sábado, 27 de noviembre de 2010

Nadie está con su pareja ideal

Con quién forme pareja un individuo no depende solo de sus preferencias. El primer experimento que aborda directamente esta cuestión acaba de ofrecer unos resultados inesperados. Los rasgos deseados y los reales no coinciden ni para las mujeres ni para los hombres, aunque de formas muy distintas. Los hombres prefieren mujeres más delgadas que las que tienen. Las mujeres pueden preferirlos más delgados o más gordos.

Pese a todo, los hombres tienden a salirse con la suya, o a aproximarse lo más posible. Por ejemplo, los que prefieren a las mujeres delgadísimas están con parejas más delgadas que la media. Una conclusión general es que los rasgos que suelen considerarse primordiales para el atractivo tienen poca influencia a la hora de formar pareja en la vida real.

Alexandre Courtiol y sus colegas de las universidades de Montpellier y Paul Sabatier han medido las preferencias de la gente en materia de altura y masa corporal, y las han comparado con los rasgos de la pareja real. Los voluntarios -116 parejas heterosexuales de Montpellier, Francia- no expresaron sus preferencias de modo verbal, sino esculpiendo su silueta directamente en el ordenador, con un programa especial.

El índice de masa corporal (IMC) -el peso dividido por el cuadrado de la altura- es una fórmula curiosa porque, a igualdad de forma, el peso de un cuerpo no crece con el cuadrado de su altura, sino con el cubo. Pero una persona alta no es una mera versión ampliada de una baja -suele tener una estructura ósea más escueta- y usar el cuadrado en vez del cubo corrige en parte esa complicación.

Para los adultos, un índice menor de 18,5 es signo de excesiva delgadez, y a menudo de anorexia. De ahí hasta 25 indica la forma óptima, hasta 30, el sobrepeso y más de 30, la obesidad.

El hombre ideal promedio de las mujeres es variable: mide 1,78 y pesa 75 kilos. Pero ni siquiera la mujer más prendada de los huesos masculinos traspasa el límite oficial de lo tolerable: busca un índice de masa corporal de 19 (por encima del 18,5 que marca el límite de la anorexia). Sin embargo, cuando una mujer dice que le gustan gordos, no se para en la frontera del sobrepeso (25) ni en la de la obesidad (30): le gusta un índice de 34, es decir, un obeso con todas las de la ley.
Lo que les gusta a ellos

1,76 metros es lo más que dejan los hombres crecer a las chicas de sus sueños, y los hay que las prefieren de 1,56. La mediana de la preferencia masculina está en el puro límite de la anorexia (18,4), y hay hombres que apuestan por el 16. Por el otro extremo, y a diferencia de lo que ocurría con las mujeres, el hombre más afín a las curvas no pasa de un índice de 27.

Se podría decir: todo el mundo está lejos de su ideal, pero sólo las mujeres lo están de una manera impredecible. "Esto es correcto en lo que respecta a las preferencias para el índice de masa corporal", responde Courtiol, del Instituto de Ciencias de la Evolución de la Universidad de Montpellier. "En cambio, las preferencias de altura son muy impredecibles para todos."

Incluso para el IMC ideal expresado por los hombres, subraya Courtiol, "y por mucho que haya una fuerte tendencia a preferir un IMC más bajo que el que tienen sus compañeras reales, no podemos predecir con exactitud el IMC que prefiere un hombre determinado. Siempre hay variación entre individuos, como en cualquier sistema biológico".

"Esto significa que, en promedio, si se compara lo que un hombre quiere con lo que tiene en términos de masa corporal, se encontrará con que su compañera es más gorda que su ideal, mientras que para las mujeres esto no se cumple: ellas tienden a preferir chicos más gordos o más delgados que sus parejas reales."

Esa variación era el principal objeto de interés de los científicos franceses cuando abordaron el estudio. "Esa variedad es importante -explica Courtiol-, puesto que, si tiene alguna base genética, puede constituir la materia prima para que operen la selección natural y la selección sexual." Los dos grandes motores de la evolución previstos por Darwin.

La selección natural es una idea simple: todo ser vivo tiene una gran capacidad de reproducción; pero en un mundo de recursos escasos sólo algunas copias sobreviven lo bastante como para reproducirse a su vez: aquellas con unas variantes más ventajosas en ese entorno particular.

Pero Darwin se dio cuenta de que la cornamenta del antílope y la cola del pavo real no podían haber evolucionado por selección natural -ambas son costosas de producir, molestas de llevar y aparentemente inútiles-, y postuló un segundo mecanismo para explicar ese tipo de ostentaciones: la selección sexual. La teoría sostiene que hay rasgos (adornos, colores llamativos, tamaños chocantes) que garantizan a su portador un gran éxito con el sexo opuesto.
Lo bello y lo sano

Una hipótesis extendida para explicar nuestras preferencias sexuales -o incluso todas nuestras tendencias estéticas- es que lo bello es un marcador de lo sano. Una cara simétrica, por ejemplo, sería el resultado final de un proceso de desarrollo adecuado. Esto explicaría el gusto humano por la simetría. Pero Courtiol no cree que esa idea explique los nuevos datos.

Por ejemplo, si las tres gracias de Rubens representaban el canon de belleza del siglo XVII, el atractivo en esa época quedaba fuera de los márgenes considerados saludables por la medicina actual. Hay, en efecto, varios artículos técnicos recientes que indican que las tres gracias padecían no solo cáncer de mama, sino también escoliosis, hiperlordosis, hiperextensión de las articulaciones metacarpianas y pies planos. Más que un signo de vigor darwiniano, la belleza parece en este caso un síntoma de enfermedad.

Un hecho curioso es que, aunque hay grandes diferencias entre una mujer y otra en materia de preferencias, no hay un sesgo general hacia hombres "más altos" ni "más gordos". Con los hombres, eso sólo pasa con la estatura de su chica ideal: no hay tendencia general. Pero sí la hay con la forma del cuerpo. La chica ideal pesa en promedio cinco kilos menos que la real, o dos puntos y medio menos de índice de masa corporal.

Sin embargo, la variabilidad de preferencias que muestra cada mujer parece compensarse entre unas y otras mujeres. De modo que, si uno solo mira a los promedios de la población, ve que sus preferencias coinciden con su realidad: que los rasgos que consideran ideales coinciden con los que tienen sus parejas.

Javier Sampedro
Diario El País

MADRID.