miércoles, 22 de abril de 2009

No se separa de mis faldas

La actitud de ella, a su vez, puede favorecer esa dependencia si cuando el niño quiere separarse, ella inconscientemente lo atrae de nuevo. Sólo una intervención exterior (el padre, la guardería o los juegos) le permitirá evadirse de esa relación demasiado exclusiva.


Nada más llegar a casa, Raúl, que tiene tres años, se pega a su madre e intenta acapararla, sin dejarla a solas ni un minuto. ¿Por qué no se va un rato con su padre? –se pregunta Laura–. ¿Es normal que me persiga hasta este punto? A veces, Laura se siente un poco culpable porque desea tener un poco de tiempo para recuperarse. Pero lo cierto es que, una vez que llega a casa, el niño no la deja ni cambiarse de ropa. Ella sueña con que Raúl sea más independiente, pero sospecha que está lejos de conseguirlo.

Durante la primera infancia (desde los dos hasta los seis años), los niños que se pegan demasiado a sus madres son con frecuencia los más pequeños de los hermanos o hijos únicos. Por muchos mimos que les hagan sus padres, siempre están insatisfechos. Exigen todo el tiempo para ellos y una disponibilidad total. No soportan ver a sus padres absortos en un libro o en otra actividad que requiera cierto grado de concentración. Piensan que ellos no son menos que cualquier otra cosa que estén haciendo.

Esta demanda tan masiva tiene que ver con las condiciones psicológicas con las que los seres humanos venimos al mundo. Hasta los dos años, por lo general, la madre ha vivido casi en simbiosis con su hijo. El niño no sabe dónde empieza él y dónde acaba su progenitora. Ella, por su parte, ha proyectado en él innumerables sentimientos de ternura y amor, indispensables para que el psiquismo del niño se construya. Se ha forjado, pues un vínculo fortísimo entre ambos. Si se trata del primer hijo, el bebé ha hecho madre a su progenitora por primera vez. Si es hijo único o el pequeño de más hermanos, la madre puede pensar que merece un trato especial.

¿Es una casualidad que no se separe de sus faldas? La fusión originaria, en casos como el descrito, deja sus huellas. Lo normal es que la madre llene a su hijo con afecto, pero, cuando éste es excesivo y se muestra sobreprotectora, el niño sólo tiene dos alternativas: o bien se opone a su actitud y afirma su independencia de carácter, o bien se fusiona con la madre y responde a sus excesos con más excesos. El límite entre ambos, en el último de los casos, se hace borroso.

ACTITUD CONTRADICTORIA

¿Es tan sorprendente entonces que el niño se sienta perdido sin su madre y se proteja de este sentimiento persiguiéndola por toda la casa? Entre los dos y los seis años, el pequeño se encuentra en plena etapa de seducción y dependencia de la madre e intenta acapararla por momentos. La actitud de ella puede revelarse paradójica y favorecer la dependencia del niño. Aunque se sienta desesperada y agobiada por la falta de espontaneidad y autonomía de su hijo, la madre, en el fondo, lo disuade de que tome iniciativa alguna. Todos conocemos frases del tipo: “Déjame que yo te lo haga; tú no vas a poder, eres muy pequeño”. O bien: “Espera, pídemelo, ¿no te das cuenta de que no puedes?”.

En los momentos en los que el niño quiere separarse y poner distancias, la madre lo atrae de nuevo hacia sí señalándole su dependencia. Esta actitud contradictoria paraliza al niño que, finalmente, no se atreve a hacer nada por miedo a inquietarla. Teme perderla de vista, se anticipa a cualquier separación y se agarra a sus faldas. Sólo una intervención exterior (el padre, la guardería o los juegos) le permitirá evadirse de esa relación demasiado exclusiva. La madre no es en absoluto consciente de sus contradicciones. En general, es el entorno el que se las señala con mejor o peor intención, en muchas ocasiones culpándola de lo que pasa, por lo que ella no reconoce con facilidad la situación. Para ella, su hijo es tímido o huraño, y punto. Podríamos plantearnos si el amor excesivo de la madre viene a reparar una fragilidad propia (insatisfacción conyugal, una vida frustrante, poco abierta al exterior o una historia afectiva con muchas carencias).

En una relación familiar equilibrada, un niño independiente puede ponerse también a reclamar con insistencia, y durante cierto tiempo, la presencia de uno de sus padres. El detonante puede ser un incidente banal: una disputa con sus compañeros o una enfermedad. El niño demanda que se le escuche un poco más, lo que es normal. En tales casos, hay que estar ahí para darle seguridad.

CÓMO ACTUAR

• Cuando da vueltas alrededor de ti reclamando tu atención, proponle una ocupación o pídele que te ayude en algo. Esto le conducirá a estar entretenido y dejarás de ser el centro de su atención.

• Cuando no estés disponible, dile que en ese momento te tiene que dejar, pero que más tarde le darás una sorpresa agradable. Mientras tanto, envíalo con otra persona.

• Conviene estar atenta a las observaciones que hacen los otros, siempre que sean personas en las que confías. La emoción materna no deja a veces analizar lo que se proyecta sobre el niño, por eso es importante valorar el punto de vista de los familiares, amigos o cuidadores que pasan bastante tiempo con el pequeño.

• Si te dicen que pareces una gallina clueca, no necesariamente tienen por qué estar equivocados. Pide consejo a quiénes te quieren bien. Su punto de vista te puede ayudar a solucionar situaciones difíciles o que simplemente te superan.

• El padre también puede responder a las demandas de vuestro hijo. Tendrás que hablar con él para pedirle que te ayude en esta cuestión.


22 de abril de 2009 (hoymujer)