lunes, 18 de mayo de 2009

Alimentación de los pequeños

¿Cómo hacer que un chico coma manzanas? Simplemente, pregúntele si la quiere. Es así de fácil, afirma un reciente estudio de la Universidad de Yale, en el cual los encargados del buffet del colegio preguntaron a los alumnos si querían fruta con el almuerzo: así incrementaron el consumo de alimentos nutritivos de 40 a 70 por ciento. ¿También quiere que coma verduras? Pues llámelas de otra forma. Cuando un investigador de Cornell dijo a un grupo de alumnos de un jardín de infantes que estaban comiendo “zanahorias para una visión de rayos X”, en lugar de simples zanahorias, los chicos consumieron 50 por ciento más verduras.

En Estados Unidos, tras numerosos años de prohibir la venta de alimentos chatarra en las cafeterías escolares, no se observó ninguna reducción en las tasas de obesidad infantil. Por eso, los investigadores están probando estrategias nuevas y más sencillas que “empujan” a los chicos a tomar decisiones más saludables, incluso sin que se den cuenta. Lisa Mancino, del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, uno de los organismos que supervisan los programas escolares de nutrición), denomina este enfoque como “salud furtiva”. El problema, dice, no es la presencia de comida chatarra, sino que los alimentos nutritivos no resultan suficientemente atractivos.
Salud furtiva es una aplicación de la economía conductual, un campo académico que estudia la influencia de los factores ambientales en el proceso de toma de decisiones.

“El objetivo es identificar cambios que dirijan a la gente en la dirección correcta sin coartar sus decisiones”, explica David Just, economista conductual de la Universidad de Cornell, quien colaboró con el USDA. En el ámbito de la cafetería, esto implica el uso de incentivos para hacer que la decisión más nutritiva sea también la más deseable. El almuerzo escolar ofrece numerosas oportunidades para incrementar el atractivo de los alimentos nutritivos. Así, las decisiones de los alumnos pueden modificarse con la contribución de alicientes verbales o “recordatorios” al tomar la orden (hacer la pregunta sobre si quieren frutas), etiquetas descriptivas (el nombre “rica sopa de surtido vegetal” resulta más interesante que “sopa de verduras”) y mayor acceso (por ejemplo, que la sección “servicio rápido” incluya los alimentos más saludables).

Lo mismo sucede con la forma de pago: un estudio patrocinado por el USDA reveló que los alumnos que pagan sus alimentos en efectivo toman decisiones más saludables que aquellos que utilizan una tarjeta prepaga. David Just opina que semejantes cambios, que ayudan a tomar decisiones saludables aunque existan alternativas poco nutricionales, contribuyen a preparar a los jóvenes para vivir en el mundo real.

Pero no todos los expertos en nutrición comparten el entusiasmo de Just respecto a la sugerencia de que las escuelas de EE. UU. retiren las prohibiciones y vuelvan a vender galletitas y gaseosas. “No exponemos a los chicos al tabaco ni les damos cómics para la clase de literatura, así que ¿por qué darles opciones poco saludables en el buffet?”, cuestiona Tracy Fox, vicepresidenta de la Sociedad para la Educación en Nutrición. A Fox le gusta la idea de que los encargados de cafeterías ofrezcan frutas, aunque duda de que los niños, frente a la disyuntiva, opten por una banana en vez de un alfajor de chocolate (el estudio de Yale no incluyó la opción de comida chatarra).

Las “zanahorias para una visión de rayos X” distan mucho de formar parte de la canasta básica del jardín de infantes, pues el USDA no anunció su intención de modificar la manera en que se ofrecen y sirven los platos en el comedor escolar. En tanto, Just y otros siguen impulsando investigaciones. De hecho, el economista conductual de Cornell está trabajando con tres distritos escolares y afirma que al menos una docena más expresó el deseo de participar.

En febrero, Just y Brian Wansink, investigador de alimentos en la misma universidad, lanzaron el sitio Smarter-Lunch-rooms.org, dirigido a administradores de escuelas que desean modificar estrategias. Sin embargo, no todos los cambios tuvieron resultados positivos. La introducción de verduras en las bandejas escolares de Utah ciertamente incrementó el volumen de basura, pero no el consumo de vegetales. Y rótulos como “plato del día” disminuyeron ligeramente el atractivo del alimento. Just supone que lo mismo sucedió con el plato “carne misteriosa”: “el nombre es muy poco descriptivo para provocar interés”, asegura.