martes, 20 de noviembre de 2012

Analfabetos sexuales: los poco habilidosos en la cama


Hay personas que tienen un abecedario abundante, pero otras que no mueven “una letra” o que olvidaron parte de lo aprendido. Para ellos, las claves para ampliar el alfabeto erótico.
Dr. Walter Ghedin
Desde los primeros escarceos amorosos vamos desplegando un “alfabeto” hecho de gestos, palabras, sentimientos, caricias, fantasías, movimientos, que tienen como fin acercarnos a la experiencia de contacto más íntima y placentera. El aprendizaje del alfabeto erótico se basa en la incorporación de modelos culturales generalmente basados en pautas heterosexuales clásicas (“el hombre debe tomar la iniciativa” “mujer pasiva, hombre activo”, “darle prioridad a la penetración”, etc.) para después transgredirlas y construir su propio estilo de comunicación sexual. 
No obstante, quedarse fijado en el modelo tradicional no es ninguna rareza: hay hombres que no mueven “una letra” de su rígido alfabeto y mujeres que no reclaman por novedades, es más, piden que nada cambie. En el extremo opuesto están los buscadores de placer, hombres y mujeres ansiosos de estímulos originales, un abecedario abundante, con infinitas combinaciones de prácticas. Y en el medio de ambas polaridades están los que responden a las pautas clásicas, pero se animan a probar nuevas sugerencias, a veces con reticencia, pudor o poniendo en duda la efectividad del diferente despliegue de habilidades.

Los que nunca aprendieron  
Existen personalidades que tienen dificultades para “aprender” las artes de la conquista y del sexo. La poca motivación sexual los vuelve torpes y con escasas maneras para comunicarse. Su alfabeto erótico se basa en unas pocas letras que aprendieron del grupo de amigos, de ver videos “porno” o de alguna indicación brindada por los padres.
El problema no está en los estímulos del medio, que pueden ser variados o hasta ricos en sugerencias, sino en la pobre motivación que tienen para instruirse en las lides sexuales. Los sujetos con rasgos de caracteres solitarios, indiferentes y obsesivos son los que más dificultades tienen para dar curso a sus deseos.
Viven sin preguntarse demasiado por sus anhelos, parecen “anestesiados” al placer y la búsqueda de incentivos de toda índole, no sólo sexuales.

Los que olvidaron lo aprendido
La baja del deseo sexual, cualquiera sea la causa (aunque una de la más frecuente es el estrés), no sólo distancia los cuerpos del contacto erótico, además hace perder gradualmente las destrezas conseguidas hasta el punto de dudar de ellas o de no saber cómo hacer para recuperarlas.
En las parejas que han dejado de tener sexo (aunque sea por poco tiempo) se instala la incertidumbre sobre las capacidades amatorias (“¿cómo hago para acercarme?” “¿y si me rechaza?”, “¿debo hablar antes o paso directamente a la acción?”, “¿comienzo con un beso?”). La escasez de contacto actúa como un inhibidor de la conducta de acercamiento y como un factor amnésico, como si de un día para otro se hubiera borrado todo lo aprendido.
El rico alfabeto conseguido, con infinidad de frases dichas y por decir, va perdiendo su capital amatorio. A diferencia de los analfabetos primarios (aquellos que son desde el origen de su vida sexual), los analfabetos que aprendieron, disfrutaron y ahora creen que olvidaron sus destrezas, tienen chances de reaprenderlo.

Decálogo para recuperar el alfabeto erótico
* No dejar de acercarse. Caricias, besos, masajes y manifestaciones de ternura vienen bien para restablecer el deseo de estar juntos.
* El alfabeto sexual se restablece practicando y con acciones concretas; no pensando.
* Hablar de lo que les pasa. No dejar que las cosas “las resuelva el tiempo”.
* El contacto no tiene por qué tener un fin sexual. Cualquier tipo de comunicación es fundamental para mantener el vínculo sensorial.
* No dejarse vencer por las inhibiciones o las conjeturas: “me va a rechazar”, “tengo vergüenza”, “no sé cómo empezar”, etc.
* No pensar que la falta de encuentro sexual va a ser para siempre. La proyección futura aleja de la realidad y genera más incertidumbre.
* El “aquí y ahora” ayuda a objetivar el problema y a darle un encuadre actual. Ayuda a buscar alternativas para superarlo.
* Afrontar es mejor que evitar. Es usual que el sentimiento de inhabilidad o torpeza embriague la confianza personal. Por ende, hay que “pasar a la acción”.
* Romper con los esquemas preconcebidos y usar variantes de encuentro. Sorprender al otro.
* Desdramatizar el hecho. Usar el humor ayuda a relajarse.

La nueva crianza: lo que antes se prohibía, ahora se permite

POR MARIANA ISRAEL Hace 25 años no se recomendaba que los bebés durmieran con los padres o que se les hiciera upa cada vez que lloraban. Los pediatras de hoy aconsejan todo lo contrario. Y cuanto más apego, mejor. Hace un cuarto de siglo, los bebés eran como “mini adultos”: no había que hacerles upa porque se malcriaban. Si lloraban, el mandato era dejarlos solos para que se fortalecieran. ¿Las comidas? No más de seis al día, como cualquier régimen estricto. Se respondía solo a necesidades fisiológicas: cambiarlo, alimentarlo y dormirlo. Pero, desde entonces, la puericultura y la psicología infantil impulsaron el apego, una crianza centrada en el contacto permanente entre padres e hijos. Se entendió que los recién nacidos tenían otras demandas. “ La base de la nueva crianza es reconocer las necesidades del bebé. Aprender a ver qué le falta y qué está pidiendo. Es encontrar el lenguaje del chico”, explica la pediatra Carolina Marotta, del grupo Familia y Crianza de la Sociedad Argentina de Pediatría. Esto repercute en el modo de cuidarlo, tan radicalmente que contradice los antiguos manuales de pediatría. Por ejemplo, la posición para dormir, clásicamente boca abajo, ahora es boca arriba. “Sabemos que reduce un 80% los casos de muerte súbita”, explica Silvia Monzón, puericultora del Hospital Fernández. Y si de dormir se trata, los pediatras recomiendan que repose en el cuarto paterno al menos hasta los seis meses, porque también disminuye el riesgo de muerte súbita. “Hace 20 años, a los 20 días ya dormían solos”, recuerda el pediatra Eduardo Peszkin, coordinador general del Area Ambulatoria del Hospital Garrahan. El polémico colecho, prohibido por décadas, es promovido por algunos especialistas. Los detractores argumentan que es poco seguro para el bebé y que atenta contra la sexualidad de la pareja. Otros, como Monzón, lo ven como un “signo de la época”: “Como trabajan ambos padres, si el bebé no duerme bien, es más fácil llevarlo a la cama que pasar la noche sin descansar”. Para Carlos Wahren, jefe de Pediatría del Hospital Italiano, “esta costumbre varía según la cultura y es muy frecuente en los países orientales, cuyas estadísticas muestran menos casos de muerte súbita”. “El contacto directo durante las horas de sueño favorece que el bebé incorpore las distintas fases del sueño, y logra una sincronía en los ritmos respiratorios de madre e hijo”, asegura Soledad Martín, puericultora y directora del Centro de Orientación y Asistencia para la Primera Infancia. ¿Y si el bebé llora? Al contrario de lo que se predicaba hace 25 años, hoy aconsejan contenerlo . ¿Darle el chupete? Sí, pero en algunos casos. “Antes se lo daban a modo de tapón, para que se callara. Ahora su fin es ayudarlo a alcanzar un estado de relajación, sobre todo antes de dormir”, describe Marotta. Peszkin agrega que en el pasado se ofrecía el chupete enseguida después del parto. Hoy se recomienda esperar unos 20 días, hasta que se consolide la lactancia. Justamente, la lactancia fue otro de los grandes cambios . Una mamá de clase media alta, hace 40 años amamantaba solo el primer mes. Hoy, los pediatras enfatizan los beneficios protectores de la leche materna y oscilan entre recomendar la “teta a libre demanda” y una “libre demanda controlada”, es decir, cada 2 horas durante el día y cada 3 de noche, los primeros 6 meses. “La lactancia es “de mutuo requerimiento”: lo que el bebé demanda, pero también cuando la mamá quiere y puede”, dice Marotta. Otro de los pilares del apego es el babywearing (portar al bebé): enlazado en el fular, una tela especial, se fomenta que los padres carguen al niño a todos lados. Se cree que así será más independiente y seguro de sí mismo, al revés de las antiguas suposiciones de que hacer “upa” era malcriar. “Se fue pasando de una postura rígida a un respeto de la demanda del bebé –afirma el doctor Wahren–. Es un patrón mas plástico”. Fernanda Gómez, psicóloga perinatal, coincide con el médico y sostiene que “más que seguir una teoría, hoy los padres se concentran en lo que su hijo necesita y lo que es funcional para la familia”. Gómez difunde esta filosofía en grupos de crianza y desde sus blogs, Gestando Criando y Yo soy mamá canguro. “ El contacto piel a piel es tan necesario como la alimentación . Los bebés necesitan estar a upa”, declara. Esto implica un desafío, en una sociedad donde el tiempo tiene precio. La puericultora Martín concluye que “aceptar que ese tiempo es necesario para el despliegue de la individualidad del ser en desarrollo, es generar un cambio importante en la crianza de nuestra cultura”.