lunes, 31 de agosto de 2009

Solas a los 40

Cada vez más mujeres sin pareja y sin hijos se encuentran con la disyuntiva de conseguir el “2 x 1”, en un momento en donde los tiempos se acortan y la ansiedad se convierte en la enemiga número uno. Mujeres y hombres sub-40 comparten sus historias de amor en tiempos de soltería moderna y modelos que van quedando en desuso.

El día que ingresé a la treintena decidí que era momento de tomar una medida drástica. El proceso de cambio demoró seis horas y no fue interior: dejé en la peluquería mi eterna categoría de morocha para convertirme en una rubia rabiosa. Al parecer, la conmoción que generé en los invitados a mi cumpleaños surtió el efecto deseado, porque las preguntas existenciales por mi nueva edad cedieron paso a otras del tipo: “¿Es rubio ceniza?“ y “¿Cada cuánto te vas a retocar las raíces?”. Hacia el final del festejo, sin embargo, el mal trago llegó cuando un pariente cercano me dejó para el diván: “¿Y hasta cuando tenés pensado seguir desperdiciando óvulos?”, formuló al momento de soplar las velitas. Así quedó grabada para la posteridad mi bienvenida a la década infame: la de tener que decidir con celeridad temas como conseguir pareja y/o casarse lo antes posible y no perder tiempo (y al parecer óvulos) a la hora de un planteo reproductivo serio. El dilema se percibe claramente en la cara de espanto que tengo en todas las fotos de aquella velada fatídica.

Año a año, a través de la treintena, las mujeres que no tienen pareja o hijos comienzan a sentir idéntico terror. “¡Es que estoy sola y algún día voy a cumplir 40 años!”, lloraba desconsolada Sally en el hombro de Harry, en el mítico filme cuyo nombre narra el momento en que se conocieron. Bridget Jones escribía su diario de treintañera solterona de éxito garantizado y en Sex & the City cuatro chicas glamorosas mostraban que estar solas también podía convertirse en una cuestión de moda, pero que el temita “combo pareja + hijos” acechaba. En la ficción, pero más que nada en la realidad, la cuestión inquieta.

Así de injusto es el mundo que a los jóvenes que recién se lanzan al mercado laboral ya se les exige experiencia, y a las mujeres que están por cruzar –o acaban de cruzar– la línea de los 40 se les pide que además de la profesión marquen con una cruz los casilleros del amor y la fertilidad. “Soy la única de toda mi oficina que está sola, y eso hace que todos me miren raro. Mis compañeras casadas temen que les inculque ‘ideítas’ acerca de lo buena que es la soledad y mis compañeros de 20 fantasean con que soy una vieja fiestera –se confiesa la editora Lucía Peralta (36), quien se separó hace un año y medio de su último novio–. Teníamos un proyecto, pero no se dio. Muchas amigas me increparon por no haberme embarazado antes de cortar, porque creen que se me va a pasar el cuarto de hora. De hecho, en las charlas que tengo con muchas mujeres de mi edad aparece la pregunta de si congelar o no óvulos. Es que se supone que si nos liberamos de la presión de los hijos dejamos de trasladárselos a los hombres en nuestras primeras citas… ¡y así evitamos que huyan!”, narra con humor, pero dejando al descubierto una desesperación generacional. “Te aviso que no me voy a divorciar porque antes quiero embarazarme”, me amenazó días atrás Carolina, una empresaria de 37 años que acababa de descubrir la supuesta infidelidad de su marido a través de un mensaje de texto y que, mientras se secaba las lágrimas con pañuelos de papel, consideraba con frialdad: “¿Qué me importa si mi pareja no es perfecta?”.

Yo me quiero casar ¿y usted?
“Cada vez más gente que supera los 30 años no tiene hijos ni una relación estable”, informan los especialistas, vinculando el hecho a un cambio social, cultural y económico a nivel global y también a una creciente expectativa de vida. Según el Departamento de Análisis Demográfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el 49,9% de los porteños de entre 25 y 65 años no tiene pareja. Europa es de avanzada en la cuestión: los solos suman 170 millones, y en Estados Unidos el 42% de la población trabajadora de treinta y pico está soltero, por lo que la prensa ya bautizó al fenómeno The single America. En Inglaterra, un estudio de la Universidad de Warwick, fue un poco más lejos, al determinar que estar solo a los casi 40 puede acortar la vida. El análisis parte del supuesto de que quienes no están en pareja ni tienen hijos salen más y hasta más tarde, beben alcohol, fuman, salten comidas y trabajan obsesivamente porque no tienen otras cuestiones que atender. El estudio fue publicado en el diario The Independent on Sunday generando polémica. “Qué fuerte… –se extraña al conocer los datos del informe Guadalupe Castro, una médica de 40 años quien, justamente, anda sola–. No me parece del todo acertado porque conozco muchas personas que estando en pareja tienen una pésima calidad de vida debido a peleas, sacrificios personales o postergaciones de proyectos propios. Soy de las que creen que es mejor estar sola que mal acompañada y no es mi prioridad encontrar un hombre por el sólo hecho de estar con alguien, o de buscar un hijo como un deber. Obviamente, el tema ocupa mi cabeza, pero a veces pienso en la posibilidad de que, a lo mejor, no voy a llegar a ser madre y eso no necesariamente me angustia. Ojalá que se dé, pero también sé que si no, en el trayecto he tomado decisiones que me hicieron muy feliz: aposté a mi carrera, viajé muchísimo, salí y me divertí con amigos…”, enumera utilizando para ello los dedos de sus manos.

Entre los 10 mil usuarios del sitio para solos y solas Encontrarse.com, por ejemplo, el 70% de quienes se registran están en el rango de los “de 35 a 50 años” y a pesar de que comenzó siendo un espacio para charlas virtuales, hoy también incluye salidas temáticas a pedido de un público que siente que no tiene tiempo que perder. “La mayoría de la gente que ingresa al sitio es de esa franja etaria. A diferencia de los usuarios de menos edad o de los mayores, que a lo mejor quieren relaciones de amistad o vínculos menos comprometidos, los de treinta y pico buscan una pareja y la posibilidad de formar una familia más o menos rápido. Los tiempos se acortan para ellos, están más apurados y quieren todo ya”, explica la directora del sitio, Mónica Sznaider, una celestina virtual que ya lleva diez años uniendo corazones.

LO QUE ELLAS Y ELLOS QUIEREN. ¿Hay o no hay hombres para las de treinta y pico? Que los hay, los hay. Pero ellas aseguran que son fóbicos y que no siempre manejan los mismos tiempos. Franco Gutiérrez, abogado de 38, esgrime en su defensa: “No es cierto que le tengamos miedo al compromiso. El tema es que muchas chicas tienen “casamiento e hijos” escrito en la frente, como un cartel luminoso. Yo soy de los que se toman su tiempo para conocer a alguien: no me gustan la ansiedad ni las presiones. Por eso mis últimas parejas eran más jóvenes; ellas no tienen la obsesión de formar una familia”. La arquitecta Victoria Ibáñez (35), aunque casada, boceta los lineamientos que siguen los hombres de su generación: “Algunos amigos de mi marido que se acaban de separar aparecen a sus 40 con novias de 20 años. Cada vez que tenemos que salir en parejas, las de treinta y pico nos queremos matar, porque las nuevitas se jactan de su juventud como si las demás fuéramos viejas decrépitas. La cuestión inquieta a más de una: ¿y si a nosotras también nos reemplazan por modelos más nuevos?”, pregunta. Al momento de consignar sus condiciones de búsqueda, Juan Martín Reynoso (41) –gerente, hijo de 6 años, separado hace 3– detalla: “Busco a alguien que me deje ser y no genere conflictos. No salgo a bailar, a lo sumo voy a alguna reunión armada por amigos, así que siempre terminan presentándome a alguien. En general salgo con mujeres más jóvenes porque no tienen tantos rollos de ex o de hijos. Pero mi última novia tenía mi edad y fue bárbaro”. Por su parte, la productora televisiva Marcela Díaz (38), confiesa su temor a que su actual condición de sola amenace la integridad mental de sus padres. “Me tienen harta con eso de qué voy a hacer de mi vida. Estar sin pareja te convierte otra vez en una nena, y entonces se sienten con derecho a alimentarte a base de teorías”, concede y explica que en cada almuerzo familiar del domingo la cuestión de la pareja y la maternidad pasa de mano en mano, como un salero de la discordia. Su hermana Romina no colabora a la hora de una sobremesa sin planteos: cinco años menor, y casada desde hace una década, acaba de parir a su tercer hijo. “Todos opinan y me dan consejos: desde que agarre al primero que se me cruce, hasta que me embarace de un desconocido. En general, esas conversaciones siempre me obligan a terminar la jornada de manera abrupta. Me levanto de la mesa pidiendo a gritos que me dejen en paz y huyo para deprimirme en mi departamento y comer medialunas”, confiesa Marcela quien a pesar de los éxitos profesionales, tiene que atravesar a diario la idea de que su existencia tiene alguna que otra cuenta pendiente: “Cada vez que digo que soy soltera y sin hijos me miran con una mezcla de lástima y enojo. Muchos no te perdonan que ése no sea tu único objetivo. Sobre todo las demás mujeres”, señala.

Facundo (37) opina que las chicas de su edad son geniales… ¡pero como amigas! Mientras que Francisco Pérez Salazar (39) asegura salir sólo con quienes están a la par: “Las mujeres de menos edad no tienen las mismas experiencias y no me interesa estar con alguien con quien no comparto la visión de la vida. Tengo amigos que salen con gente más joven para apendejarse, o porque no quieren compromisos. No es mi caso: vengo de una convivencia de seis años y la próxima vez sí espero poder formar una familia”. (Disculpas: al cierre de esta edición, el número de teléfono de Francisco había sido incautado por un séquito de señoritas).

Otro mal que denuncian las mujeres sub-40, es que el hecho de no tener relaciones de pareja las obligue a padecer el mal de Roberto Carlos. “De tanto salir y conocer gente terminás teniendo un millón de amigos. ¡No te da el tiempo para verlos a todos!”, se queja Lucía Peralta, quien apela a las redes sociales como el Facebook para convocar a sus propios conocidos, enganchar amigos de amigos y recuperar ex novios o aquellos compañeros de primaria y secundaria que prometían. Es un hecho que la tecnología aportó su cuota para que, al mejor estilo Roberto Galán, se hayan formado muchas parejas: chat, e-mail, mensajes de texto; todo colaboró. Pero cuántas veces también, al chequear contestadores y correo, no había rastros de aquel hombre que una noche prometió: “Yo te llamo… o te escribo”.
Gabriela Castro Torres (40), por su parte, se reconoce agotada de sus ¿viejas? amigas y evoca con añoranza los buenos ¿jóvenes? tiempos. “Antes siempre encontrábamos una excusa para divertirnos. Pero desde que la mayoría es madre, no hay plan que no incluya a los hijos. ¿Por qué sus maridos sí pueden salir sin llevarse a las criaturas? En una de nuestras últimas reuniones aburridas a tomar el té hice la pregunta en voz alta y me tildaron de resentida –se queja y explica que si bien le gustaría estar en pareja, le molesta que muchas mujeres hagan del tema una especie de militancia–. En cada reunión se habla de qué guardería es la mejor y qué conviene mirar de toda la programación del Play House Disney. A veces me dan ganas de salir corriendo”, comparte y asegura que está sola desde hace cinco años: “Tuve varias convivencias, pero ninguna funcionó. Así que ahora no cambio así nomás la libertad que me da vivir sola y tener un buen laburo. Mi psicóloga me ayuda a ver que no tengo la obligación de formar una familia si no tengo ganas”, sintetiza.

“Cuando me separé de Pablo tenía 36 y hacía siete años que estábamos casados. Nunca pensamos en tener hijos. Las cosas no venían bien y un día bajé a la fiambrería a comprar un salame y cuando volví, él me miró y me dijo: ‘No te aguanto más. Separémonos, Mariana’. Sin decir agua va, armé una picada y le dije: ‘Bueh, quedate vos acá porque yo no puedo bancar el alquiler. Me voy a lo de mi vieja’. Y así fue: volví al hogar materno después de veinte años –aclaro que me fui de muy chica–; más precisamente a mi cuarto de la adolescencia. Al principio tenía todos los miedos: que no iba a poder mantenerme sola e iba a terminar durmiendo debajo de un puente, que no iba a volver a tener sexo en mi vida porque ningún tipo me iba a dar bola y que me iba a morir sola, vieja y rodeada de gatos. Ninguna de esas profecías se cumplieron. A los pocos meses me di cuenta de que a los 36 no me miraban como a los 22, o sea que ir de levante a un boliche no era el camino. Lo mío era el trabajo: jefa y segura en lo que hacía, me di cuenta de que eso era muy atractivo para los tipos. O sea que empecé a levantar como loca en la oficina”, narra Mariana Silvani (39), quien de todos modos no volvió a formalizar.

“Vos lo que necesitás es ser menos exigente… ¿Por qué mejor no agarrás lo que venga?”, me aconsejaba mi papá psiquiatra en mis tiempos de sola, mientras que la madre de una amiga, frente a sus treinta y pico en veremos, eligió ir directo al grano… equivocado: “Hijita, ¿vos sos lesbiana?”, le preguntó después de consultarla cuánto tiempo más tenía pensado guardar la cuna de su infancia para sus propios hijos, sin encontrar respuesta. “¿Por qué además de soportar mis propias angustias y miedos acerca de mi actual situación, tengo que satisfacer los requerimientos de certezas de familiares, amigos y hasta desconocidos que me indagan sobre por qué no consigo novio? ¡Si lo supiera no estaría sola! Y hasta es probable que en vez de salir con un empleado de banco, anduviera haciendo top less en el yate de un millonario por el Mediterráneo”, ironiza Paula Martínez (41), irritada ante lo que define como “síndrome de torturar psicológicamente a la sola”. Está visto que, a determinada edad, las preguntas propias y ajenas fluyen con una facilidad asombrosa y que, en algunos casos, los signos de interrogación pueden convertirse en enemigos íntimos. Será porque, evidentemente, lo difícil es encontrar respuestas que logren conformar a todos.



Fuente:para ti Textos María Eugenia Sidoti Ilustraciones Verónica Palmieri