sábado, 30 de abril de 2011

Madres de todas maneras

Maternidades diferentes. Los avances científicos y los cambios socioculturales han permitido superar límites de edad, ausencia de pareja y hasta falta de óvulos: criopreservación, bancos de esperma y ovodonación. Cinco mujeres cuentan en primera persona cómo han logrado, o quieren lograr, cumplir el mayor sueño de sus vidas: ser mamás.
Marta. Verónica. Florencia. María. Mirta. Tienen entre 37 y 62 años. Para ellas, el deseo de ser madres tuvo el ritmo de una larga guerra: batallas perdidas, batallas ganadas, cambios de estrategias, repliegue, avances. Todas tuvieron un desolador momento de derrota íntima. Todas, ahora, tienen la felicidad de no haber bajado los brazos cuando los diagnósticos médicos o los consejos cercanos les indicaban darse por vencidas. Los avances de las técnicas reproductivas, los profundos cambios en la vida (y en la mentalidad) de las mujeres, la aceptación gradual y creciente de nuevos tipos de familia dieron su cuota de aliento en cada búsqueda. Cinco historias de vida.

UNA BATALLA CONTRA EL TIEMPO. “No vale la pena pasar por tanto desgaste físico y emocional. ¿Por qué no invertís la plata y la salud en otra cosa? Quedate sin hijos y disfrutá de la vida”. Durante los 17 años en los que se dedicó a buscar un hijo, Marta D’Agostino (62) escuchó esta y muchas frases más de personas de su entorno para quienes su insistencia no tenía ningún sentido. Pero tanto ella como Roberto, su marido, estaban convencidos desde que se casaron, hace casi 30 años, de que lucharían por su sueño. Marta y Roberto recorrieron cuantas clínicas, hospitales y especialistas les recomendaron e hicieron decenas de tratamientos de todo tipo. “Eran dos batallas: una contra mi reloj biológico y otra contra la economía. Durante años, dedicamos un sueldo a vivir y otro a los tratamientos”. Marta perdió la cuenta de cuántos tratamientos hizo y de los centenares de inyecciones que recibió en todos esos años. El problema era que nadie podía terminar de detectar cuál era el impedimento para lograr el embarazo. “Nos íbamos a dormir llorando y nos levantábamos dispuestos a seguir. Así llegué a los 45, cuando empecé con una menopausia precoz. Era lo único que me faltaba como para que se me terminaran todas las esperanzas”. Justo cuando su carrera contra el tiempo parecía perdida, llegaron por recomendación a Ester Polak, especialista en medicina reproductiva y presidenta del CER (Centro Especializado en Reproducción). Ella les propuso intentar con un ICSI, que a principios de la década del ‘90 todavía era una técnica nueva. “Hicimos seis ICSI en total. Pero para el último yo ya no tenía óvulos así que recurrimos a unos que me habían sacado en uno de los intentos anteriores y que habían sido congelados. Se descongelaron diez, pero sólo sobrevivieron tres, de los cuales me transfirieron dos. En la cuarta semana, uno desapareció. Quedó Fede”, cuenta Marta con Federico (11) a su lado, que fue uno de los tres primeros bebés nacidos en el mundo a partir de óvulos criopreservados. El caso, explica Polak, fue el puntapié para que CER creara el primer banco de óvulos congelados de Sudamérica. “Sé que hay muchas mujeres pasando por lo que yo pasé. Por eso les quiero decir que no dejen de intentarlo. Hoy la ciencia ha avanzado mucho así que si yo pude a los 50 años en 1997, hoy no hay límites. La maternidad fue soñada como la imaginaba. Sólo el nacimiento compensó 17 años de espera”.

MADRE SOLA POR ELECCION. “Tenés una menopausia precoz. Nunca vas a poder tener hijos”, le dijo un ginecólogo sin preámbulos. Florencia (37) acababa de cumplir 32 años. Se había casado a los 23, pero recién a los 29 decidió buscar un bebé porque, tanto ella como su marido se sentían todavía muy jóvenes para ser padres. “En el primer mes que buscamos, quedé. Estaba feliz. Pero a las 10 semanas lo perdí. Fue un cachetazo a toda mi vida. Yo soñaba con ser madre. Es más, quería muchos hijos, mellizos, todo”, recuerda Florencia. De inmediato empezó a hacerse estudios para ver si podía volver a intentar un embarazo, pero su pareja entró en crisis y a los pocos meses se separó. “Entré en un pozo de estrés, adelgacé un montón y tuve una revolución hormonal que me generó una menopausia precoz –recuerda–. Cuando escuché que nunca iba a poder tener hijos sentí que me pasaba un tren por encima”. Pero lejos de quedarse llorando, dos semanas después Florencia decidió ir a ver a un especialista. Así llegó a Halitus, donde definieron un diagnóstico preocupante: “Tenés una disfunción ovárica. Puede que sigas ovulando intermitentemente hasta los 50, o puede que mañana tengas tu última ovulación y nunca más”. La noticia puso su vida en una cuenta regresiva: “De repente, sentí que se me acababa el tiempo. Mi primera intención fue congelar óvulos para cuando decidiera ser madre, pero en ese momento las posibilidades de que los óvulos sobrevivieran congelados era difícil. Entonces me recomendaron congelar embriones para lo cual, sin hombre a la vista, tenía que recurrir a un banco de esperma. Llegado ese punto, yo me pregunté: ¿Por qué esperar a mañana si puedo ser madre hoy? Estuve 7 años casada y no tuve hijos. No voy a esperar a un hombre para ser mamá. Y lo hice”. Como no tenía un referente masculino, solicitó un esperma con sus mismas características físicas, pelo claro y ojos claros, aunque su única preocupación real era que sea de alguien sano. Luego de dos tratamientos de fertilización fallidos, en el tercero, por fin, a los 36, quedó embarazada.

Mateo ya tiene 9 meses. En este tiempo, Florencia dice que jamás sintió que le hiciera falta tener un hombre al lado y que no cree que la ausencia de un padre vaya a ser un problema para su hijo, al que piensa contarle la verdad de su historia guiada por un profesional que le diga cómo decirlo a medida que vaya creciendo: “Yo sé que la familia tipo es mamá, papá e hijo, pero ese es un ideal que pocas veces funciona en la realidad. ¿Cuántos casos hay en los que los hombres desaparecen del mapa? ¿Eso quiere decir que ese hijo no va a poder ser feliz nunca? No estoy de acuerdo. No creo que Mateo vaya a ser más o menos feliz por tener o no tener un padre”.

Fascinada con la maternidad, hoy Florencia dice que no le interesa involucrarse en una relación, aunque no cierra las puertas a que eso pueda sucederle. “Si me lo preguntás hoy, yo te diría que es obvio que soñaba con la familia ideal, pero más soñaba con ser madre. Y ese deseo es irrefrenable. No te importan los prejuicios ni el que dirán. Creo que no importa la manera en que lo hagamos, estamos trayendo vida nueva al mundo”.

DESAFIO A LA GENETICA. La bautizó Victoria y, aunque casi todos a sus alrededor le digan Vicky, ella prefiere llamarla por el nombre completo. “Porque esto para nosotros fue una gran victoria: de la mano de la ciencia pudimos ganarle la batalla a la genética”, dice Mirta Pacheco (40) con una gran sonrisa y su beba de 5 meses en brazos. La primera nacida en el país a partir de óvulos donados vitrificados. La batalla había comenzado hace 22 años cuando dio a luz a Julio, su primer hijo, que nació con síndrome de Down. “Tuve la suerte de encontrar un médico que vio más allá y quiso saber por qué con sólo 17 años había tenido un hijo Down. Y entonces descubrió que soy portadora de la trisomía XXY”. El diagnóstico fue terminante: “Tenés sólo un 25 % de probabilidades de tener hijos sanos”. Recién casados y ambos muy jóvenes, los Ramírez vieron frustrado su sueño de tener varios hijos y años después, como el deseo seguía presente, iniciaron los trámites para adoptar. Otra vez una respuesta terminante: “No reúnen los requisitos económicos”.

Decepcionados, concentraron su amor y energía en el cuidado de Julio. Pero cuando menos lo esperaban, en una cita con una médica del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde Julio se atiende desde que nació, Mirta supo de la ovodonación. Así llegaron a Halitus, con la esperanza de que la ciencia les diera lo que la naturaleza parecía negarles. “Primero hicimos un tratamiento para extraer mis óvulos y estudiarlos. Pero estaban todos afectados. Y después hicimos dos intentos por ovodonación pero ninguno funcionó. Quedamos completamente frustrados. Además, en ese momento, se enfermó Julio y pensé que debía dedicarme a él”. Pero entonces recibió un llamado de Halitus para probar otra fertilización, esta vez con una nueva técnica que estaban implementando con óvulos vitrificados. “No siento que esta hija sea diferente de Julio. La tuve en mi panza nueve meses y me siento su mamá en todo sentido. ¿Te digo la verdad? Sólo me importaba que fuera hija de él”, sonríe Mirta mientras mira a Victoria en manos de Fernando. “Yo estoy agradecida a los médicos pero también a las mujeres que donan óvulos porque creo que es como donar órganos, es dar esperanzas a otras personas que los necesitan, es dar vida”.

“Soy su mamá aunque no tengan mis genes”. Verónica Sandoval (43) mira su panza de 4 meses de embarazo embelesada, y no puede evitar emocionarse cuando recuerda cada una de las peripecias que vivió en estos 11 años que pasaron desde que se casó y empezó a soñar con formar una familia. “Yo creía que, como cualquier mujer, era sólo cuestión de dejar de cuidarme para quedar embarazada”. Pero las cosas no resultaron tan simples para ella. Tras varios meses sin novedades empezó una larga peregrinación por consultorios y especialistas que repetían lo mismo: “Vos no tenés ningún problema. No sé por qué no quedás embarazada. Tené paciencia que ya vas a quedar”. Su vida entró en una especie de ciclo que empezaba con gran ilusión luego de cada nueva visita médica y terminaba en frustración absoluta al cabo de los meses. “Yo veía que los años iban pasando y todos tenían hijos, menos yo. Empezás a pensar que si no pudiste a los 30 menos vas a poder a los 40. Mientras buscás, no podés seguir con tu vida normal. Entonces, llega un momento en que decís basta. Pero el deseo no se va y después volvés a buscar… Así estuvimos 10 años”. Cuando ya había perdido la cuenta de los médicos visitados, una amiga le recomendó ir a ver a un especialista del Hospital Británico, que la derivó a CIMER. Con 42 años y una premenopausia, el futuro se vislumbraba negro para Verónica. “Para mí fue como un milagro escuchar que existía algo que se llama ovodonación y que, gracias a eso, mis posibilidades de cumplir el deseo de ser madre no estaban acabadas”. El 11 de junio pasado se extrajeron los óvulos a la donante y el esperma a Carlos, el marido de Verónica. Dos días más tarde, se implantaron tres embriones en su útero. “Quería un bebé y voy a tener dos ¿qué más puedo pedir?”, anuncia con lágrimas en los ojos.

CON LA AYUDA DE UN AMIGO. Un novio formal desde la adolescencia hasta los veintipico. Después, hacer la carrera y luego, vivir sola. En el medio, algunas relaciones más o menos estables pero sin proyectos a futuro. A los 32, un gran amor que le hizo querer ser madre, un deseo que si bien siempre había estado latente, hasta ese momento nunca había aparecido como un plan inmediato. “Pero él era bastante más grande que yo, ya tenía sus hijos y no quería volver a ser padre. Me lo había dicho desde el comienzo pero yo creía que en el futuro su postura iba a cambiar”, relata María, una socióloga rosarina de 44 años. Pero la postura de su pareja no sólo no cambió sino que, además, le detectaron un problema orgánico que le impedía ser padre de todas maneras. Ya cerca de los 40 y con el deseo de ser madre a flor de piel, María empezó a hacerse estudios para ver si su cuerpo estaba en condiciones de tener un embarazo. Además, se puso a investigar sobre los bancos de esperma. Incluso llegó a conversarlo con él, pero la ruptura de la pareja se precipitó antes de que ellos pudieran tomar una decisión al respecto. “Fue justo después de separarme cuando me reencontré con un ex novio, más amigo que pareja, con el que había salido un tiempo como a los 26 años. Si bien nunca habíamos tenido nada serio, nos habíamos llevado muy bien y nos queríamos mucho”. En uno de esos primeros encuentros, ella le contó sobre sus ganas de ser madre, su ex pareja que no podía y los bancos de esperma. “Yo no quiero volver a ser padre en la manera habitual, pero la verdad es que antes de que vayas a un banco de esperma prefiero donarte el mío”, le ofreció. María se quedó helada en el momento pero enseguida reaccionó: “Me puse contentísima: entre buscar un donante anónimo o tener un hijo con un tipo que me gusta y que conozco desde hace 20 años, no había duda”. Sin nada que pensar y salvada de los tratamientos de fertilidad, fue a su ginecóloga y le pidió que siguiera su ovulación para saber en qué días y horarios debía tener relaciones. Como si fuera una fórmula, en el primer intento quedó embarazada. Pero a las seis semanas lo perdió. Y ahora, una vez que confirmó que no hay ningún problema, lo está intentando otra vez. “Tengo muchas expectativas porque ya siento que son los últimos cartuchos”, dice María, aunque asegura que no está desesperada. “Yo tengo una vida que me encanta, así que no busco un hijo para llenar ningún hueco. Al contrario, tengo que reorganizar mi vida para tenerlo. Pero creo que vale la pena porque quiero tener hijos desde que a los 5 años jugaba a las muñecas. Y si bien siempre creí que sería con una pareja, acepté que no va a ser así. No estamos enamorados, pero nos queremos mucho y confío en él como persona. Decidí que voy a dejar que las cosas vayan fluyendo. No necesito un padre tradicional al lado. Siempre sentí que, si bien es mucho mejor compartir la decisión con una pareja, en el fondo la maternidad es una decisión femenina”.

Para Ti. Textos Paula Bistagnino Fotos Consuelo Opizzi