martes, 20 de abril de 2010

Cuando el miedo no deja vivir

La conocían como el mal de fin de siglo, pero lejos de despedirse con los fuegos artificiales que marcaban el final del mileno, la ansiedad se puso cómoda y se aventuró al siglo XXI con más energía que antes. Como una pelota de nieve que se hace cada vez más grande, a fines de 2001 atacó con fuerza, asistida por los saqueos, el corralito y los escandalosos índices de desempleo. La inseguridad, los secuestros y los problemas económicos se pusieron de su lado y embistieron contra los argentinos con toda su furia. A esto se sumó que, en un mundo cada vez más globalizado y acelerado, las guerras y los atentados angustiaron hasta a los habitantes de Alaska, y la amenaza terrorista invisible preocupó, incluso, a los pobladores de comunidades rurales en la Patagonia argentina. Desesperados, desorientados, sentimos sus síntomas y corrimos en busca de ayuda. Le pusimos muchos nombres: “angustia”, “crisis de pánico”, “fobias”. Sin embargo, se agrupan bajo un común denominador conocido como trastornos de ansiedad. Les hicimos la guerra y ganamos algunas batallas, pero la ansiedad, como enfermedad, también ganó otras cuantas. Todavía nos asalta a la vuelta de cada esquina, en cada examen y cada entrevista laboral, en cada decisión difícil y cada intento frustrado. Culpa de los genes o de las circunstancias, algunos la sufren más que otros. “En la Argentina, estamos rodeados de mecanismos ansiógenos: la inseguridad, los secuestros, el corralito, los piquetes, el desempleo... Desde el 2002, las consultas psiquiátricas aumentaron en forma exponencial”, asegura el doctor Alfredo Cía, presidente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad y coordinador de la sección de Trastornos de Ansiedad de la Asociación Psiquiátrica de América Latina.
Los transtornos de ansiedad asaltan sin razón aparente y de manera imprevista. La buena noticia es que, según parece, hay remedio, y que, con ayuda y tratamiento, se puede seguir peleando.

Una batalla ganada
Pasaron 5 años entre que Alicia Yebra sufriera su primer ataque de pánico y que su enfermedad fuera diagnosticada correctamente. En el medio, Yebra deambuló por cardiólogos, traumatólogos, ginecólogos, psicólogos y psiquiatras, sin que nadie pudiera explicarle por qué sentía lo que sentía. Los ataques empezaban con taquicardia y sudoración. Se ponía nerviosa, tenía miedo y comenzaba a hiperventilarse. Sentía que se moría. Que esa vez era la definitiva. Poco a poco fue cambiando de hábitos. Trataba de evitar situaciones o lugares que no tuvieran una salida accesible, así como aquellos en donde había sufrido una crisis. Así, dejó de ir al banco (uno de los primeros ataques le había ocurrido haciendo la cola para pagar una cuenta), dejó de tomar subtes y colectivos, y hasta le empezó a costar alejarse más de 5 cuadras de su casa. Vivió 5 años en este infierno, hasta que una tarde una entrevista por televisión le cambió la vida. El doctor Oscar Carrión, presidente de la Fundación Fobia Club, explicaba las características de un ataque de pánico y Yebra notó de inmediato que los síntomas coincidían con los suyos. Le tomó 6 meses animarse a ir a su primera reunión en el Fobia Club, y sólo 3, recuperarse totalmente. Ya no había más ataques.

Conocer al enemigo
Aunque parezca increíble, el proceso por el que pasó Yebra hasta ser diagnosticada es bastante similar al proceso que atraviesan muchos de los pacientes que sufren de ataques de pánico. Según el doctor Cía,“los pacientes tardan un promedio de 7 años hasta lograr que alguien identifique lo que les pasa. En general, llegan al consultorio después de haber visitado 10 médicos, 2 psicólogos y hasta un par de brujos”, explica Cía. “El pánico, desde el punto de vista psiquiátrico, es una vivencia de miedo o terror intenso, con sensación de descontrol, desmayo o muerte inminente, que se presenta súbitamente en individuos predispuestos”. Después de las primeras crisis de pánico, el paciente empieza a sentir lo que los especialistas denominan ‘ansiedad anticipatoria’, o ‘miedo al miedo’. “Hoy me puede agarrar”, piensa el paciente. “Al pánico lo llevás a todas partes”, cuenta el doctor Gustavo Bustamante, vicepresidente de la Fundación Fobia Club. “Va con vos al shopping, al banco, a buscar a los chicos al colegio y te acompaña hasta en tu casa”. De a poco, el paciente comienza a evitar todas las situaciones que relaciona con la aparición de los síntomas. Si sufrió los primeros ataques en un colectivo, por ejemplo, empieza a preferir un taxi. Y si los sufrió en un shopping, trata de evitar los espacios cerrados, con mucha concentración de gente. Se convierte, gradualmente, en una persona más y más dependiente. Necesita ir acompañada a todas partes y restringe su mundo a un espacio cada vez más reducido. “Algunas personas llegan a no poder salir de su casa, otras viven en una prisión imaginaria”, explica el doctor Enrique Suárez, fundador de la Fundación FOBI. A este proceso, los especialistas lo denominan ‘agorafobia’ y coinciden en que los pacientes que sufren ataques de pánico llegan, casi invariablemente, a desarrollarla en algún grado. “Se ve en 9 de cada 10 pacientes con ataques de pánico”, asegura Cía.

Estrategias para enfrentarlo
Por presentar síntomas muy parecidos a un ataque cardíaco, muchas personas comienzan por visitar a un cardiólogo después de sufrir la primera crisis de pánico. Es más, según Bustamante, “el 33 por ciento de las consultas por dolores precordiales tienen que ver con factores atribuibles a la ansiedad”. Sin embargo, antes que nada, es necesario descartar la posibilidad de una patología cardíaca. Después, una vez que se determinó esto, ¿cómo saber que se trata efectivamente de un trastorno de pánico? “Lo que hacemos es un diagnóstico multidimensional”, explica Bustamante. “Consiste en realizar estudios bioeléctricos (por ejemplo, un mapeo cerebral), estudios biológicos (cómo medir las concentraciones de ciertos neurotransmisores en el cerebro) y entrevistas clínicas y de personalidad con el paciente”.
El tratamiento comienza con la psico-educación, que tiene que ver con explicarle al paciente, y a su familia, qué es lo que le pasa y por qué le sucede. Aunque los especialistas difieren en cuanto a quién y cómo medicar, todos coinciden en que, en la mayoría de los casos, la medicación es necesaria, por lo menos durante los primeros meses o el primer año de tratamiento. Se utilizan benzodiacepinas y antidepresivos. “Investigaciones internacionales demostraron que el tratamiento farmacológico resulta efectivo en un 75 u 80 por ciento de los casos”, cuenta Cía. La medicación debe ir acompañada de una terapia con un psicólogo o psiquiatra, porque casi todos los pacientes con ataques de pánico generalmente desarrollan fobias de orden psicológico. La recuperación nunca es del ciento por ciento, en el sentido de que una vez que ocurrió un primer ataque, siempre está el riesgo de que vuelva a ocurrir. Sin embargo, según Cía, “entre el 30 y el 40 % de los pacientes no vuelve a presentar síntomas después de terminado el tratamiento”. Otro 30 %, volverá a tener síntomas residuales (sin llegar al ataque) y el resto solo tendrá recaídas.

¿A quiénes ataca?
Según la Organización Mundial de la Salud, unos 450 millones de personas padecen algún tipo de trastorno mental en algún momento de su vida. También hay cifras que evidencian que una de cada 30 personas sufre de trastornos de ansiedad. En la Argentina no existen estadísticas al respecto. Los síntomas aparecen en general entre los 25 y los 35 años, y es mucho más común en las mujeres que en los hombres (de cada 4 personas con pánico, 3 son mujeres). “En nuestra sociedad, a los 25 años una persona comienza a asumir un rol adulto, se va a vivir solo o en pareja y se independiza económicamente”, explica Cía. Este momento de cambio produce una situación de mucha tensión que podría servir como caldo de cultivo para un trastorno de ansiedad. ¿Qué factores contribuyen al desarrollo de la enfermedad? Según Cía, un 30 % dependería de factores genéticos, mientras que el resto tendría que ver con factores evolutivos (experiencias vividas en el transcurso de la vida del paciente) y factores desencadenantes (experiencias de mucho estrés durante el último año). Resulta difícil determinar a qué se debe la diferencia en el número de afectados entre mujeres y hombres. “Las mujeres son de consultar más”, asegura Suárez, quien coordina en Bahía Blanca un grupo de 120 personas, de las cuales más de 80 son mujeres. Y lo paradójico: “Una vez un paciente me dijo: Tengo que ser bien macho para admitir que tengo miedo”.

Ganar la guerra
Al igual que Yebra, ya son miles los que, en cada rincón del planeta, decidieron enfrentar a este enemigo invisible y lograron vencerlo. Cuanto más lo conocemos y más lo estudiamos, más fácil resulta hacerle frente. Mientras que hasta hace sólo una década, eran pocos los médicos en la Argentina que eran capaces de reconocer los síntomas y diagnosticar un trastorno de ansiedad, hoy la enfermedad se conoce mucho mejor, y son cada vez más los pacientes que acceden a un tratamiento efectivo y pueden volver a llevar una vida normal. Las terapias alternativas, la homeopatía, el ejercicio físico y una vida más sana pueden ayudar a sobrellevar los altísimos niveles de ansiedad a los que nos expone la vida cotidiana. Pero el secreto, probablemente, esté en buscar un poco de paz entre tanta locura, un poco de serenidad, un pequeño oasis en el que podamos volver a encontrarnos.
MIEDOS POR LOS HIJOS
“Las situaciones a las que están expuestos nuestros hijos son una de las mayores preocupaciones que nos mantienen alertas. El miedo es innato, absolutamente normal, y permite que aprendamos a protegernos sobre todo de aquello que nos es desconocido y se nos presenta como hostil. Provoca una cuota importante de ansiedad que tiene que ver con un acontecimiento que no nos ha ocurrido aún, pero percibimos cercano.
Se convierte en patología cuando coarta la actividad normal generativa. Entonces, se hace necesario adaptarse a las situaciones de inseguridad que la realidad nos muestra.
Padres y madres hoy sentimos miedo, y es bueno que esta señal de alarma se prenda, porque debemos proteger a los hijos y muchas veces tenemos la sensación de que en cuanto atraviese la puerta para salir... puede no volver. ¿Qué hacer con esta carga de preocupación, frente a hijos que merecen espacios de individuación, de búsqueda de identidad, de necesidad de medir "fuerzas" y de esa persecución de la libertad que tanto desean conquistar? Lo mejor es ponerse en marcha. Accionar todo lo que está a nuestro alcance para que las situaciones de riesgo que se encuentran dentro de nuestra esfera de alcance sean cubiertas, sin dramatismos, bien plantados, usando herramientas básicas como son la palabra y los gestos que denotan presencia, atendiendo finamente a la intuición. Entonces nos vamos a encontrar con el límite que cuida, que protege, que contiene. Y con ese termómetro que llevamos dentro, podemos aplicar un Si o un NO oportuno. Nadie como nosotros para percibir el momento adecuado. Lo importante es no seguir la corriente, y pensar en función de ese hijo, de su propio bien, de acuerdo a las variables que hacen a su ser y no a lo que los demás hacen o permiten. Sin sentirnos solos por "ser los únicos que no lo dejan". Ellos saben muy bien lo que ocurre “en el afuera”, aunque la omnipotencia propia de la edad les impida comprender hasta qué punto puedan verse comprometidos. Una vez que acordamos con él la salida, la visita, la primera vez que se dispone a ir a la librería solo, lo mejor es confiar en lo que le hemos enseñado, porque de estos recursos aprendidos en casa, hará uso en medio de una difícil situación en la que deba decidir solo. Y quedarnos tranquilos a la espera de la consigna prudente que evita el stress: un llamado puntual al llegar y/o al salir, un “ya llegué” o un beso al entrar tarde a casa. Y si podemos armar una red de interacción con otros padres, mejor.
Adriana Ceballos Orientadora Familiar – Psicóloga social, Instituto de Ciencias para la Familia – Universidad Austral
fuente: revista nueva
QUIEN ACUDIR: • Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad: visite la Web o llame al (001) 4832-8830.• Fobia Club: tiene filiales en Capital, La Plata, Mar del Plata, Jujuy, La Pampa, Córdoba, Río Cuarto y Salta. Visite la Web o llame al (011) 4804-3750. • Fundación FOBI: los grupos se reúnen en Bahía Blanca, Punta Chica, Tornquist y San Martín de los Andes. Además, se realizan encuentros online todos los sábados a las 12 h. Para participar, escriba al Dr. Enrique Suárez a