lunes, 28 de julio de 2008

CEREBRO LIPOASPIRADO?

Desde el punto de vista de la necesidad estética personal, la cirugía está fuera de juicio. Una mujer “tabla” que siempre soñó con lucir un escote o uin carigón que debe soportar desde que tiene capacidad de razonamiento que le diga “cra con manija” u otras “hijaputeces” tienen todo el derecho del mundo de solucionar su trauma con un cirujano plástico. (¿Para qué seguir sufriendo?)

El gran problema en torno al bisturí es la pérdida absoluta de parámetros de belleza que, en fatal combinación con la ausencia de criterio o la voracidad de dinero de algunos cirujanos por lo menos poco éticos (cuando no directamente criminales con podrido de captura internacional), da por resultado un ejército de monstruosos clones sin capacidad de gesticular ante las alegrías o los dramas de la vida. Para estas máscaras con persona, las emociones quedar fuera de su arco de acción cotidiana: los labios al borde de la explosión de colágeno no aguantan una sonrisa, los párpados estirados impiden el llanto, el entrecejo impregnado de bótox ni siquiera admite la más mínima de las iras. Fangoso terreno, que hasta hace poco tiempo era territorio exclusivo de mujeres, el quirófano está ahora desbordado de hombres que, cual quinceañeras, se la pasan frente al espejo especulando con terminar “con el rollo” o con degollar la papada que los avejenta.

Dentro de esta legión de clones disconformes cada vez más parecidos entre sí los “destinatarios” de la mutación son bien diferentes: mientras que las minas se operan para su propio disfrute (aunque suelan decir que lo hacen para que el marido no se les “piante”), los tipos vencen el terror a la anestesia para aumentar sus chances con la carne joven. Conscientes de que el gimnasio ya no basta para retroceder el tiempo, toman valor y pasan por la carnicería.

La gran duda es: ¿qué pasa con los resultados? Los hombres los disfrutan por el poco tiempo que aguantan sin darle a las pastas o a la parrillada. Las mujeres están tan alejadas de la lógica estética que suelen quedar no sólo conformes, sino adictas a los retoques y crtes varios. De nada sirve que sus esposos manifiesten con más o menos tacto que ver la transformación los asusta o que tocar las tetas de plástico les da asco: el cambio no fue pensado para agradarles a ellos.

¿Cómo se pone orden en este caos de rostros deformes y tetas que sobrepasan las dimensiones de las sandías? Como en tantos órdenes de la vida, todo se arregla con un poco de cerebro y sentido común... ¿O será que también lo habrán lipoaspirado?