lunes, 30 de marzo de 2009

La envidia produce dolor y tiñe de verde a quien la siente

Quien siente envidia suele avergonzarse e intentar disimularlo. Pero, aunque se esfuerce por padecer en silencio, las más de las veces su propio cuerpo lo delata: el rencor lo hace retorcerse tanto como cuando es sometido a un dolor físico, e incluso su cerebro puede teñirse de verde.

Y es que la envidia se sube a la cabeza. Así, lo comprobó un equipo de neurólogos del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Inage-Ku, en Japón, que identificó que ese intenso sentimiento activa los mismos circuitos neuronales del dolor.

Con máquinas de resonancia magnética funcional para observar el cerebro en acción y un guion repleto de drama para que el centenar de participantes en el experimento sintieran envidia, los investigadores se dedicaron más de dos años a la tarea.

“El deseo de tener lo que otros tienen estimula la corteza cingulada anterior dorsal del cerebro, es decir, la misma región que se activa cuando se padece dolor físico”, afirmó Hidehiko Takahashi, autor principal del estudio publicado en la revista Science .

Según Takahashi, cuanto mayor es el arrebato de envidia, más intenso es el flujo sanguíneo en esa región neuronal. Por eso, aunque el envidioso intente controlarse, no consigue evitar que su cuerpo se contraiga o su ceño se frunza.

Además, la resonancia magnética mostró que, cuando la sangre se acumula en esa zona cerebral, el órgano se torna verdoso.

“La asociación entre dolor y envidia estaba ya en la sabiduría popular, pero hasta ahora no tenía una explicación científica”, manifestó el experto.

Y ¿por qué a mí no? Al intentar inducir a la envidia a quienes eran objeto de investigación, los científicos comprobaron lo que, hace siglos, sostienen los filósofos.

“Los alfareros envidian a los alfareros”, escribió Aristóteles hace 2.300 años, y los neurólogos japoneses también consiguieron una mayor respuesta cerebral cuando los objetos de investigación se comparaban con personas de su misma condición.

“Más que cuando se piensa en los bienes o la belleza de los ricos y famosos, la envidia se dispara cuando una persona se compara con aquellos a quienes considera sus iguales –del mismo sexo, edad, clase social y currículum vitae–”, explicó Takahashi.

Por otro lado, la investigación, en la que también participaron psiquiatras, documentó que las personas sometidas a este estudio, cuando se les pedía verbalizar su rencor, lo hacían en dos direcciones: “mientras que la mitad se identificaba con la frase ‘Yo quiero tener lo mismo que tiene aquel’; los demás sintetizaban su sentimiento con la expresión ‘Yo no quiero que aquel tenga más que yo’”.

Para los científicos, esas expresiones sugieren que la envidia cumple un profundo rol social: sirve de acicate para superarse y ayuda a no derrochar lo que ya se ha conseguido.

El placer de ver fracasar. No todo es dolor en la mente de los envidiosos. Con la máquina de resonancia magnética se evidenció que solo imaginar a la persona envidiada cayendo en desgracia hace sentir un placer semejante al de comer un chocolate o mantener una relación sexual.

“Así como la envidia es dolorosa, ver fracasar a otros genera una descarga de dopamina que activa los centros del placer del cuerpo estriado del cerebro”, señaló Takahashi, quien recordó el refrán: “Las desgracias de los otros saben a miel”.

Finalmente, la investigación descubrió que la magnitud del dolor generado por la envidia tiene una correlación neurológica con la intensidad del placer de “ver” al otro fracasar

“La envidia funciona, entonces, de forma similar a los sistemas cerebrales que procesan necesidades, y que hacen que, cuanto más hambriento o sediento esté uno, más placentero será comer o beber”, dijo Takahashi, que manifestó su disposición a seguir investigando las respuestas neuronales de otros sentimientos.