipo de manejo para mantenerlos sujetos a ellas. En muchos casos, los jóvenes se quejan del trato recibido a pesar de que son ellos mismos quienes lo permiten. Esto genera, a la larga, resentimiento.


Darse cuenta

En los evangelios podemos leer: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, es decir que las sagradas escrituras no dicen “más que a ti mismo” si no que hablan de una relación entre pares, entre iguales. Por lo tanto, está muy bien valorar a quien tenemos enfrente y respetarlo, pero no más allá de lo que nos queremos a nosotros mismos. Hay que poner similar empeño y dedicación en realizar cosas para nuestra persona. Buscar espacio y tiempo propios, también empezar a disponer de dinero para nuestras necesidades y gustos permitirá que la relación sea más simétrica.

Asumir la propia responsabilidad; es decir, hacerse cargo de lo que es de uno y no de lo que es del otro, tampoco intentar manejarlo. No se puede, ni se debe hacer.

Desde ya que salir de la dependencia afectiva no es algo que se logra poniendo, simplemente, buena voluntad. Sino que requiere explorarse, experimentarse, conocerse y sacar del interior lo creativo que todos tenemos en demasía y que no usamos.

Para autoexplorarse es importante privilegiar el sentir sobre el pensar, las emociones tienen la ventaja de que no son ni buenas, ni malas; brindan información pura, no contaminada y, sobre todo, auténtica de lo que está pasando. Aceptar esa información porque, a diferencia de nuestros pensamientos, las emociones no nos mienten, Respetarlas permite ubicarse mejor.

Preguntas que es bueno hacerse: ¿En qué situación se produce la dependencia afectiva? ¿Con quién? Si se siente enojo hacia el otro: ¿Por qué se da? ¿Cuándo? ¿Durante?

Por último, entender que es conveniente pedir ayuda para salir de la situación porque es muy difícil hacerlo solo. Como se trata de algo que puede sucederle a cualquiera, los expertos recomiendan intentar con un grupo de terapia dado que aceptar y procesar lo que nos sucede en un grupo de pares que pasan por situaciones similares, crea un clima dinámico que contiene, motiva y desafía a la vez, permitiendo que se encuentren soluciones en plazos razonables.



Asesoraron: Licenciado Osvaldo Gallino y Counselor Alicia Cabchian, Counseling y Terapia Gestáltica.

Fuente: ozzio