Este tema lo preparé por la gran cantidad de correos electrónicos que he
recibido en los últimos años de personas que han perdido familiares,
seres queridos y, los han perdido de pronto, algo que no esperaban y por
la inmensa cantidad de noticias de muertes trágicas que a diario vemos
en los noticieros de nuestro país. Tal vez no todos se debieron a una
larga enfermedad sino que sucedieron en un accidente de autos, un robo o
una pelea callejera.
Quizás lo mataron en la calle o sufrió un
accidente laboral. Muchas personas que tuvieron que atravesar esos
momentos no se han podido reponer, tienen muchas preguntas sin
respuestas. A lo largo de toda nuestra vida los seres humanos podemos
sufrir más de cuarenta pérdidas emocionales; por ejemplo: la muerte de
un ser querido, una mudanza inesperada, una graduación, casarse,
terminar con una adicción, una enfermedad grave que aparece en la vida,
la jubilación, cambios financieros, problemas legales, dejar el hogar,
etc.
Todos estos
cambios nos provocan pérdidas emocionales, perdemos algo bueno o malo y
pasamos a otra situación, buena o mala, pero siempre algo perdemos.
Estas pérdidas emocionales a las que nos enfrentamos nos provocan
“pena”.
¿Cuántos sintieron pena alguna vez en su vida?
Cada
vez que perdés algo, provoca pena y, la pena no ha sido muy bien
entendida y tampoco hemos sabido cómo ayudar a esa persona que estaba
atravesando por esa situación. Por todo esto, en primer lugar, quiero
decirte que tener pena frente a una pérdida, sentir dolor frente a ella,
es normal.
“Que nadie te juzgue por sentir pena”
La pena es el
resultado de dos sensaciones que se contradicen entre sí. Por ejemplo,
el día que falleció mi papá yo tenía diecinueve años y, ese mismo día, a
mí me pasó algo extraño que yo me culpaba por sentirlo hasta que
entendí que era algo normal. Por un lado decía: “murió, ¡qué bueno! no
voy a tener que estar esperando nunca más que él venga”.
Yo me
acuerdo que todos los días esperaba que él llegara a casa y que no le
hubiera pasado ningún accidente y, cada vez que llegaba, que oía las
llaves, porque él entraba a casa, decía: “Gracias, Señor, porque lo
trajiste sano”. Entonces, cuando él murió, lo primero que pasó por mi
mente fue: “ahora ya no me voy a tener que preocupar más por eso, porque
él ya no está”. Es decir, por un lado sentía alivio y, por el otro
lado, tristeza, dolor y angustia; ya que, no iba a poder verlo más, no
podría hablar más con él, no iba a poder abrazarlo más, nunca más podría
darle un beso o que él me diera un beso a mí… Y estas dos sensaciones,
estas dos experiencias que se juntaron en un mismo momento es lo que a
veces no entendemos de la pena. Otras de las situaciones en las cuales
ambas sensaciones aparecen juntas es frente a un divorcio, ante la
pérdida de un matrimonio.
Mujeres que por un lado dicen: “tengo
alivio porque ya no voy a pelearme más, no voy a discutir más, no voy a
estar más bajo presión” pero, por el otro lado, sienten el dolor y la
tristeza de tantos años vividos juntos y la inquietud de qué es lo que
vendrá de ahora en adelante para sus vidas. Dos sensaciones que se
encuentran bajo una misma situación: alivio y dolor, emociones ambas por
las cuales no tenés que sentirte culpable.
“Los seres humanos podemos sentir alivio y dolor a la misma vez, es natural”.
La
pena está relacionada con el corazón y no con el cerebro; por eso, cada
vez que a una persona que pierde algo, que está sufriendo, le queremos
dar explicaciones racionales, no la ayuda en nada lo que le estamos
diciendo.
[La pena no pasa por la cabeza, pasa por el corazón, se
siente, y no podemos aliviar la pena de nadie tratando de darle
respuestas racionales]
El otro puede entender todo claramente,
pero la pena sigue estando en el corazón. ¿Saben cuál es el gran
problema? Es que estamos muy mal preparados para ayudar a una persona
que está pasando por dolor. Por ejemplo: desde chiquito, cuando perdías
algo, los más grandes te decían: “No te sientas mal, no llores”.
Entonces cuando trataban de consolarte con esa frase, ¿qué pensabas por
dentro…?
• Que tenías que reprimir el llanto,
• Que tenías que reprimir la emoción, porque llorar frente a la pérdida estaba mal.
Otra de las frases que nos decían eran:
• “no importa, ya vas a conseguir otra esposa o;
• “se te murió el perrito, la semana que viene te compro otro”.
Es
decir, para que la pena desaparezca había que reemplazar lo perdido,
sin embargo hacer esto no calma el dolor que se siente ante una pérdida.
Otra de las frases era:
• “el tiempo sana las heridas, el tiempo sana todo”.
Esa
es una gran mentira porque el tiempo no sana nada, lo que sana es lo
que hagas en ese tiempo, no el tiempo por sí solo. Si vos decidís
sentarte a esperar que venga la sanidad, la sanidad no va a venir y el
tiempo se va a hacer largo, porque el tiempo no sana heridas sino lo que
hagas en ese tiempo de espera es lo que te podrá levantar de una
pérdida.
También:
• “sé fuerte para los demás, sé fuerte para tus hijos”.
¿A cuántos les dijeron eso?, “tenés que ser fuerte, vos sos el sostén de la familia…”
Y
vos, en ese momento de dolor, no sabés quiénes son los demás, en ese
momento existís vos y tu dolor, no podés ser fuerte para nadie. A la
persona que está pasando por un momento de dolor no le sirve que le
digan eso.
Otras frases como:
• “mantenete ocupado, se te va a pasar, te vas a olvidar”.
Mantenerse
ocupado tampoco soluciona el dolor. Uno puede estar ocupado todo el
día, pero al llegar la noche, llega con ella el vacío. Es entonces
cuando el dolor y la tristeza vuelven a tu vida, porque no estás sanando
tus emociones llenándote de tareas, sino apenas tapándolas.
[La
ocupación no es mala, es buena pero es simplemente una distracción.
Ella no tiene el poder de sanar la pena que nos ocasiona una pérdida]
Frente
a una pérdida, muchas veces, nos dicen: • “Yo sé lo que estás sintiendo
en este momento porque a mi me pasó exactamente lo mismo”, sin embargo
esto no es así. Por ejemplo, si la pérdida que estás atravesando es la
muerte de tu mamá, tu dolor va a ser único y distinto porque la relación
que tenías con ella era única. Tal vez tu relación con tu mamá era mala
o era buena y, la relación de quien te habló con su mamá era de
indiferencia, por eso, es que no podemos sentir lo mismo. “No podemos
saber lo que se siente porque toda relación es única”
Y también
es seguro que nos encontremos con personas que, para consolarnos, nos
quieran cambiar el tema de conversación, no querrán hablar de la muerte
ni mencionar esa palabra.
Usarán sinónimos como ser:
• “se fue”,
•“partió”,
no pueden decir “se murió”, no pueden hablar de la muerte, entonces,
cambian de tema sin darse cuenta que vos le estás diciendo: “estoy
destrozada, no doy más, siento que me estoy muriendo y que no tengo
fuerzas”. Pero la persona que intenta consolarte, te dice: “no te
preocupes, él está con el Señor, él ya no sufre más”.
A
vos, en ese momento, esas palabras no te sirven, vos no querés perder el
contacto físico con ese ser que ha fallecido, vos estás hablando de lo
que te está pasando, de tu sufrimiento, de tu dolor, sabés que él está
bien, que ya está en paz, que no tiene más dolor. Pero uno está hablando
de su sufrimiento, de estar triste, de extrañarlo. Uno es el que está
mal.
¿Cuántos de nosotros hemos dichos frases como éstas alguna
vez? Seguramente todos y, como no sabemos qué hacer frente a la pérdida,
decimos estas palabras naturalmente. Es por eso que ninguna de estas
frases nos ayuda. Aunque ellas brotan naturalmente dado que crecimos
escuchándolas, decirlas no ayuda a la persona que está atravesando este
sufrimiento. En medio del dolor también nos encontraremos con aquellos
que filosofan y sueltan frases hechas, como:
• vos estás vivo y hay que seguir viviendo,
• estás en medio del baile y hay que bailar,
• todo en esta vida tiene un final,
• tuvo una vida buena,
• vivió lo que tenía que vivir, encontrarás a alguien más,
• da gracias que lo tuviste unos cuantos años con vos.
Lo
que nos pasa comúnmente es que al encontrarnos con una persona que ha
sufrido una pérdida, comenzamos a darle grandes sermones y discursos,
sin darnos cuenta de que todas esas frases juntas no ayudan. La persona
que ha tenido una pérdida, no necesita ni frases ni sermones, sólo
necesita poder expresar todo su dolor y que alguien solamente escuche.
Querido lector, quiero decirte que la recuperación del dolor de una
pérdida, en parte se da cuando esa persona puede ser escuchada.
Aprendamos a escuchar al que sufre. No sermonees al que ha sufrido una
pérdida, ¡escuchalo!
Ahora veamos cómo nos recuperamos de una pérdida, cualquiera que sea.
• En primer lugar, tengo que saber que la muerte es inevitable.
Tenés
que saber que morir es inevitable, todos nos vamos a morir. Dice la
Biblia en Eclesiastés 3:2: ”todo tiene su tiempo, tiempo para nacer, y
tiempo para morir”. Tu tiempo para nacer ya fue, y ahora, en algún
determinado momento vendrá el tiempo para morir. Es natural, la muerte
nos va a ocurrir a todos, más allá de que la muerte siempre sorprende,
especialmente si es trágica, si sucedió de repente.
Siempre la
muerte nos provoca enojo. Al morir un ser querido, sentimos que una
parte de nuestra vida tampoco está más. Estabas actuando un libreto de
la vida, tenías todo armado de una manera y, de pronto te hacen actuar
otro libreto, con un personaje menos en la historia. La adaptación es
muy grande y allí es donde empezás a tomar conciencia. Los que hemos
perdido a un ser querido, sabemos que la sensación es que no vamos a
poder soportar la vida sin esa persona. ¿A cuántos les pasó eso…? O te
sentís adormecido cuando te lo dicen, como que no podés entenderlo,
“¿esto me está pasando a mí?” “¿A mí se me murió esa persona?” “¿Me
viene a tocar esto a mí?”.
Sentís como una parálisis. Aparecen
cambios emocionales, como si te hubieras quedado sin fuerzas, sin
energía, pensando que ya no podrás o no tendrás más agallas para hacerle
frente a la vida. Esas son las sensaciones que aparecen, pero quiero
decirte que tenés que tener bien en claro que la muerte es inevitable,
suceda como suceda, ya sea de pronto, o por un accidente, por una
enfermedad larga, de alguna manera u otra, todos vamos a morir. • En
segundo lugar no tengo que actuar como si no hubiese pasado nada.
Hay
muchas personas que dicen: “tengo que recuperarme rápido porque si no,
pierdo un montón de gente”. “La gente no querrá estar conmigo si estoy
llorando, no me van a aceptar, qué van a decir, no puedo cargar con este
dolor tanto tiempo”.
Sin embargo, tenés que darle permiso para
ese dolor. Yo no puedo decirte cuánto durará porque cada persona es
diferente, cada relación es única, cada emoción es distinta; por lo
tanto, no puedo decirte por cuánto tiempo estarás de duelo, pero éste
mismo tendrá que ver con que puedas estar sano totalmente, no con el
apuro de los demás, porque los demás siempre te van a apremiar, porque
no querrán verte en esa situación.
Los otros querrán verte bien
para ellos para no tener que cargar con tu pena, con tu angustia, y con
esas situaciones que tampoco pueden explicar o pueden resolver. Hay
muchos que viven como si ya todo hubiese pasado pero, en realidad, el
dolor va por dentro. Analicemos también más de las estrategias que
usamos las mujeres. Pensar en la persona que se murió en términos
absolutamente positivos, eso se llama“divinizar”, “idealizar” a la
persona que murió.
Decimos:
• “era bueno”,
• “era preciosa”,
• “nunca cometió un error”,
• “nunca tuvo una pelea”,
• “era un santo”,
•“era una santa”.
Esto
nunca va a ayudar a recuperarte, porque las relaciones no son
totalmente positivas o totalmente negativas. Toda relación interpersonal
tiene sus altos y sus bajos, tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan
buenas. Hay personas que dicen: “no hablés mal de los muertos”, y el
tema es que no hay que hablar mal ni de los muertos ni de los vivos.
Tampoco podés hablar todo bien, porque te estás mintiendo y miren qué
interesante porque cuando una mujer diviniza a la persona que murió, se
siente culpable, porque dice:
• “él era un santo,
• “era buenísimo, yo era la villana de la película, por eso él se murió antes, porque no me aguantaba más”.
Tampoco envilezcas a la persona que es lo contrario a divinizar:
• “era malo”,
•“un desastre”,
•“menos mal que se fue”, hacer esto también es negativo.
En
toda relación siempre hay intercambios positivos y negativos y, para
poder recuperarte de una pérdida, tenés que ser honesto con vos mismo.
No hay nada mejor que ser honesto con uno mismo en todas las relaciones
interpersonales.
En una oportunidad, mientras estaba grabando unos de
mis programas de televisión, comencé a hablar sobre la mentira y
explicaba que hay mujeres que les encanta vivir en medio de ella,
prefieren la mentira a conocer la verdad sin saber que lo único que te
puede hacer libre en la vida, es conocer la verdad. Y a los días
siguientes de haber estado hablando sobre este tema recibí cientos de
correos de mujeres que contaban sus historias de haber pasado años
viviendo sumergidas en mentiras de su pareja, y de la profunda tristeza y
depresión que les causaba el vivir tapando y negando la realidad en la
que vivían.
• Saber que la muerte es algo que nos va a pasar a todos es una verdad. No divinicemos ni demonicemos a la persona que murió.
•
Saber que tenía cosas buenas y cosas malas, que hubo momentos en que te
hirió, que hubo momentos en que te hizo feliz y la pasaste bien y,
también, momentos en los que vos le diste mucha felicidad, y momentos en
que con vos no lo pasó muy bien. Esto pasa en todas las relaciones
interpersonales.
En tercer lugar me debo preguntar:
¿qué me
hubiese gustado que fuera diferente? No tengo más a esa persona, murió.
Entonces: ¿en qué me hubiese gustado que esa relación fuera diferente?
El
núcleo del dolor de la pérdida es lo que dejé pendiente con esa
persona, lo que no llegué a decir, lo que retuve y no le di, lo que no
pude expresarle mientras estuvo con vida…
¿Qué quedó pendiente?
¿Qué cosas no le dije?
¿Qué cosas no hice?
¿Qué cosas le grité?
¿Qué cosas me hicieron enojar y
nunca se lo pude decir?
Muchas
veces pasamos todo el día con una determinada persona o compartimos
nuestra vida con ella y sin embargo no nos hacemos el momento y el
tiempo para decirle y expresarle todo lo que sentimos: lo bueno y lo
malo. Por eso, el núcleo del dolor es lo que quedó pendiente.
…Lo
que me quedó pendiente, lo que quedó sin solucionar, sin hablar y por
sobre todas las cosas, aquellas expectativas que no pudieron hacerse
realidad: ver a tu hijo crecido, casado, feliz; haberle podido decir a
tu pareja todo lo que sentías por él; ver a tu padres disfrutando de una
vejez sana. Es por eso que, cuando una de esas personas se va, el
escenario se mueve, cambia y nuestras expectativas empiezan a morirse.
Cuando
nuestro mundo está armado y nuestros sueños giran alrededor de esa
estructura, el día en el que sufrimos una pérdida, sentimos que ellos
también comienzan a desmoronarse.
Decimos:
• “yo contaba con el sueldo de él”,
• “mi hijo siempre me ayudaba”,
•
“yo contaba con que si él estaba, yo podría salir a trabajar”. Pero
ahora frente a la pérdida, sentimos que nuestras expectativas también
están muertas.
No sólo se muere el ser querido sino también las expectativas que se van con él.
Otra
de las cosas que quedan pendientes es aprender a perdonar, perdonar el
por qué se fue, como así también aprender a pedir perdón, para lo cual
les recomiendo hacer ciertas declaraciones emocionales muy importantes.
¿Cuáles son estas declaraciones emocionales importantes?
…”Te amé
siempre”. “Sentí que fuiste egoísta conmigo”. “Te extraño mucho”. “Nunca
te voy a olvidar”. “Gracias por el tiempo que estuvimos juntos”.
Y
poder así decir: “te odiaba, te odié toda mi vida, me arruinaste la
vida”. Poder decirlo para así sacar de adentro nuestro todas esas
emociones que si siguen permaneciendo allí terminan enfermándonos. Es
por eso que es tan necesario pronunciar esas declaraciones, esas
palabras que quedaron pendientes, que no dijimos, ese “gracias” que tal
vez no le pudiste decir porque se fue y no tuviste tiempo, o porque tal
vez cuando quisiste hacerlo, ya no te escuchaba, o no encontraste la
oportunidad, o no te atreviste por temor a lo que pudiera responderte.
Quizás te preguntes: ¿cómo hago ahora que ya se fue?
…Buscá
a alguien, una mujer o un varón que represente a esa persona, que te
ayude en ese momento y decile: “mirá quiero decirte algunas cosas que no
son para vos, en realidad son para la persona que se fue, pero necesito
sacarlas de adentro mío; necesito contarte esto que me está pasando,
¿me permitís…?”
Siempre habrá gente puesta por Dios en nuestro camino que nos ayudará a recuperarnos.
Tal
vez a un hijo nunca le dijiste que estabas orgulloso de él y aún podés
hacerlo. Se lo podés decir ahora, porque siempre el dolor más profundo
es lo que quedó pendiente y éste no puede quedar guardado porque de
permanecer dentro tuyo te traerá culpa y la culpa te enferma, te ata y
no te permite seguir avanzando, por eso, hay que soltarlo.
¿Para qué tenemos que soltarlo…?
Para estar en paz con tu pasado y poder empezar así a mirar otra vez hacia delante.
Mientras
estés atado al dolor, mientras haya cosas pendientes, seguirás
encadenado a tu pasado, y no podrás mirar hacia delante, hacia afuera.
¿Cuántas personas hay que aún siguen guardando las pertenencias (ropa, objetos, etc) de la persona que ha muerto?
Está
bien tenerlas hasta el tiempo que tengas que tenerlas, pero habrá un
determinado momento en donde tenés que empezar a deshacerte de ellas
para poder mirar afuera. Tal vez hoy digas: “tengo todo esto, y separo
algo, esto lo quiero dar, esto lo voy a guardar porque no lo puedo dar
todavía…”
El hecho es que tus emociones no te ayudan a darlo.
Quizás puedas darlo la semana próxima y, lo que antes no podías dar, ahora podés hacerlo…
Lo
volvés a dividir y decís: “esto sí puedo darlo, esto voy a darlo la
semana que viene y esto lo guardo” y, de a poquito comenzar así a
desprenderte de aquellas cosas que aún te siguen atando al pasado.
Por eso, aprendé a respetarte y a darte tus propios tiempos, nunca lo hagas rápido.
¿Y
para qué necesitas tener paz con el pasado…? No es sólo para ir al
futuro, para extenderte hacia lo que tenés delante. Necesitás estar en
paz con el pasado para saber que la muerte de ese ser querido no es un
“ataque personal”. Nadie quiere castigarte con esta muerte. ¿Escuchaste
en algún velatorio las frases que la persona que queda viva le dice al
muerto…?
• ¿Por qué me hiciste esto?,
• ¿Por qué te fuiste?,
• ¿Por qué me abandonaste?,
• ¿Por qué me dejaste sola?,
• ¿Por qué en este momento?,
• ¿Por qué lo hiciste?,
• ¿Por qué me castigaste con esto?
Sin embargo, tenemos que saber que la muerte no es un castigo; la muerte nos llegará a todos en algún momento.
Muchas
personas dicen: “yo espero morirme antes que...”, “yo no quiero ver la
muerte de un ser querido”, “yo quiero morirme antes”, pero seguramente,
esa persona que murió tal vez dijo lo mismo que vos: “Quiero morirme
antes porque no quiero verte morir”. Es por eso que necesitamos saber
que la muerte es un hecho universal y natural.
No es un castigo
que te hizo la persona que murió, nadie vino a golpearte, ni a matarte,
ni a destruirte con esa muerte. La muerte simplemente es el final de la
existencia terrenal y a todos nos va a pasar. Yo creo que recordar a un
ser querido tiene que transformarse no en un tormento sino en una
caricia. Recordar a ese ser querido, con las cosas buenas y malas que
tuvo, no tiene que ser un tormento de dolor, de angustia.
Tiene
que llegar un tiempo, cuando ya fuiste consolado porque hiciste las
cosas necesarias y te diste el tiempo para que así sea y, entonces el
recuerdo será simplemente una caricia. El autor de “El Principito” dijo:
“y cuando te haya consolado te sentirás contenta de haberme conocido”.
Por
último, quiero decirte que tenés que recordar que delante de Dios podés
expresar todas las emociones. La muerte trae con ella muchas emociones
negativas: bronca, angustia, rabia, dolor, falta de fe. Todas ellas
podés expresarlas delante de Dios.
Dios no se va a enojar, no sos
menos cristiano porque lo expreses. No sos una persona de poca fe porque
expreses que estás enojado con Dios, no sos mala persona por expresar
la bronca, por verbalizar y decir: “¡Dios, por qué me hiciste esto!” Por
sentir que no querés hablar más con Él; lo mejor es que le puedas decir
a Dios todo lo que estás sintiendo.
Eso no es falta de fe. En esos
momentos es cuando tu fe es expuesta dado que al hacerlo le estás
hablando a Dios, creés que Dios existe y que Él fue parte de todo esto.
En esa situación, es donde se ve tu fe. Quiero decirte que no tengas
problema en soltar todo lo que estás sintiendo porque Él está viendo
todo, y Él te promete que hará algo más para tu vida.
Quiero contarte una historia…
Había
dos hombres desilusionados que iban caminando hacia la casa de un
discípulo del Señor Jesús, y dice que estaban tristes porque Jesús
estaba muerto y, con Él muerto, habían perdido las expectativas.
Ellos decían: “Jesús es el que va a venir a salvarnos, a poner un gobierno de justicia “ y, de pronto, Jesús se muere.
Era
el tercer día de la muerte de Jesús y ellos iban caminando, cabizbajos,
con los ojos velados, porque la muerte lo primero que hace es velarte
los ojos, y no podés ver nada más que tu dolor, el dolor te ciega.
¿Cuántos
se sintieron cegados alguna vez por el dolor?, pero dice que Jesús
caminó al lado de ellos. Dicen: “nosotros abrigábamos una esperanza,
nosotros esperábamos”.
¿Cuántas cosas esperabas que se lograran en tu vida y, de pronto, la muerte vino a tu casa y vos dijiste?:
• “me siento traicionado, yo no esperaba vivir esta pérdida”,
• “yo no esperaba vivir este dolor”,
• “yo me casé para toda la vida, no me casé para que mi pareja se muriera, y ahora me siento abandonado…”.
•
“Yo no parí hijos para que se murieran antes que yo”. Y sentís que los
sueños se te mueren, que todo terminó y que ya no podés esperar nada
más, porque todo terminó, y con esa muerte se arruinó la historia de tu
vida.
Así les pasó a estos discípulos, pero Jesús caminaba al lado de ellos.
Ellos
decían: “Nunca más vamos a sonreír, nunca más tendremos esperanza,
nunca más seremos felices como lo éramos cuando lo escuchábamos a
Jesús”.
Tal vez, vos pensaste eso:
• “Nunca más mi vida será igual”,
• “Nunca más voy a poder tener la felicidad que compartía con mi hija”,
• “Con ese hijo”, “con esa mamá”, “con ese papá”, • “con esa abuela”, “con ese esposo”, nunca más, porque ahora no los tengo…
Los
discípulos también estaban agotados, preferían olvidarse de todo, pero
Jesús estaba caminando al lado de ellos; porque aunque pierdas la
esperanza y te enojes, Jesús siempre está al lado tuyo, aún en ese
momento de ceguera, aún cuando te da mucha rabia y tenés ganas de
decirle: “te odio, Dios”. Aún cuando tenés ganas de blasfemar, Jesús va a
caminar al lado tuyo. Al principio, Él no te va a hablar, simplemente
te va a escuchar, porque sabe que necesitás soltar todas esas emociones
negativas, y cuando vos le entregues esos sueños destrozados, el Señor
hará dos cosas:
1. Me va a dar una razón para seguir adelante.
Tal
vez estás pensando que la vida sin esa persona no tiene sentido, pero
el Señor va a caminar al lado tuyo para volver a darte una razón para
que sigas adelante, conquistando los sueños que Él te dio.
2. Le
va a dar forma nueva a mi sueño, porque el sueño vos lo habías pensado
con esa persona, pero el Señor dice: “aunque él/ ella no esté, yo voy a
dar forma nueva a tu sueño. Si no se da de esta manera, se va a dar de
otra. Pero lo que te prometí y la expectativa que tenías de vida y lo
que querías lograr, va a volver a resucitar en tu vida porque yo le voy a
dar una forma nueva”.
Jesús estará contigo donde quiera que vayas.
Jesús
está al lado tuyo y te ha escuchado todo este tiempo. Él no está
enojado, sabe que lo tuviste en cuenta, de la fe que hay dentro tuyo.
Dios
no se enoja, Dios sabe de tu dolor, Dios sabe porque lo ha
experimentado, lo ha sentido y porque Él sabe cómo consolarte, nos ha
enviado al Espíritu Santo que es nuestro consolador.
Declará palabras de amor, soltá esa frase que te quedó pendiente, no sientas culpa. Dios te mostrará un escenario nuevo.
Dios
te va a mostrar que las cosas se pueden hacer de una manera distinta,
que la esperanza que tenías no se perdió, que no se terminó, no se
deshizo. Lo que estabas esperando vendrá, y aún más de lo que te
imaginabas, porque cuando Dios hace algo, lo hace mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
alejandrastamateas
superar pérdida muerte consuelo