martes, 26 de mayo de 2009

Premios y penitencias

Cada día, estableces ciertos parámetros y normas para que, a futuro, tu hijo pueda discernir entre lo que está bien y lo que no. En su crianza vas marcando pautas: “eso no se hace”, “eso no se toca”, “no contestes así”, “tenés que comportarte”. Y aunque el dicho “es mejor un chirlo a tiempo” pareciera cosa del pasado, muchas madres admiten que recurren a él cuando están desbordadas.

Poner límites es un trabajo cotidiano que requiere de la dedicación y la paciencia de los padres. ¿Qué objetivo tiene? Que los chicos puedan internalizar las normas
de manera sana, comprendiendo qué es lo que está mal y por qué, evitando el mero adiestramiento a través de prohibiciones
y castigos.


–Cuándo necesitan poner un límite, ¿cómo lo hacen: alcanza con un “no” firme, recurren a alguna penitencia…?
Fernanda: –Yo levanto un poco el tono de voz, le digo un “no” firme y le doy la explicación de por qué no. Cuando es un tema de peligrosidad no se negocia. Cuando es un capricho o algo que socialmente no se puede hacer, quizás soy un poco más flexible y me cuesta un poco más sostener ese “no” todo el tiempo. Me doy cuenta de que él mismo me pide los límites, todo el tiempo. Es como si me midiera.
Cecilia: –Desde que Manuel era chico traté de remarcarle el “no” y el tono del “no”, para que supiera diferenciarlo y de evitar el golpe para no asustarlo. Poner un límite así, desde el principio, a mí me funcionó para que lo reciban en cualquier casa, que es un tema importante. Yo he visto, con amigas y hermanas, que el chirlo no funciona. Siempre traté de leer sobre el tema de los límites, de prepararme mucho, porque estás formando una persona. Es importante saber cuando darle un chirlo o la mejor manera de controlar una situación.
María Cecilia: –Tal cual. Aunque Julieta sea chiquita trato de enseñarle la palabra “no”. Por más que llore o no entienda. Busco que aprenda a diferenciar el tono de voz. No es lo mismo: “bien, viva, bravo” o “no, está mal lo que hacés”. A veces la ves jugando con las tapas de los enchufes y del mismo miedo te sale un grito. Con su papá pautamos no desautorizarnos nunca, respetar al otro cuando marca un límite. Sea el padre, un abuelo… quien sea. Si no estamos de acuerdo, lo hablamos después.
Cecilia: –Hace poco mi marido me pidió ayuda porque Manuel, con casi cuatro años, lo superó de repente. Se estableció una diferencia entre cuando le pongo yo los límites y cuando se los pone él. Tiene que ver con que yo estoy en casa todo el día y él trabajando. Sin embargo, nos complementamos
muy bien los dos.
–¿Qué reflexión les merece la frase “es mejor un chirlo a tiempo”?
María Cecilia: –Nosotros hablamos de cómo queremos manejarnos a futuro, y quedamos en que tal vez, asustarla con un golpe o un chirlo, no es lo mejor. Pero la reacción depende tanto del momento como del motivo por el cual uno lo va a retar. La desesperación siempre llega porque la conducta que está teniendo le va a hacer mal. Obviamente que si uno se plantea la situación ideal, hay que charlar las cosas.
Cecilia: –Depende, si está en la etapa del “quiero eso”, por mí que llore todo lo que quiera, pero no le voy a dar bolilla. Pasados los quince minutos, lo he comprobado, se le pasa. Por el contrario, cuando Manuel nos ha contestado “y a mí que me importa” a mí y a mi marido, ahí sí: chirlo. Porque en ese caso para nosotros, está dado a tiempo. Sin embargo sigo pensando que no está bien, porque no funciona. Si lo hacés, tiene que ser en el momento. Si dejás pasar el tiempo,
no tiene sentido. En este caso para él fue algo nuevo y no contestó así nunca más.
–En lo cotidiano, generar un espacio de diálogo para explicarles qué es lo que está mal y por qué ¿es posible?
Cecilia: –En nuestro caso fue factible. Yo cuento hasta cien, no hasta diez. Estoy asombrada de mi paciencia y de mi manera de actuar. Pero es un trabajo que empecé a hacer desde el momento en que Manuel nació y después las cosas se van dando solas.
Fernanda: –Para mí también es posible, pero depende mucho del momento: si estás en tu casa tranquila con él, obviamente
te tomás un rato para explicarle, aunque ellos se aburran. Noto que si yo le hablo enojada, él me responde de la misma manera. Los chicos copian todo el tiempo el
ejemplo que reciben. Te lo demuestran permanentemente en la forma de sociabilizar.
María Cecilia: –Estoy en un momento en el que Julieta está empezando a tener conductas que hay que corregir y está empezando a interactuar. Se expone a situaciones de riesgo quizás, en las que uno trata de marcarle el límite levantando el tono de voz. Y ella se da cuenta: se queda mi- rando fijo, intenta hacerlo nuevamente, se lo vuelvo a marcar y percibe que la mía es una actitud distinta. Prueba el límite. Si le sacás algo y llora, con su papá pautamos que hay que dejarla,
para que aprenda que ante el llanto uno no va a socorrerla.
Fernanda: –Hoy en día los dos padres trabajan, o las parejas están separadas e influye el tema de la culpa. Con esto voy a que es mucho más fácil ser permisivo y dejarlos hacer lo que quieran, que tomarse el tiempo de sentarse y explicarles. La forma de implementar el límite tiene que ver mucho con cada uno y con lo que uno recibió.
Cecilia: –Claro, y es importante también darles un tiempo prudente –según la edad–, para que reflexionen, para que
entiendan lo que se le está marcando.
–¿Ése es el mejor modo de que internalicen los límites?
Cecilia: –Y… de lo contrario no llegan a entender por qué les estás diciendo que no o por qué los estás felicitando. Fernanda: No sé. Ellos perciben el enojo y tu malestar, pero a esta edad no sé si están intelectualmente capacitados para entender lo que está bien o está mal… o por qué nos molestan determinadas cosas.
–¿Implementan alguna penitencia en particular?
Fernanda: –Hay que tener en cuenta que uno aprende a ser padre sobre la marcha. Yo soy muy pro independencia, libertad,
autonomía, pero lo soy hasta un punto. La paciencia y la tolerancia tienen un límite. Podés llegar a ese límite cuando te das cuenta que con algunas actitudes buscan
manipularte, cuando ya se dieron cuenta de que lo que hacen está mal, y lo sigue haciendo. En ese caso yo le aviso a Ciro: “¿Querés un chirlo?”, y si se le doy, se calma o deja de hacer lo que estaba haciendo.
–Y respecto a las recompensas, ¿suelen premiarlos?
María Cecilia: –Yo trabajo en recursos humanos y sé que los reconocimientos son importante en todos los seres humanos, porque nos motivan y nos hacen sentir bien. A Julieta en sus buenas actitudes la voy a recompensar, no para que lo asocie a lo material, sino para que se sienta bien.
Cecilia: –Nosotros tratamos de que la recompensa no sea material. A veces el reconocimiento o el premio pasa por el aplauso: cuando son bebés y se paran o dicen su primera palabra, uno los aplaude, les festeja. Eso los motiva.
María Cecilia: –No está mal premiarlo con cosas materiales, pero no en las conductas que uno quiere que sean las habituales. De ese modo pueden pensar que sólo lo tienen que hacer por lo material. Es bueno por la misma conducta premiarlo a veces sí y a veces no, para que sepa que no siempre va a recibir un premio.
Fernanda: –Para mí, por ejemplo, las golosinas son una suerte de soborno, como un calmante que puede durar dos minutos y que me permite sostener un diálogo con una amiga. Hay cosas que son automáticas: si yo estoy charlando con una amiga o estoy haciendo algo que no tenga que ver con él, busca permanentemente mi atención, como si fuera a propósito. En este tipo de situaciones acudo al soborno, para tener un rato en el cual pueda hablar.
–¿Alguna vez pusieron una penitencia y no la mantuvieron?
Fernanda: –Sí, me pasó cuando Ciro era más chico. Pero entendí que no funciona contradecirse. Si vos hoy ponés un límite, y mañana sos un poquito más permisiva, todo lo que avanzaste, lo retrocedés, lo confundís. Perdés la que construís manteniendo un discurso coherente y principalmente con las acciones, porque uno es un modelo importantísimo para ellos.
Cecilia: –A mí no me pasó no poder sostener un castigo. Tiene que ver con que las penitencias son breves. Si le digo no ves tele, es sólo por un rato. A un chico de cuatro años no le podés decir que no vea tele en todo el día.
–¿Se preguntan qué quieren expresar los chicos con sus berrinches?
María Cecilia: –Ahora que Julieta tiene nueve meses yo creo que su forma de expresarse son los berrinches, sobre todo cuando no tiene lo que quiere o no está a upa. Nosotros la calmamos con las cosas que necesita: mamadera, cambiarla y si es porque sí, la dejamos que llore. Los chicos que son mal educados porque no tienen límites, son odiosos. A uno le dan ganas de ponerle los límites. Pensás: “Yo no quiero que mi hijo sea así”. De igual manera a mí no me molestaría que reten a mi hija. Contribuye a que los chicos formen un respeto a los adultos, que aprendan a reconocer el llamado de atención de cualquier mayor.
Cecilia: –Cuando Manuel se queda en la casa de los abuelos, por ejemplo, ellos me preguntan si hay alguna indicación y yo les digo que no, que si lo tienen que retar que lo reten, porque está en su casa. Y a Manuel le pido que se comporte. Igual en el Jardín. Soy de la idea de que no le podés sacar autorización a la maestra porque está educando a mi hijo. Si lo tiene que retar, que lo rete.
María Cecilia: –En definitiva es una manera de ayudar a los chicos: de enseñarles a comportarse de un modo en que sean queribles, entre sus amigos, en el colegio. Estamos hablando de formar un ser social. Los límites van de la mano de la educación.
Cecilia: –Lo importante es frenar a los chicos en su debido momento.
Fernanda: –Y que la autoridad no sólo pasa por el límite, pasa por el amor que les das, por la dedicación y el cuidado que reciben. Si vos podés sostener el discurso con tus acciones, entonces es mucho más fácil que lo asimilen, que lo tomen y que respondan de una manera positiva. Pero si le decís algo y con tus acciones vas para el otro lado, es muy difícil que logres autoridad.
Fuente:paratimama