lunes, 13 de abril de 2009

Cada alimento, en su momento

Su salud futura dependerá de lo que coman cuando todavía son pequeños.

Los pediatras son unánimes: hasta los seis meses, la leche materna es el alimento ideal para el recién nacido porque cubre todas sus necesidades nutricionales y le ayuda a desarrollar sus defensas. Es a partir de esa edad cuando, como dice el refrán, “cada maestrillo tiene su librillo” y las teorías sobre cómo introducir la alimentación complementaria se llenan de particularidades.

“Lo importante es ser perseverante y participar en las comidas del pequeño, porque introducir los alimentos correctamente y a su debido tiempo tiene mucha repercusión en su futura salud nutricional”, asegura José Manuel Moreno, endocrino infantil del Hospital 12 de Octubre de Madrid. Además, es una de las mejores formas de prevenir enfermedades futuras, como la obesidad o determinadas conductas patológicas relacionadas con la comida.

Hasta los seis meses

Ya nadie pone en duda que la lactancia es el modelo ideal hasta esa edad, pero ahora la Organización Mundial de la Salud va un paso más allá: cuando el bebé ha cumplido los seis meses se debe introducir la alimentación complementaria, manteniendo la leche materna, si es posible, hasta los dos años de edad.

Sin pecar de parecer fundamentalistas, y más teniendo en cuenta que la baja por maternidad es nuestro país es tan sólo de 36 semanas, lo cierto es que “la leche materna es una fuente de numerosos nutrientes y defensas, y actúa como un paraguas ante alimentos extraños”, señala el dr. Moreno.

Pero este especialista insiste en que aquellas madres que optan por la leche de fórmula deben estar tranquilas porque ésta cumple todos los requisitos nutricionales y es muy segura. “La legislación vigente es bastante estricta, por lo que en España no debería pasar lo que recientemente ha ocurrido en China con los casos de leche infantil adulterada”, afirma.

Entre las innumerables ventajas de la leche materna, el dr. Jorge Martínez, pediatra del Hospital Niño Jesús, destaca sus beneficios inmunológicos y su fácil adaptación a la fisiología del tracto gastrointestinal del bebé, lo que le ayuda a prevenir los cólicos de los primeros meses.

Además, este experto asegura que estudios recientes relacionan un mayor número de casos de diabetes insulinodependiente, enfermedad inflamatoria in-testinal, linfomas y enfermedad celíaca con la disminución de la lactancia. Si tenemos que apuntar una desventaja, ésta podría ser la dificultad para valorar la cantidad de leche que toma el niño, un dato clave a la hora de establecer un diagnóstico en pequeños con un desarrollo inadecuado.

Para llevar un correcto control de la curva ponderal, es necesario comprobar que a las dos semanas de vida su peso no es inferior al del momento del nacimiento ni las ganancias quincenales son inferiores a 250 g. Si se cumple una de estas dos hipótesis, el niño no recibe la suficiente cantidad de leche. Otro dato a tener en cuenta es que la leche materna es más saciante que la de fórmula, por lo que no se pueden comparar las cantidades suministradas.

El sexto mes, clave

El desarrollo inmunológico intestinal alcanza su madurez en torno a los seis meses de edad, coincidiendo con el momento en el que el régimen lácteo exclusivo ya no cubre las necesidades nutricionales ni energéticas del pequeño. “A partir de ese momento se debe introducir, de forma paulatina y con una consistencia de papilla, sopa espesa o puré semisólido, la misma alimentación que toma el resto de la familia, con ligeras modificaciones y algunas excepciones”, mantiene el pediatra.

En este sentido, el especialista indica que enseñar al niño a familiarizarse con el sabor y la consistencia de otras comidas facilita y educa su desarrollo psicomotor. “Es un esfuerzo que vale la pena”, advierte. Cuando el niño comienza a comer alimentos de distintos sabores, olores y textura, que para él significan nuevas experiencias, lo más probable es que muestre preferencias y rechazos.

“Para evitar esta tendencia es necesario crear un ambiente tranquilo y agradable a la hora de sus comidas, en lo posible libre de tensiones, juegos y elementos de distracción como la televisión. Cuando el niño rechace un alimento, se le debe volver a presentar preparado de otra forma, para ir incorporándolo poco a poco hasta lograr que lo acepte”, sostiene el dr. Jorge Martínez. Además, este experto recomienda incorporar cada nuevo alimento por separado y en pequeñas cantidades, para detectar posibles cuadros alérgicos.

El primer año

Tradicionalmente, a partir de los 12 meses los expertos aconsejan introducir el pescado azul, el huevo, la leche de vaca (y sus derivados) y las legumbres. Estos alimentos se comienzan a tomar más tarde, a juicio de varios pediatras, porque son los que más alergias causan.

Pero lo que más preocupa actualmente a pediatras, endocrinos y nutricionistas es recuperar el entorno de las comidas. Para el doctor Moreno, “los pequeños tienen que participar en las comidas familiares a partir de los 18 meses”. Además, los especialistas insisten en que, para evitar males mayores, es muy importante educar el paladar del niño dentro de una rutina sana, en la que el potito sea sólo una ayuda, nunca un sustituto. Asimismo, recomiendan a los padres evitar convertir las comidas en un premio o un castigo.


13 de abril de 2009 (hoymujer)