jueves, 2 de septiembre de 2010

Doble faz

Entre el 4% y el 6% de la población del mundo padece Trastorno Bipolar. Por ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya la considera la sexta causa de discapacidad en el Planeta. Ante la evidencia, los especialistas reclaman un debate serio alrededor de este mal: ¿Se cura? ¿Es hereditario? ¿Quiénes lo sufren? ¿Por qué la familia es fundamental en el tratamiento? Mientras se optimizan los métodos para detectarla, reve- lamos los entretelones de una enfermedad que oscila entre la depresión y la euforia.

Adivina, adivinador… ¿Qué tenían en común Kurt Cobain, Ernest Hemingway, Mark Twain, Charles Dickens, Virginia Woolf, Ludwig van Beethoven, Edward Fitzgerald, Edgar Allan Poe, Paul Gauguin y Vincent van Gogh? Según las infaltables malas lenguas, cada uno de estos geniales artistas padecía, aparentemente, de Trastorno Bipolar (TB).
El manto de duda no es al azar. El que tenga en su mano la historia clínica de estas celebridades, que tire la primera piedra. Pero lo que sí podemos afirmar es que, según diversos estudios internacionales, aproximadamente entre el 4% y el 6% de la población mundial pelea, a diestra y siniestra, contra alguna de las formas en las que se manifiesta esta enfermedad que genera una importante merma en las capacidades sociales y laborales de personas que suelen tener un nivel alto de instrucción. Por este motivo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la consideró la sexta causa de discapacidad en el Planeta.
Si bien el TB carga con una historia de larga data sobre sus hombros, surgen cada vez más, novedosas investigaciones acerca del tema. Sus resultados son, como mínimo, alarmantes: que afecta con mayor asiduidad a niños y adolescentes; que quienes lo soportan pueden pasar añares sin dar con el diagnóstico acertado; que se les dificulta conservar un empleo estable; y que, con respecto al resto de la gente, tienen veinte veces más riesgo de suicidarse y se separan de sus parejas el doble de veces.
“El TB es una condición muy frecuente en la cual el estado de ánimo oscila entre dos ‘polos’. En uno, de exaltación o euforia, el individuo está más enérgico, conversador, tiene menos deseos de dormir y se compromete en incontables actividades, incluso aquellas que son potencialmente peligrosas para su integridad. El otro polo es el de la depresión, en el cual el sujeto se siente decaído, desanimado, desinteresado y desmotivado, además de que le cuesta pensar y concentrarse. Los cambios anímicos exceden el hecho de estar contento porque ocurrió algo positivo o triste por alguna situación de pérdida”, aporta Marcelo Cetkovich, jefe del departamento de Psiquiatría del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y jefe del departamento de Psiquiatría del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Su colega, Hugo Urquina, investigador del laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias de INECO, prosigue: “Los episodios depresivos se ven interferidos por la aparición de otros caracterizados por un estado de ánimo elevado (euforia excesiva), expansivo (hiperactividad anómala) o irritable. Las fases de exaltación alternan con depresiones intensas, con incapacidad para disfrutar y con ideas negativas”.
Las causas del TB son complejas, por eso, cabe señalar que se producen por variaciones en el funcionamiento cerebral normal. “Son sutiles alteraciones en la dinámica de los neurotransmisores y de los denominados ‘circuitos reguladores del humor’”, especifica Cetkovich. Agustín Ibáñez, miembro del CONICET, director del laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias de INECO e investigador afiliado del Center for Cognitive and Social Neuroscience de la Universidad de Chicago (Estados Unidos), se suma al debate: “A ciencia cierta, no se conocen todos los componentes biológicos del trastorno, pero parece claro que uno de los mayores inconvenientes es el mal aprovechamiento de los neurotransmisores cerebrales –serotonina y dopamina–”.
Según explica la doctora Ana María De Lodovici, integrante del Consejo Asesor de la carrera de Psicología de la Fundación Barceló, el término “enfermedad maníaco-depresiva” apareció, por primera vez, en la década de los cincuenta. Su actual denominación (TB) se volvió popular sólo recientemente, y hay quienes prefieren la terminología antigua debido a que provee de una descripción más acabada, de una enfermedad multidimensional que cambia continuamente. “Las modificaciones en el ánimo son cíclicas: la manía pude desembocar en una depresión profunda. En ocasiones, predominan los episodios maníacos o los depresivos. Otras veces, se presenta el ‘estado mixto’, en el que los pensamientos depresivos aparecen en un episodio de manía o viceversa. Cuando el TB se presenta en niños, generalmente lo hace en su forma mixta”, aclara la especialista.

Lo primero es la familia
En el sentir colectivo, el TB está un tanto banalizado. En el trabajo o en el seno familiar, ante una reacción desmedida, uno no vacila en endosarle al otro la frase: “¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás bipolar?!”. Y el asunto es bastante más serio. “Hace muchos años, estaba de moda endilgarle a cualquiera el mote de ‘histérico/a’, y no necesariamente el decir popular era un diagnóstico efectivo de patología –desliza De Lodovici–. Hoy, después de cien años de psicoanálisis, la histeria no nos asusta. Por ahora, no nos sucede lo mismo con el espectro bipolar. Aun erróneamente, acusar de bipolar es tildar de desmedido, de desbordado, de inadecuado”.
¿Pero cómo se trata el TB entre las cuatro paredes del hogar? ¿Cómo se acompaña a quien lo atraviesa? ¿Cómo se lo ayuda? “La familia cumple un rol fundamental, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento. Son los familiares los que recuerdan incidentes de euforia que pasaron inadvertidos para el paciente”, comenta Cetkovich. “Por supuesto, el impacto que el TB produce en la familia es muy grande. Por un lado, escoltar a una persona deprimida es muy difícil; y por el otro, las euforias pueden ser muy desestabilizadoras para la armonía familiar, ya que el individuo no sólo está hiperactivo, sino que, además, puede tornarse irritable y no es raro que hagan o digan cosas francamente molestas”.
En palabras de De Lodovici, es básica, en el tratamiento del TB, la toma de conciencia del problema por parte del involucrado y sus allegados. “Las familias de los pacientes bipolares están prevenidas y acostumbradas a tratar con estas personas, aunque no hayan sido diagnosticadas adecuadamente –asevera la experta–. En el interrogatorio familiar, siempre hay una madre, un tío o un abuelo que se deprimían mucho o guardaban conductas extravagantes y dispendiosas. Cuando uno habla con la familia y se le comunica el diagnóstico, siempre aparece la asociación con alguien que, recién en ese momento, se entiende, retrospectivamente, como bipolar. Los íntimos deben estar implicados en el tratamiento. Los jóvenes, por ejemplo, dependen de la familia para medicarse en tiempo y forma, y así, evitar nuevas crisis. Cuanto más joven es el paciente, más difícil es contenerlo, debido a que la ingesta de medicación implica restricciones, como no tomar alcohol, algo muy usual en ese grupo etáreo”.
En la última década, crecieron notablemente las consultas y tratamientos para niños y adolescentes con algún grado de TB. Por caso, The American Journal of Psychiatry publicó, en su portal online, un informe en el que sentenciaba que los hijos de padres con TB tendrían ocho veces más posibilidades, en relación con niños de padres mentalmente sanos, de desarrollar un Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Asimismo, tendrían seis veces más probabilidades de tener dos o más trastornos mentales.
“El TB empieza, típicamente, en la adolescencia o en la adultez temprana, incrementando su incidencia en las edades medias de la vida. Estamos haciendo mención a una de las enfermedades mentales más comunes, severas y persistentes, por altas tazas de recaída, ansiedad comórbida, trastorno por abuso de sustancias, disfunción y mortalidad prematura –especialmente, por las altas tasas de suicidios–”, acota De Lodovici.

En los genes
Si bien aún son un misterio los mecanismos de esta disfunción, se conjetura que están determinados, en buena medida, por una predisposición genética. Se calcula que más del 70% del origen del mal está condicionado por cuestiones hereditarias ligadas a los genes, combinados con elementos ambientales.
De Lodovici profundiza el concepto: “Debido a que el TB prevalece en algunas familias, se trató de hallar un gen específico hereditario que incremente la chance de potenciar la enfermedad. Pero los investigadores sugieren que el TB ocurre a causa de una multiplicidad genética. Los factores psicológicos desempeñan un papel protagónico en la psicopatología del trastorno. Otro ejemplo por el que puede desencadenarse una depresión mayor es el fracaso al encarar acontecimientos vitales negativos. Y hasta algunos logros pueden desatar el primer trance maníaco o hipomaníaco. También sucesos como enamorarse, perder a un ser querido, la pubertad, la menopausia, la pérdida del trabajo, un ascenso, una mudanza, el nacimiento de un hijo, etcétera”.
Lo cierto es que no resulta para nada sencillo dar en el clavo. De acuerdo con las estadísticas, el retraso en el diagnóstico puede llegar a extenderse hasta diez años. ¿Por qué? Acaso porque es muy fácil confundirlo con la depresión, ya que, dentro de las oscilaciones del TB, los episodios depresivos son mucho más comunes y duraderos que los de euforia o la hipomanía. Urquina añade: “Por otra parte, en cuanto al abordaje investigativo, hace falta optimizar la caracterización de los procesos cerebrales para poder elaborar diferencias sutiles entre el TB y el TDAH”. Ibañez remata: “Ambos, con una independiente caracterización clínica, comparten perfiles sintomáticos, como la alteración de la cognición, del estado del ánimo, de la motivación y de la interacción social. Reportes internacionales encontraron que doce de los dieciocho criterios diagnósticos para TDAH se superponen con los utilizados para episodio maníaco. Por lo tanto, hay que diferenciar si la coexistencia de TB y TDAH es una verdadera comorbilidad o una amplia manifestación de síntomas emocionales y cognitivos que podrían corresponder a un subtipo de TB o a un subtipo de TDAH”.
La realidad es tajante: no existe cura para el TB. Pero sí puede ser controlado. “El objetivo es dominar, eficazmente, el curso de la enfermedad a largo plazo, lo cual supone el abocarse a los síntomas emergentes. Pero hay un ítem que no se tiene muy en cuenta: el aspecto social”, adelanta De Lodovici, y continúa: “Se debe buscar la plena integración con el entorno. Para ello, es prioritario ‘normalizar’ los trastornos mentales. La erradicación de los estigmas, de los estereotipos, los prejuicios y los rechazos con los que arrastran quienes padecen este tipo de problemas es el mejor instrumento para que el propio afectado reduzca sus niveles de estrés social, que, a veces, son los que le provocan los cambios de humor extremos”.
Por último, desde INECO, asumen que es valiosísimo entablar un diálogo permanente con el paciente y su familia y reconstruir su historia. “El tratamiento tiene tres pilares. El primero es el farmacológico, en el cual se estabilizan las fases por medio de un grupo de fármacos, como el litio, la carbamazepina, el ácido valproico y la lamotrigina. El segundo es la psicoterapia individual, que apunta a que el paciente alcance estrategias de regulación del humor. Y la tercera es la psicoeducación: aquellas personas y familias que conocen al dedillo el trastorno, sus causas y síntomas, tienen una evolución globalmente más favorable”, concluye Cetkovich.

Cómo estar atentos
¿Cómo detectar un caso de TB en la familia? En cuanto a los más niños, hay que percatarse si sufren síntomas de ansiedad frecuente, alteraciones en el estado de ánimo o psicofisiológicas (insomnio, miedos nocturnos, caprichos con la comida) o si padecen de hiperactividad, pasotismo y desafío a la autoridad. En la adolescencia, el TB se hace más evidente, aunque no se clarifica tanto como en la adultez. ¿A qué prestar atención? A trastornos de personalidad límite (pasa de un estado de euforia máxima a uno de depresión alarmante) o a trastornos de estrés postraumático (debido a un trauma infantil o a un trauma reciente). En casos extremos, los afectados pueden caer en psicosis agudas o esquizofrenias. “Lo más difícil es conseguir que el paciente sea conciente de que debe tomar medicación de por vida. Cuando están deprimidos, no tienen dudas sobre el malestar, pero en las fases libres o maníacas, les cuesta más aceptarlo”, sugiere De Lodovici. ¿Algunos consejos para tratar a estos pacientes? Comprender sus estados de ánimo, tenerles paciencia, darles cariño, apoyarlos, ponerse en su lugar, animarlos a que charlen o escuchen atentamente, hacerlos participar de actividades divertidas y recordarles que, seguramente, mejorarán con un tratamiento adecuado.