jueves, 24 de febrero de 2011

NO HAY MALOS DIVORCIOS, SINO MALOS MATRIMONIOS

Criticado por unas personas y respaldado por otras, el divorcio sigue siendo un tema convertido en Cuba, donde los índices de divorcialidad se han mantenido estables, pero elevados, en las últimas décadas.

Desde que el divorcio se hiciera legal y oficial, en 1918, debieron pasar muchos años para que se asumiera como práctica social recurrente. No fue hasta 1963 que por primera vez se llegó a una tasa de uno por cada mil habitantes y el pico más alto se alcanzó en 1993, con seis por cada mil habitantes.

En 2009 se hicieron firmes un total de 35.034 sentencias de divorcio, para una tasa de 3,1 por cada mil habitantes, según datos del Anuario Demográfico de Cuba, elaborado por Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).

La tendencia a unirse y separarse parece ser universal, y Cuba no escapa a ella. No obstante, muchas personas siguen viendo el acto de divorcio como sinónimo de crisis y fracaso. Otras, en cambio, lo asocian con la ruptura necesaria y la vía para rehacer la vida, en soledad o en pareja, ante la inevitable disolución de un vínculo insatisfactorio.

“Hay que aceptar, también, que el divorcio es una nueva oportunidad para encontrar a alguien compatible y ser más feliz. No hay nada peor que un mal matrimonio, tanto para la pareja como para los hijos. Con el tiempo, todos --matrimonio disuelto e hijos-- comprenden que el divorcio fue un mal menor, frente a una relación que había perdido su sentido”, asegura la investigadora María Elena Benítez, del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana (CEDEM).

En medio de tan apasionadas posiciones, la reflexión reciente de esta estudiosa cubana del tema de la familia ponía la mirada en otro ángulo del asunto, en el que pocas veces nos detenemos: “todavía nos preocupamos mucho por el divorcio y poco por el matrimonio, cuando este es siempre el resultado de un "mal matrimonio". Sin embargo, se tiene clara en Cuba la importancia del matrimonio? ¿Estamos preparados para vivir en familia? La respuesta es no, y se sabe que, hasta la construcción de un edificio requiere de una preparación cuidadosa”.

Un equipo del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente concluía, en 2008, que se mantenían no pocos contratiempos entre cubanas y cubanos antes, durante y después de formalizar la unión matrimonial.

Entre esos obstáculos citaba las dificultades de la vida en pareja, la ausencia de tiempo para dedicar a la comunicación, la falta de habilidades para el intercambio y para la solución constructiva de conflictos, la transmisión de mensajes enmascarados o poco claros y problemas en la recepción de los mismos. Además, el estudio “La familia cubana en el parteaguas de dos siglos” indica que hay muy escasa interrelación referida al área de pareja, su intimidad y sexualidad, considerada un “tema tabú”; y poca apertura de los temas sobre los cuales se conversa, en tanto aparece la violencia verbal en diferentes formas de expresión.

Además de que suele predominar un modelo de pareja más bien cerrado y dependendiente, que no abre espacios flexibles de convivencia personal dentro de la vida de dos, y de señalarse otras carencias comunicativas, también se reconoce la falta de vivienda como un problema que afecta los nuevos proyectos de vida en común, sobre todo entre las personas más jóvenes, que deben quedarse a vivir muchas veces junto a sus familiares o los de su pareja cuando deciden unirse o casarse.

Muchas personas “se casan frívolamente”, opina Benítez, “sin meditar la trascendencia de este acto en su vida futura, sin tener en cuenta las dificultades que habrán de enfrentar -financieras, de vivienda, de compatibilidad, etcétera- y las contradicciones lógicas de esa etapa”.

Por ello se inscribe entre las personas que abogan por trabajar más y mejor en la preparación de las parejas para el matrimonio, en particular las jóvenes. “No hay duda de que una familia que se construye sobre bases sólidas, con una visión realista tanto de los beneficios como de los costos, donde el amor desempeñe un papel más importante, y donde la madurez esté presente, tiene menos probabilidades de fracasar”, concluye la investigadora.